
Para Ernesto
A menudo, al mirarla, le parecía a León que su alma, escapándose hacia ella,
se esparcía como una onda sobre el contorno de su cabeza y descendía
arrastrada hacia la blancura de su seno.
Se ponía en el suelo delante de ella, y con los codos sobre las rodillas la
contemplaba sonriendo y con la frente tensa.
Ella se inclinaba sobre él y murmuraba como sofocada de embriaguez:
¡Oh!, ¡no te muevas!, ¡no hables!, ¡mírame! ¡De tus ojos sale algo tan
dulce, que me hace tanto bien!
Le llamaba niño:
Niño, ¿me quieres?
Y apenas oía su respuesta, en la precipitación con que aquellos labios
subían para dársela en la boca.
Madame Bovary, Gustave Flaubert.
Alma, onda, seno, sonreír, embriaguez, hacer bien, ¿me quieres?, labios, boca, dice Flaubert. Qué fácil es hablar de lo dulce: solo salen cosas bonitas; dulce suave, dulce rico, pleno, el azúcar o la miel, energía para el cuerpo, los músculos, el ánimo, y quizás también, el de las frutas maduras, los veranos calientes, el jugo que resbala por la barbilla y nos deja los dedos pegajosos, un sabor que nos persigue desde la infancia, relacionado con lo mejor de nuestros recuerdos, lo más tierno: la madre, la leche materna, la piel dulce y olorosa de mamá, el pecho, la protección de la infancia cuando uno era invencible; el mundo: nuestro, los caramelos de la abuela, los postres generosos de las fiestas, la merienda después de un día de estudios, el helado en la plaza, la recompensa, vamos, siempre como un premio, el primer beso. Lo dulce es un sabor identificable entre todos, con la punta de la lengua, uno que nos hace sentir bien, protegido, saciado, un sabor fuerte y adictivo. Un sabor que mejora a los otros, un chocolate amargo con una pizca de azúcar se convierte en un festín, limón con miel, una gloria, sabores más complejos e igualmente entrañables. Ah lo dulce. Son infinitas las posibilidades del placer dulce, y sin embargo...
Sentada sobre unos asientos amplios, asientos-cama, de esos que se reclinan en un ángulo oblicuo cómodo y al mismo tiempo levantan un poco las piernas, preparada para toda una noche en bus, una noche larga, de arriba para abajo de mi continente Sur, estoy perfectamente feliz una tarde de primavera; me voy rodando y siento el peso y la velocidad de las ruedas sobre la tierra polvorienta de mi Argentina, pisando fuerte; lanzada iba la carga humana hacia allá lejos, donde hace menos calor, donde, más que paisaje, voy a descubrir otros relieves, porque solo con mirar un par de horas por la ventanilla uno se da cuenta que existe una constancia en el horizonte pampero de la Patagonia Norte que deja a cualquier tucumano mudo de impresión; que grande y vasto me parece todo, qué buenos los asientos y la compañía. Tengo el motor del ómnibus debajo del asiento, su mecánica me estremece un poco el cuerpo, me hace cosquillas, su ronroneo me arrulla, estoy bien, de vacaciones. Al frente, una pantalla donde se ve a un hombre más que atractivo ofrecer un trago a una chica hermosa. Dice:
James Bond: I think I'll call it a Vesper.
Vesper Lynd: Because of the bitter aftertaste?
James Bond: No, because once you've tasted it, that's all you want to drink.
"A drink". ¡Ah sí!, pienso, sería bueno tomar algo, algo caliente y amargo: "¿un café?", propone el empleado del bus que pasa en ese instante fecundo por los pasillos con un termo en la mano. ¿¡Un café!? Pero qué bien, habrá leído en mi mente. Ansiosa tomo el vaso de plástico y lo llevo a mi boca sin oír la respuesta del empleado a la pregunta de mi compañero, trago con ansia el líquido caliente, --oh,oh-- el café se queda sobre la lengua, en la boca, por Dios, pienso, qué dulce, no, ya no es ni dulce, es azucarado, un jarabe, un menjunje espantoso, horrible, asqueroso, no es café, es azúcar con agua amarga negra. Me cuesta tragar, me cuesta terminar el sorbo; miro indignada el café, a mi lado veo una mirada divertida pero igualmente disgustada: "-me dijo el empleado que el café tenía algo de azúcar, Inés". ¡Algo de azúcar!, claro, a eso llaman ¡algo de azúcar! Pienso en Bond y su trago amargo, con envidia, pienso en lo dulce del café y me se me vuelca el estómago. Poso el café, no lo tomaré. No puedo. Hace más de mil años que no le pongo nada al café, lo tomo negro y caliente. ¿A qué viene esto?, más que nada para decirte que uno quizás se puede desacostumbrar al gusto del azúcar, lo puede querer sin necesitarlo, apreciarlo en la distancia como una cosa apetitosa y bonita, pero comerlo menos, o nada. Lo dulce me gusta, sí, pero en pequeñas dosis, para qué voy a necesitar dulce yo cuando lo tengo a él, ahí, cerquita y esa forma que tiene de mirarme a mí...
se esparcía como una onda sobre el contorno de su cabeza y descendía
arrastrada hacia la blancura de su seno.
Se ponía en el suelo delante de ella, y con los codos sobre las rodillas la
contemplaba sonriendo y con la frente tensa.
Ella se inclinaba sobre él y murmuraba como sofocada de embriaguez:
¡Oh!, ¡no te muevas!, ¡no hables!, ¡mírame! ¡De tus ojos sale algo tan
dulce, que me hace tanto bien!
Le llamaba niño:
Niño, ¿me quieres?
Y apenas oía su respuesta, en la precipitación con que aquellos labios
subían para dársela en la boca.
Madame Bovary, Gustave Flaubert.
Alma, onda, seno, sonreír, embriaguez, hacer bien, ¿me quieres?, labios, boca, dice Flaubert. Qué fácil es hablar de lo dulce: solo salen cosas bonitas; dulce suave, dulce rico, pleno, el azúcar o la miel, energía para el cuerpo, los músculos, el ánimo, y quizás también, el de las frutas maduras, los veranos calientes, el jugo que resbala por la barbilla y nos deja los dedos pegajosos, un sabor que nos persigue desde la infancia, relacionado con lo mejor de nuestros recuerdos, lo más tierno: la madre, la leche materna, la piel dulce y olorosa de mamá, el pecho, la protección de la infancia cuando uno era invencible; el mundo: nuestro, los caramelos de la abuela, los postres generosos de las fiestas, la merienda después de un día de estudios, el helado en la plaza, la recompensa, vamos, siempre como un premio, el primer beso. Lo dulce es un sabor identificable entre todos, con la punta de la lengua, uno que nos hace sentir bien, protegido, saciado, un sabor fuerte y adictivo. Un sabor que mejora a los otros, un chocolate amargo con una pizca de azúcar se convierte en un festín, limón con miel, una gloria, sabores más complejos e igualmente entrañables. Ah lo dulce. Son infinitas las posibilidades del placer dulce, y sin embargo...
Sentada sobre unos asientos amplios, asientos-cama, de esos que se reclinan en un ángulo oblicuo cómodo y al mismo tiempo levantan un poco las piernas, preparada para toda una noche en bus, una noche larga, de arriba para abajo de mi continente Sur, estoy perfectamente feliz una tarde de primavera; me voy rodando y siento el peso y la velocidad de las ruedas sobre la tierra polvorienta de mi Argentina, pisando fuerte; lanzada iba la carga humana hacia allá lejos, donde hace menos calor, donde, más que paisaje, voy a descubrir otros relieves, porque solo con mirar un par de horas por la ventanilla uno se da cuenta que existe una constancia en el horizonte pampero de la Patagonia Norte que deja a cualquier tucumano mudo de impresión; que grande y vasto me parece todo, qué buenos los asientos y la compañía. Tengo el motor del ómnibus debajo del asiento, su mecánica me estremece un poco el cuerpo, me hace cosquillas, su ronroneo me arrulla, estoy bien, de vacaciones. Al frente, una pantalla donde se ve a un hombre más que atractivo ofrecer un trago a una chica hermosa. Dice:
James Bond: I think I'll call it a Vesper.
Vesper Lynd: Because of the bitter aftertaste?
James Bond: No, because once you've tasted it, that's all you want to drink.
"A drink". ¡Ah sí!, pienso, sería bueno tomar algo, algo caliente y amargo: "¿un café?", propone el empleado del bus que pasa en ese instante fecundo por los pasillos con un termo en la mano. ¿¡Un café!? Pero qué bien, habrá leído en mi mente. Ansiosa tomo el vaso de plástico y lo llevo a mi boca sin oír la respuesta del empleado a la pregunta de mi compañero, trago con ansia el líquido caliente, --oh,oh-- el café se queda sobre la lengua, en la boca, por Dios, pienso, qué dulce, no, ya no es ni dulce, es azucarado, un jarabe, un menjunje espantoso, horrible, asqueroso, no es café, es azúcar con agua amarga negra. Me cuesta tragar, me cuesta terminar el sorbo; miro indignada el café, a mi lado veo una mirada divertida pero igualmente disgustada: "-me dijo el empleado que el café tenía algo de azúcar, Inés". ¡Algo de azúcar!, claro, a eso llaman ¡algo de azúcar! Pienso en Bond y su trago amargo, con envidia, pienso en lo dulce del café y me se me vuelca el estómago. Poso el café, no lo tomaré. No puedo. Hace más de mil años que no le pongo nada al café, lo tomo negro y caliente. ¿A qué viene esto?, más que nada para decirte que uno quizás se puede desacostumbrar al gusto del azúcar, lo puede querer sin necesitarlo, apreciarlo en la distancia como una cosa apetitosa y bonita, pero comerlo menos, o nada. Lo dulce me gusta, sí, pero en pequeñas dosis, para qué voy a necesitar dulce yo cuando lo tengo a él, ahí, cerquita y esa forma que tiene de mirarme a mí...
Ernesto, los sabores de la vida son mejores mezclados, con experiencia y más profundos. Vos sos dulce, amigo, y citando a mi compinche Voltaire, termino con un beso y recordándote que todo les sale bien a las personas dulces y alegres. Nada de azúcar ¡eh! Vos sos un pedazo de caramelo con olor a zafra cocinado con amor, en un país de buenos aires. Me entiendes, ¿no?
Y en la foto ¿qué se ve? Pensé que era nieve, hielo acumulado. Azúcar no es, ¿verdad? , ¿o sí?
ResponderEliminarUna entrada deliciosamente dulce.
Quizás haya dejado de gustarte con el tiempo, pero tú no has dejado de serlo.
Muy agradable lectura.
Un abrazo.
Es una cucharada de azúcar. Gracias Hank. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo
ResponderEliminarInés
Uy, qué tonto.
ResponderEliminarHank