Abrí un ojo, abrí el otro, había algo extraño en la habitación, una luz inhabitual. Una luz que yo conozco de otro lugar, una luminosidad que al reconocerla me señaló que había pasado algo durante la noche. Y ese acontecer yo sabía qué era. Erguí el cuerpo hasta mirar por la ventana, mi cama da contra la ventana, y afuera todo estaba claro, resplandecía de esa luz increíble que da la nieve cuando se ha asentado sobre el pasto del jardín, sobre cada rama de mi cerezo hermoso, cada hoja del laurel que rodea la terracita. Todo estaba cubierto de una manta pulcra y bella, impecablemente blanca y resplandeciente. Todo brillaba. Esa luz la conozco. Anoche hubo una nevada generosa, y esta mañana me sentí rara. Ya van varios días nevando pero siempre bajo el cielo parisino, gris, triste y bajo, que moja; nevada que no se posa, se derrite como agua sucia... Esas nevadas, son las francesas, sin embargo la de anoche viene de otro lugar. Los copos revolteaban esta mañana, y me vinieron unas ganas irreprimibles de salir, así que me he vestido como me solía vestir allá: concienzudamente, no como aquí, apenas un tapado mal cerrado, no allá hay que vestirse en serio, cerrando cada botón, con medias gruesas, con suéter caliente, con botas. He respirado profundamente, he inhalado recuerdos y sensaciones de otros tiempos, la garganta cerrada por la emoción, tiempos menos complicados, más concretos, fue como si me hubieran mandado en una máquina del tiempo a otro lugar, a esa cuidad que se prende y refulge con cada nevada tempranito, que conozco tan bien que podría dibujarla, mis dedos hundiéndose en la nieve. Me he vuelto a sentir niña de repente, y adolescente o más bien joven todo al mismo tiempo, he caminado rápidamente con el olor de la nieve embriagándome y haciendo perder el poco de sentido de la orientación que tengo. Me sentí muy bien. Como si estuviera en mi elemento natural. De vuelta a "casa" después de una jornada larga y cansada. Me di cuenta que la nieve forma parte de mi ser. De mi recuerdos. De mi historia. De lo que soy. Caminando sobre la nieve, he reconocido el ruido de mis pasos, ruido al que echaba de menos. Ahora me doy cuenta. Sensaciones de un más allá que me alcanzaron en un instante. No sé explicarlo, fue algo extraño y doloroso. Me di cuenta hoy que no estaba en casa. Esa nevada tan bella, y que será efímera, nunca dura en Paris me transportó lejos y volvió a traerme aquí a este jardín tan blanco, hoy, tan extraño y tan afín.
viernes, 20 de octubre de 2006
Allá
Para Ginés, porque te gustó. Ten te lo regalo.
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Dulce y delicioso; aguamiel de tu boca.
ResponderEliminarCristales de azúcar helada.
Nostalgia de cielos transparentes, de ojos limpios, del calor de corazones arraigados, de las primeras huellas sobre la nieve virgen, de caminos por trazar quién sabe hacía dónde pero sosegada, impávida, arropada por la sangre del clan y los amigos, de aquellas tierras, las de allá.
Dividida en dos, un pie en cada mundo y el mar entre las piernas.
Es un gozo leerlo.
Es más, estoy descuartizada, y como los que han perdido un miembro, a veces duele y lo siento, aunque ya no existe, eso es Ginés, el mar lo tengo adentro, sin orillas, y ando un poco perdida arriba del mástil. Y como ya sabes, no tengo sentido de la orientación, me dirijo hacia el horizonte, ¿qué remedio?
ResponderEliminarGuau, Ines. Qué suerte. La nieve inundándolo todo es un espectáculo hermoso aunque efímero, dependiendo del lugar. Es verdad, las sensaciones que da la nieve son únicas.
ResponderEliminarAy hermana mia como escribis de lindo-precioso!!
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