
Miro el durazno que he lavado, jugoso, a punto, fruta fresca de verano, fruta de sol, y pienso: melocotón. Así lo dirías vos. Junto los labios, me acaricia su pronunciación como su piel de terciopelo, tus labios, me hace cosquillas, sí, melocotón, se termina la palabra con la lengua debajo de los dientes, avanzando los labios, sí, labios, vos, fruta, verano, sol, ¡oh! ¡soy tan solar!, un rayito de sol y me quedo parada, los brazos abiertos delante de mi casa, en silencio, amansada, risueña, sin quejas, oh, Inés sin quejarse, no, nada, denme sol como hoy y una fruta y tus labios... ; saco los dientes, los hundo en la piel tierna y viva de la fruta, es un acto caníbal; y como el explorador que pica en el lugar justo, pchuuu, me asperja toda la cara el jugo dulce, un montón de jugo, ríos de jugo que caen por la barbilla hasta mis dedos; es una fruta que nos vuelve torpes, o mejor, para menores de edad, cuando es divertido hacer ruidos chupando o pasarse el dorso de la mano por la boca, reírse mientras se come, reírse mientras me besas y yo te beso; ¿tus labios dónde? Es una fruta que nos libra una guerra dulce, y ahora estoy toda melosa, melocotonada, melosa y melopeadamente salpicada de melocotón. Y lo miro nuevamente, goteando, qué fruta exagerada. Bueno, a lo que iba: ¿quieres un mordisco?