lunes, 17 de enero de 2022
domingo, 9 de enero de 2022
Le violoniste perdu dans la neige
Cierro los ojos y veo su silueta frágil, su pelo canoso algo loco, sus ojos a medio cerrar, tocando su violín en el centro de una gran extensión llana, blanca, solitaria. Oigo el sonido cálido de su instrumento vibrar, llorar, temblar y perderse. Por supuesto que la imagen no tiene sentido, sino que me gusta su cuento y mientras me lo cuenta bajito me permito dejar correr la imaginación que su voz provoca. Invierno canadiense, blanco y frío: mi amigo me dice un día fue a una audición en un lugar perdido del centro del Quebec, donde aterrizó buscando trabajo, un pueblito que por única virtud reunía a una orquesta que necesitaba alistar a un músico más. Y como es violonista, y como no es de aquí, y como estaba solo, tan solo, fue. Lo esperaban en un gran
local (cafetería de día, bar de noche, ocasionalmente sala de ensayo) casi vacío y frío donde el jefe de orquesta y dos o tres músicos --algo así como
titulares--, con ojos redondos y curiosos lo recibieron. Lo invitaron a ejecutar un tema a elección, alguna cosita que
le parezca apropiada; nunca habían visto a un extranjero, dijo riendo. Fui el primero. Es más, fui el único durante
los cuatro años que toqué allí. Me río yo también, es verdad que no es de aquí, su piel color de miel, su postura, su forma de llevar cabeza hacia la derecha en un cabeceo bailarín y simpático muestran la distancia que lo separaba de los que vinieron a oírlo. Casi diría que desentonaba. Y así fue que ese hombre foráneo, sin abrir la boca, sin tener que explicar nada, se incorporó a ese grupito, practicó, comunicó con la ayuda del pasaporte más universal: la música. La música lo hizo aparecer, existir como persona en el medio de la nieve.
Me asegura que esa parte de su vida de inmigrante recién llegado fue grata. Ahora, por suerte para mí, se interesó al tango que oye como ninguno y baila a lo milonguero, la música arrasa fronteras, funde la nieve y une los pueblos, las manos y los cuerpos en un abrazo tanguero. Qué bien, che.