sábado, 30 de octubre de 2021
domingo, 24 de octubre de 2021
Attente et mesure
Hace seis años
que empecé gradualmente a cerrar puertas, desatendiendo a amigos, descuidando
de mis intereses: cine, teatro, salidas al campo… El tango, su aprendizaje, su
práctica, sus milongas, voraz aniquilador de tiempo, fue encerrándome en una
idea fija: bailar y bailar cada vez mejor. Quién diría que al volver a una vida
sin tango o casi, tendría que volver a aprender a vivir. Como quien sale de una
secta o ciertamente de la dependencia de una droga dura. Bailar me permitía no
pensar, no organizar, todo estaba hecho: la música me procuraba un bienestar
que solo el abrazo de un bailarín superaba. El placer, goce, que sentía en la pista con un
buen bailarín era tal que justificaba el ser invitado por bailarines inexpertos,
eso sí que es droga. Tango. Todavía están cerradas las milongas. Para tomar una
clase se necesita inscribirse con un compañero de baile, uf. Ahora, el tango
ocupa dos de mis tardes a la semana y un mediodía el sábado. Moderato ma non troppo.
Los viernes a la tarde me quedo en casa, el sábado a la noche me quedo en casa,
el domingo me quedo en casa. Tengo que reaprender a salir, a ver a gente, a dar
citas. Ya ni hablaba por teléfono. Me desacostumbré. Para iniciar esta nueva
etapa puse sobre el papel unos cuantos nombres de gente con los que hace mil
años no hablo, no veo y a las que quiero. Un pasito a la vez. Intentaré llevar
una vida más mesurada o armónica, esperando el momento de poder ir a Buenos
Aires (cuando abran las milongas) y hundirme otra vez en mis ansias locas de
bailar.