sábado, 2 de mayo de 2020

El cariño que te tengo, vida mía, corre por entre mis venas...


Cuando éramos chicos le teníamos algo de rabia al tango:  música previsible, letras con olor rancio, modos antiguos y medio ridículos, películas con diálogos imposibles, impostados, sobreactuadas, Gardel que siempre peinado a la gomina como galán de antes del tiempo de nuestros padres, ¿a quién le quería ganar? Aquí en la Argentina, ¿alguien iba a decir que le gustaba el tango, cuando tenía 18, 20 años? Era como ser hincha del Spartak de Moscú. Te iban a preguntar quién eras, de qué te quieres tirar, infeliz.


Así empieza mi primo una carta en respuesta a la pregunta que le hice sobre el por qué no me cansaba de escuchar los mismos tangos una y otra vez en las milongas. Y lo que es más, esos tangos, más los oigo, más me gustan. Me fascina ese tema porque por otra parte sé que hay música que sí cansa a los bailarines. Cascanueces es un ejemplo para los bailarines clásicos. Por tener que bailarlo cada año, muchos me contaron que no lo pueden aguantar. Mientras que a mí me pasa lo contrario. Cada vez me gustan más.


Y sí, como a mi primo Juan, somos casi de la misma generación, en la juventud, mirando esos programas de los años setenta por la tele, el tango no me interesaba en lo más mínimo aunque por vivir lejos no sintiera bronca sino más bien indiferencia. Sin embargo, mis padres le tenían algo de cariño en particular a los tangos nuevos de Piazzola o a la interpretación de Susana Rinaldi. En casa, los tangos formaban parte de la oferta musical y en los encuentros con amigos, siempre había uno que se pusiera a recitar alguna estrofa o verso o alguien que se animara a cantar. Son tantos, son tan lindos, estaba la Argentina tan lejos. 



Cuando la suerte qu’es grela
Fayando y fayando
Te largue para'o
Cuando estés bien en la vía
Sin rumbo, desespera'o
Cuando no tengas ni fe
Ni yerba de ayer
Secándose al sol
Cuando rajés los tamangos
Buscando este mango
Que te haga morfar
La indiferencia del mundo
Que es sordo y es mudo
Recién sentirás

Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
Yira, yira

En mi caso, y aunque haya estado siempre presente en mi vida, el verdadero encuentro con el tango fue por el baile
. Porque al bailarlo, se me transformó la música, se integró a los movimientos y de repente un mundo más complejo se abrió a mí. El baile es lo que me gusta, la improvisación, el contacto y la relación que se desarolla entre el bailarín y la música. Las letras tontulas ya no importan porque vienen acompañadas del violín o de un golpe de bandoneon, de la voz de un cantante. Hay tangos magistrales que no cansan tan grandes son las posiblidades de interpretación y la concentracion en el abrazo, el ritmo, el varón que guía, la atención al otro, el tempo, las variaciones, los pasos y sobre todo el compás. El tango es una forma de respirar, 4 por 4, se lo escucha bailando (bueno yo lo escucho bailando). Ya casi no lo puedo disociar. Esas melodías se me quedaron pegadas al alma.  
No cansan porque cada vez que se los baila se transforman.Y a medida que voy bailándolo mejor, superior es mi comprensión, mejor el oído y mayor el cariño que siento.


No existe respuesta sencilla a mi interrogante. Cada experiencia es apenas una célula en un cuerpo orgánico complejo que es el mundo tanguero. En Amsterdam, Hong Kong, Istambul, Rusia se baila tango y aunque no lo entiendan del todo, no resuene igual que a un argentino, los bailarines lo sienten. Eso es otro misterio para mí. Por suerte tengo primos que me ayudan a pensar.









viernes, 1 de mayo de 2020

cinco

Hoy caminé hasta tu casa pasando por el sur, a lo largo del canal Lachine. Camino sola, aislada del aquí y ahora por los auriculares, por la soledad, por el impulso del cuerpo, metida entera en el libro que ando escuchando mientras me desplazo.

Camino todos los días más o menos de siete a diez kilómetros, tu casa me queda a 4 km, ida y vuelta, ya ves. 

Todos los días camino para saciar las ansias que tengo de moverme, de mover el cuerpo, de sentirme correr por el espacio. No sabes cuánto lo necesito, cuánto se me ha vuelto imprescindible. Y todos los días, le doy  un poquito más. Apartada en la extensión de la distanciación social, rodeada de geografía silenciosa, camino y pienso en vos.

Hoy, traté de imaginar lo que hubieses dicho de esta situación, la pandemia. Estoy segura que hubieras seguido las instrucciones a la letra. Con la edad te habías vuelto buena alumna además de un poco aprensiva. Te asustaba tanto la muerte. 

Andamos confinados, mamá. Y esa soledad obligada, me cae bien. Pero todo está muy raro. Muy, muy raro. Millones de gente han perdido su trabajo, los restaurantes han cerrado, los peluqueros, los cines, las escuelas, las milongas también. Ya no se puede bailar, ni se podrá hacerlo por mucho tiempo. Las consecuencias del encierre serán enormes, variadas, complejas, buenas y sobre todo malas. Ahora, las dos facetas más importantes de mi vida están en pausa y todos los días camino.

Madre, la cosa es que tu barrio estaba animado cuando llegué; es verdad que volvió el sol después de unos días de frío, o sea que todos los que pudieron, salieron a sentarse sobre el pasto, debajo los árboles que todavía no tienen hojas.  Familias, jovenes, peludos, chicos. De todo. Había un montón de gente amontonada ilegalmente cerca de la vía del tren: casi como la vida de antes, antes del 13 de marzo. Y pensé, qué lindo te hubiera parecido todo. 

Me deslicé por detrás de tu piso, para ver por la ventana, pasando por tu calle, rozando las paredes de ladrillos colorados de tu inmueble. Acercándome de tu recuerdo. Te sentí cerca, y me fui hacia vos. 

Mañana volverá el día y saldré de nuevo a andar con palabras recitadas en las orejas, y auque quizás no pase por tu casa, estate segura que siempre estás metida ahí adentro, cerquita, entre mis pasos y el corazón, me acompañas en la soledad de mis largas caminatas. Caminatas que te dedico hoy,  


Cinco años madre, parece mentira.