Sentada al lado de una señora impasible, miro la sala oscura
echando un ojo curioso sobre la gente presente. No suelo venir a menudo a este
cine. Estoy del lado francófono de la ciudad y la energía acá es algo diferente de la que conozco.
Supongo que es dado a que el barrio es universitatio y los espectadores parecen
más jóvenes que del lado oeste de la isla.
Toni Erdmann es una película alemana muy comentada por la
prensa y la sala está llena. Empieza la película con una escena absurda, larga,
lenta y a mi ver, extremadamente graciosa, sin embargo nadie se ríe; a mi vecina
no se le mueve una arruga, mira seria la pantalla. Quiero reír pero nadie hace
ruido, y no me animo a romper el silencio
formal de la sala. De repente, se oye una risa ahogada y sincera,
mi amiga a mi derecha, se regocija, y poco a poco esa risa extraordinaria,
se derrama en la sala oscura, transmitiendo una onda de risa que se parece a un ataque de risa controlado. Todos reímos y no pararemos de reír hasta el final.
La historia de esos dos alemanes en Bucarest y de la relación entre el padre y su hija, de las situaciones absurdas y de los momentos tiernos, complicados y realmente cómicos, me convenció que es una de las películas del año.