Juan,
Tenía
tantas ganas de verte, Juan, hablar con vos, pasar una tarde, como lo hicimos
hace tres años en tu casa o fuera por esa plaza tuya. Verla a Marcela, a tu
hija. No fue posible. El velatorio fue una locura, en realidad toda mi estadía
en Tucumán fue precipitada y ocupada. Me sentía, el primer de mayo, sobre una nube
sin poder conectar con la realidad, en parte por el cansancio y por la
intensidad de lo que estaba viviendo. Fue volver a verlos todos, de golpe, gente
que quiero sin saber por qué desde hace mucho (un cariño viejo, ¿ancestral?) y
no poder alegrarme, la hora era solemne, aunque sí, alegrarse y estar triste al
mismo tiempo. Rodeada de todos ustedes, me sentí apoyada, más segura. Pasaron
caras y gente por mi alrededor, todos teníamos en común la pena, la gran
tristeza de haberla querido tanto.
Todavía me
cuesta creer a la desaparición de mi madre y eso a pesar de haberla visto en la
morgue, más que muerta, irreconocible por la inexpresión de su cara y cuerpo.
Había una distancia con la vida. Mi primer muerto. Todos los míos se murieron
mientras estaba lejos, fuera, allá. A mi mamá, la toqué, con vida y luego sin. Siento,
por supuesto no haber podido hablar con ella, ni saber si estaba del todo
consciente; le hubiese querido decir que la quería, no se lo dije, o pedirle
perdón, tampoco lo hice. No quise hacerlo entonces porque por un instante,
pensé que estaría bien. Se recuperaría. Creí que había tiempo.
Tenía con
ella una relación de hija mayor: la que se hacía cargo de las cosas. La que
resolvía los problemas, la que la tranquilizaba con respecto a todo lo que le
asustaba: lo prosaico. También conversábamos mucho, todos los días. Uno pierde
tanto cuando uno pierde a su mamá. Un punto de anclaje, una mirada, un aliado
indefectible. La quería y la admiraba. Sé que lo sospechaba, pero me hubiera
ayudado poder decírselo. En hija mayor me porté. Me ayudó deber hacer cosas,
papeles, correr por las mañanas laborales cortas de Tucumán (que ya cierran
para la siesta) y resolver trámites administrativos. Run, Inés, run, como esa
película alemana, correr sin respirar, llegar, cambiar, comprar, terminar. Casi
no he comido, en días que estuve allá. No hubo oportunidad. Salvo ese domingo
loco en el cual se festejó los 90 años de mi tía Nené, hermana mayor de mi
padre. Irreal, todo fue tan raro.
Y luego la
pregunta de todos: qué pasará con la Mari. No sé qué pasará con la Mari. Este
viaje tenía por fin de darles más espacio a las dos. Vivían reclusas en un
departamento chico, peleándose, Mari llorando, o gritándole, o ignorándola. La
relación complicada y la preocupación que sentía mi madre por su hija menor le
daba mucha angustia. Me decía que se sentía realmente mal, deprimida. Me
aseguraba que ya no daba más. Testigo del desmejoro de mi madre, yo me
desesperaba, no sabía cómo solucionar la situación. Mari que solo piensa en
Mari. Mari que repartía muebles en el departamento, diciendo cuando te mueras
esto será mío, y aquello también. Mis hermanas tienen mucho, y yo nada. Mamá
sentía una pena infinita por la María Justa. Yo, no tanto. Intrigante,
solamente ocupada en pensar en ella, redibuja el pasado como le conviene. Mamá
no quería ir a la Argentina… Mamá decía que no le gustaba esto o aquello, ¿mamá
o vos, Mari? Da igual, ahora es la dueña de los pensamientos de mi madre. Y
quiere ser la dueña de la vida de mi madre.
Mamá tenía
un bien en Tucumán. Un departamento sobre la calle San Juan al 400. Por ser
todo muy complicado, María Laura tenía un poder para solucionar un juicio en
escrituración. Ahora tenemos que seguir con un juicio en sucesión. Mari cobró
el alquiler del mes de mayo. Está en Tucumán hasta el 8 de junio. Luego tendrá
que encontrarse un lugar donde vivir. Lo que quiero yo y creo que también
Paulina, es no tener que ver con Mariju. Sería largo explicar hasta qué punto
llegamos mamá y yo con el respecto. La ayudamos mucho. Hicimos lo que pudimos.
No funcionó. Admito derrota y deseo protegerme. Se me pasará la rabia. Lo sé.
Sin embargo, la situación de la que fui testigo queda grabada en mi memoria.
Manipuladora, víctima, llena de dificultades y problemas psicológicos, roba
miente se saca el pelo, entre otras cosas, debería ingresar en una clínica
quizás. No sé. En fin, me pone los pelos de punta pensar en eso. Y yo, todavía
no he llorado a mi madre. Todavía no me lo puedo creer.
Te mando un
abrazo, Juan
Inés
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