Para mi amor, Antonio, susurro en la noche vieja de México
La familia Sirenazo Moreno llevaba en su laguna un negocio de lo más exitoso. Las cosas no siempre habían sido así. Con pocos recursos, en una laguna aislada, esta familia numerosa no siempre había tenido lo suficiente de comer. Resignados a una vida sencilla, parca y frugal, los sirenos esperaban languidecidos que pasara alguna barca, algún marinero apetitoso para echarle un mordisco, pero pocos pasaban por ahí. Hasta que un día nació la sirenita y con ella, todo cambió.
Cuál fue la sorpresa del padre cuando la vio; los hermanos perplejos gritaron juntos y totalmente asombrados: ¡cara de trucha! La madre no pudo más que echarse a llorar, confundida por la extraña niña que había nacido. Efectivamente, a la familia, había llegado en séptimo lugar, una niña mitad pez mitad mujer, claro, pero ¡al revés! El papá no podía más que fijar fascinado las piernitas regordetas y los diez dedos del pie que se movían, mientras del otro lado se abría y se cerraba una boca de pez. La madre afligida se puso a pensar en el futuro incierto que tendría su hija. No obstante, pasado el desconcierto, la familia de sirenos, volvió a una cierta normalidad.
Cara de Trucha creció, algo sola, rechazada por los hermanos y la comunidad de sirenos de la zona que la encontraban demasiado fea, qué crueles son todos con la niña, pensaba la madre, desarmada y triste; tampoco la aceptaron en la escuela; ni siquiera comía en la mesa de su casa ya que por su diferencia, mucho tiempo no podía estar fuera del agua. Pero creció y también crecieron sus piernas, cada vez más largas y finas. Bellísimas piernas de mujer.
Fue entonces que un día, cuando ella estaba zambulléndose sola por la laguna, tragándose sus alimentos del día, que se le ocurrió al hermano, que la estaba observando, la idea que les traería la fortuna.
Magritte
(Sigue)
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