domingo, 27 de enero de 2008

Garotas na minha casa



Me encantan los domingos, me encantan las brasileras, me encantan los domingos brasileros.
Mira: ya es hora de que llegues.


"Hoje é sábado, amanhã é domingo

A vida vem em ondas, como o mar

Os bondes andam em cima dos trilhos"

Vinicius de Moraes.


sábado, 26 de enero de 2008

Oratorio

Comentándole a Rosa

Dicen que Stendhal dictaba sus textos, recorriendo la habitación de un lado para el otro, mirando al escriba que transcribía su literatura; necesitaba mirarlo y saber que estaba anotando, hablaba fuerte, con voz segura, ¿declamaba? sí, era casi un show, lo hacía así porque así le salían las ideas; dicen que el señor Beyle sabía hablar, era un gran conversador, también era un fantástico epistológrafo, Henri Beyle necesitaba que lo escuchen y que lo lean, tener un interlocutor, proyectarse, entregarse quizás por la voz sobre el papel. Necesitaba vivir su prosa. Dictaba de un solo tirón: sus textos eran perfectos, le salían sin vacilar, casi nunca necesitó corregirlos. Por otra parte, los había pensado mucho tiempo, o quizá los había hecho madurar en su cabeza, compuestos como una partitura de música. Ah, la música de Stendhal, su verdadero amor, un escritor músico si los hay, sus textos escritos con su voz. Yo tenía un profesor en la universidad que hacía discursos bellísimos, trabajados y pensados de la misma manera, hablando delante un público. Seguramente habría puesto sobre el papel algunas notas, el caso es que llegaba al anfiteatro y dejaba que las palabras salieran de su boca armando su disertación: era absolutamente magnífico. Se llenaba el aula solo para oírlo expresarse sobre Hannah Arendt o Maquiavelo. Un gran orador. No sé si podía escribir lo que decía, no importa, lo que decía era cada vez un placer para los que como yo aman escuchar, oír, alguien que habla bien.

Yo no puedo. Digo: escribir hablando, aunque, muchos lo saben, soy también una conversadora entusiasta. Y ya que estamos, las cartas también son lo mío. En realidad yo solo puedo escribir cartas. O casi. A mí también me gusta dirigirme a alguien, que me escuchen o lean. Pero no, yo no escribo con la voz o la cabeza sino con los dedos, y ya no solo con tres sujetando la lapicera, no, ya no, necesito de los diez dedos activos sobre el teclado para que salga algo más o menos similar a mi actividad mental. Que se vaya así formando la idea con las palabras que voy escribiendo delante de mí. Me ofrecieron la posibilidad de escribir hablando y me di cuenta que yo solo podía pensar con la punta de mis dedos, despacito. Me consuelo pensando en mi alumna que ya solo puede escribir con el pulgar. Un pulgar supersónico por otra parte, que se mueve por los números de su celular a la velocidad de la luz. Algo increíble. ¿Será cuestión de generación?

miércoles, 16 de enero de 2008

Dulce que te quiero dulce





Para Ernesto




A menudo, al mirarla, le parecía a León que su alma, escapándose hacia ella,
se esparcía como una onda sobre el contorno de su cabeza y descendía
arrastrada hacia la blancura de su seno.
Se ponía en el suelo delante de ella, y con los codos sobre las rodillas la
contemplaba sonriendo y con la frente tensa.
Ella se inclinaba sobre él y murmuraba como sofocada de embriaguez:
¡Oh!, ¡no te muevas!, ¡no hables!, ¡mírame! ¡De tus ojos sale algo tan
dulce, que me hace tanto bien!
Le llamaba niño:
Niño, ¿me quieres?
Y apenas oía su respuesta, en la precipitación con que aquellos labios
subían para dársela en la boca.

Madame Bovary, Gustave Flaubert.

Alma, onda, seno, sonreír, embriaguez, hacer bien, ¿me quieres?, labios, boca, dice Flaubert. Qué fácil es hablar de lo dulce: solo salen cosas bonitas; dulce suave, dulce rico, pleno, el azúcar o la miel, energía para el cuerpo, los músculos, el ánimo, y quizás también, el de las frutas maduras, los veranos calientes, el jugo que resbala por la barbilla y nos deja los dedos pegajosos, un sabor que nos persigue desde la infancia, relacionado con lo mejor de nuestros recuerdos, lo más tierno: la madre, la leche materna, la piel dulce y olorosa de mamá, el pecho, la protección de la infancia cuando uno era invencible; el mundo: nuestro, los caramelos de la abuela, los postres generosos de las fiestas, la merienda después de un día de estudios, el helado en la plaza, la recompensa, vamos, siempre como un premio, el primer beso. Lo dulce es un sabor identificable entre todos, con la punta de la lengua, uno que nos hace sentir bien, protegido, saciado, un sabor fuerte y adictivo. Un sabor que mejora a los otros, un chocolate amargo con una pizca de azúcar se convierte en un festín, limón con miel, una gloria, sabores más complejos e igualmente entrañables. Ah lo dulce. Son infinitas las posibilidades del placer dulce, y sin embargo...

Sentada sobre unos asientos amplios, asientos-cama, de esos que se reclinan en un ángulo oblicuo cómodo y al mismo tiempo levantan un poco las piernas, preparada para toda una noche en bus, una noche larga, de arriba para abajo de mi continente Sur, estoy perfectamente feliz una tarde de primavera; me voy rodando y siento el peso y la velocidad de las ruedas sobre la tierra polvorienta de mi Argentina, pisando fuerte; lanzada iba la carga humana hacia allá lejos, donde hace menos calor, donde, más que paisaje, voy a descubrir otros relieves, porque solo con mirar un par de horas por la ventanilla uno se da cuenta que existe una constancia en el horizonte pampero de la Patagonia Norte que deja a cualquier tucumano mudo de impresión; que grande y vasto me parece todo, qué buenos los asientos y la compañía. Tengo el motor del ómnibus debajo del asiento, su mecánica me estremece un poco el cuerpo, me hace cosquillas, su ronroneo me arrulla, estoy bien, de vacaciones. Al frente, una pantalla donde se ve a un hombre más que atractivo ofrecer un trago a una chica hermosa. Dice:

James Bond: I think I'll call it a Vesper.
Vesper Lynd: Because of the bitter aftertaste?
James Bond: No, because once you've tasted it, that's all you want to drink.

"A drink". ¡Ah sí!, pienso, sería bueno tomar algo, algo caliente y amargo: "¿un café?", propone el empleado del bus que pasa en ese instante fecundo por los pasillos con un termo en la mano. ¿¡Un café!? Pero qué bien, habrá leído en mi mente. Ansiosa tomo el vaso de plástico y lo llevo a mi boca sin oír la respuesta del empleado a la pregunta de mi compañero, trago con ansia el líquido caliente, --oh,oh-- el café se queda sobre la lengua, en la boca, por Dios, pienso, qué dulce, no, ya no es ni dulce, es azucarado, un jarabe, un menjunje espantoso, horrible, asqueroso, no es café, es azúcar con agua amarga negra. Me cuesta tragar, me cuesta terminar el sorbo; miro indignada el café, a mi lado veo una mirada divertida pero igualmente disgustada: "-me dijo el empleado que el café tenía algo de azúcar, Inés". ¡Algo de azúcar!, claro, a eso llaman ¡algo de azúcar! Pienso en Bond y su trago amargo, con envidia, pienso en lo dulce del café y me se me vuelca el estómago. Poso el café, no lo tomaré. No puedo. Hace más de mil años que no le pongo nada al café, lo tomo negro y caliente. ¿A qué viene esto?, más que nada para decirte que uno quizás se puede desacostumbrar al gusto del azúcar, lo puede querer sin necesitarlo, apreciarlo en la distancia como una cosa apetitosa y bonita, pero comerlo menos, o nada. Lo dulce me gusta, sí, pero en pequeñas dosis, para qué voy a necesitar dulce yo cuando lo tengo a él, ahí, cerquita y esa forma que tiene de mirarme a mí...


Ernesto, los sabores de la vida son mejores mezclados, con experiencia y más profundos. Vos sos dulce, amigo, y citando a mi compinche Voltaire, termino con un beso y recordándote que todo les sale bien a las personas dulces y alegres. Nada de azúcar ¡eh! Vos sos un pedazo de caramelo con olor a zafra cocinado con amor, en un país de buenos aires. Me entiendes, ¿no?

sábado, 12 de enero de 2008

Se murió un poeta

Ya nada ahora


Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora

-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-

podrá evitarlo:
exento, libre,

como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

este amor ya sin mí te amará siempre.

Ángel González

miércoles, 9 de enero de 2008

Onze, Eleven, Once...


  • Once, el número natural siguiente al diez (10) y que precede al doce (12)
  • Once, al año 11 del Siglo I. Mi Ben es de fin de siglo siglo XX...
  • La ONCE, Organización Nacional de Ciegos Españoles.
  • Once, álbum de la banda Nightwish. Ojalá sean de Hard Rock, eso le gusta a él.
  • Once, canción de la banda Pearl Jam.
  • Once, película de 2007 dirigida por John Carney. Quién será ese, ¿no?
  • Las once, en Chile, nombre de una comida servida a media tarde. Ni me enteré que existía esa comida. Ahora que sé, tengo que volver...
  • Once caldas, Equipo de fútbol colombiano de la ciudad de Manizales, que juega en el Fútbol Profesional Colombiano. Bueno, a Benja le encanta el fútbol, seguro que esto le va a gustar.
  • El once, una zona situada alrededor de la intersección de las avenidas Corrientes y Pueyrredón en la Ciudad de Buenos Aires en el barrio de Balvanera; para que sepa, algo, de la capital de mi país de origen.
  • Plaza Once, que es el nombre que se le da a la Plaza Miserere de la Ciudad de Buenos Aires,
  • Estación Once, una de las tres principales estaciones ferroviarias de la ciudad de Buenos Aires. Ajá, así es. Sip.
Copiado de wikipedia.

Once años, Benjamín, hoy, mi querido, feliz cumpleaños.

Te ama,

Mamá.

2008: ahí vamos

Todo el día estuve intentando recordar una palabra. Una palabra familiar, que conozco y entiendo, es más, una palabra que no es nada especial, sino solamente una palabra que necesitaba en un instante de mi día y no surgía a la mente. No quería. Se escondía por alguna parte de mi cerebro disfuncional. Y no volvió... se fue.

Nunca tuve buena memoria, siempre he usado otros métodos para compensar. Comprender lo que me decían fue uno, ya que no lo podría memorizar. Métodos colaterales, que tienen que ver con el sonido, o con imágenes, y que por un tiempo funcionaron, o más o menos, bueno mejor que hoy y ayer, mucho mejor que mañana supongo. Métodos que desarollé para poder decir lo que quería, y que permitían a las ideas, palabras, nombres, volver a mi memoria como doblando una esquina, así de repente. Esos métodos me hicieron más parlanchina, siempre tomando yo el camino más largo para llegar donde quería. No todo es negativo de la mala memoria, no señores. No.

Desdichadamente ya ni esos métodos están funcionando.

Me estoy quedando muda, mi mundo exterior sin poder ser nombrado. Mi mundo interior atrapado como un bonito paisaje, bien adentro, bien lejos del sonido del idioma. Y lo peor del caso es que cuando busco, y sé que existe, mi pobre cabeza se pone en marcha y no para... sigue buscando la palabra, vagabundeando lentamente por todas mis células grises. Como ahora que sigo con la esperanza que volverá la palabra de la mañana, ésa que me estuvo jugando una mala pasada.

De chica me divertía cambiando las palabras a propósito con el fin de sacar una sonrisa o confudir a la gente: por favor decía, pasame los tomates, cuando lo que estaba sobre el mostrador eran claramente zanahorias. La gente en mi alrededor se acostumbró a mi juego, pero se suponía que yo conociera la palabra original. Era el caso. Me parece que ya no me arriesgaré a ese juego, ahora me contento diciendo, los vegetales color naranja que están sobre la mesa, que dan buena vista, y que los ingleses usaron para confundir a los alemanes durante la segunda guerra mundial, sabes, los que tienen carotina, sí esos ahí, uf, pasámelos, por favor. Así estamos.

Paulina, mi hermana, le daba nombres a las cosas de su casa, les daba nombre propio, quiero decir. El televisor se llamaba Pedro, o algo así, ya no me acuerdo, perdonen la falta de memoria mía, la heladera, la radio, y cuando no funcionaban bien, los llamaba malhumoradamente por nombre y apellido. El suyo claro. Voy a empezar a renombrar las cosas, no se extrañen si no entienden lo que escribo, será normal, tendré que crear un mundo nuevo, un mundo con palabras cambiantes, variables, que se adaptan a mi humor y mi estado de cansancio. Usando palabras inventadas quizás, diganse que es el estado de mi cabeza en el 2008.

Ay, por Dios, era: metáfora.

Volvió.

Bueno.