
En el avión, el tipo estaba parado cerca de la puerta de emergencia y tenía el primer asiento de la última sección, ese que se les da a los suertudos de piernas largas. Tenía en su mano un libro, algo que pretendía leer, no parecía estar demasiado concentrado. Los ojos tapados a medias por unos anteojos de lectura, iban de arriba abajo... Parecía sobre todo interesado a que se lo mire leer. Tanto así que llamaba la atención. Se llenó el avión de doscientas quiceañeras excitadas por un viaje a Orlando, solo señoritas, ni un varón, muchas no habían tomado un avión, las risas y el entusiasmo no dejaba duda alguna de que sería toda una aventura; otras charlaban sin parar, otras más, exploraban la cabina, en grupo, otras... para qué, ¡imagínenlo: doscientas quiceañeras yendo a Orlando! El hombre tenía el libro con una mano frente a él, a nivel del pecho, manteniéndolo abierto con la ayuda del pulgar. En la tapa de la derecha, un nombre sobresalía KEN FOLLET, así gordo, con colores gritones y tamaño desmesurado. A la izquierda, una foto del autor, un hombre de rostro redondo, pelo canoso, blanco, casi peluza sobre la cabeza, idéntico al que sujetaba el libro en ese momento. Mamá, me susurra Benjamín, ¿por qué lee aquel hombre su propio libro?Y yo ¿por qué está parado frente a todos los asientos, sosteniendo el libro delante de todos, foto a vista, leyendo su propio libro?, no lo sé Benja. Ohh, gritaron en coro las niñas al despegar el avión, uy, pensé, ¡éste será uno de aquellos viajes! El hombre se sentó y siguió leyendo, las chicas exclamándose, y nosotros volviendo a casa.