domingo, 24 de octubre de 2021

Attente et mesure

 


Hace seis años que empecé gradualmente a cerrar puertas, desatendiendo a amigos, descuidando de mis intereses: cine, teatro, salidas al campo… El tango, su aprendizaje, su práctica, sus milongas, voraz aniquilador de tiempo, fue encerrándome en una idea fija: bailar y bailar cada vez mejor. Quién diría que al volver a una vida sin tango o casi, tendría que volver a aprender a vivir. Como quien sale de una secta o ciertamente de la dependencia de una droga dura. Bailar me permitía no pensar, no organizar, todo estaba hecho: la música me procuraba un bienestar que solo el abrazo de un bailarín superaba.  El placer, goce, que sentía en la pista con un buen bailarín era tal que justificaba el ser invitado por bailarines inexpertos, eso sí que es droga. Tango. Todavía están cerradas las milongas. Para tomar una clase se necesita inscribirse con un compañero de baile, uf. Ahora, el tango ocupa dos de mis tardes a la semana y un mediodía el sábado. Moderato ma non troppo. Los viernes a la tarde me quedo en casa, el sábado a la noche me quedo en casa, el domingo me quedo en casa. Tengo que reaprender a salir, a ver a gente, a dar citas. Ya ni hablaba por teléfono. Me desacostumbré. Para iniciar esta nueva etapa puse sobre el papel unos cuantos nombres de gente con los que hace mil años no hablo, no veo y a las que quiero. Un pasito a la vez. Intentaré llevar una vida más mesurada o armónica, esperando el momento de poder ir a Buenos Aires (cuando abran las milongas) y hundirme otra vez en mis ansias locas de bailar.

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