sábado, 7 de septiembre de 2024

Vestir

 

A una semana de llegar, soñaba con sacarme las botas y de tirarlas a la basura. Un peregrino me dijo que había una tradición que, al parecer, los que llegaban a Santiago, quemaban los zapatos en una hoguera. Cuanto me gustó esa idea. Me puse a soñar con fuego. Las botas con las que viajé en el avión y luego por la totalidad del camino están en el balcón esperando que se desintegren solas o que se las lleve el viento. Empecé a odiarlas a mitad del camino. Habían sido buenas compañeras sin darme ampolla alguna y siendo cómodas. Pero habrá sido el kilometraje, habrá sido la hinchazón progresiva de mis pies, habrá sido el uso, no sé, pero la cuestión es que mis pies ya no las querían ni las soportaban más.

Los otros peregrinos tenían zapatos que no les molestaban, o eso me parecía a mí. Muchos usaban sandalias también, una moda. Las remeras, los shorts, el impermeable, en fin, todo lo que llevé (por cierto muy poco) estuvo bien, adecuado para mis peripecias por los montes, la playa y los caminos en los bosques. Usé toda mi ropa que tuve que lavar a diario al llegar a los albergues. El algodón no se seca rápidamente, la lana de merino es ideal para las medias y al ser posible para una remera más abrigada. Los shorts y el pantalón deportivo que llevé tuvieron la ventaja de ser ligeros, fácil de mantener y cómodos. Y todo esos 6 kilos en la mochila. La quiero mucho a la mía aunque me haya dado algo de dolor sobre las clavículas. Me acustumbré al peso, me acostumbré a su estilo. Me acompañaban los bastones, muchas veces llevados en las manos, muchas otras útiles en el monte. Así vestida no podía ser otra cosa que peregrina. Pero como ser pergrino no es ser turista, no importó.

Cada tarde, mientras se secaba la ropa lavada, me ponía un vestidito colorado passe-partout que usé los 32 días del camino. El aburrimiento de ponerme la misma ropa día tras día me sorprendió. No pensé que me afectaría una cuestión tan trivial. Mira vos, por donde… Sí, me aburrí y soñaba con cambiar de ropa. 

Poniendo de lado ese cansancio caprichoso, no me molestó nada más que esa sensación de tener una mini cárcel encerrando mis pies y de sentir cada dedo del pie en todo momento. Creo que ahora tengo una noción correcta de cada parte de ese miembro de mi cuerpo. La planta, los huesos del metatarso, el arco del pie, los músculos, ligamentos y tendones. He sentido mis pies en todo momento como ninguna otra parte de mi cuerpo. Durante el camino fui botas, pies y nada más, eso de pensar no fue lo mío. Yo era pies hinchados y nada más.