No se
duerme bien en los albergues. Echados sobre literas (de veinte a cuarenta por
cuarto), cercanas las unas de las otras, muchos roncan en cuanto ponen la
cabeza sobre la almohada. Los ruidos provocados por las bolsas de dormir o gente
removiendo sus pertenencias, rebotan con eco sobre las paredes de esos lugares
muchas veces lúgubres donde se acomodan los peregrinos a dormir. El precio de
10 euros justifica cualquier incomodidad. El peregrino no pide, dice un cartel,
agradece.
En Irún, mi
primera noche, sin pegar ojo, estaba demasiado febril por empezar este viaje, me
preocupé con el estado de fatiga que sería el mío el día siguiente. Después de
unas semanas, no me inquietaría más por eso. Lo que se debe caminar, se camina,
cansado o no, habiendo dormido o no. Ésta fue un preludio perfecto a lo que
vendría.
Antes de despuntar el día, muchos se levantan
con ayuda de una alarma y de la luz del teléfono celular y empiezan a armar la
mochila. El ruido con solo bajar de la litera es suficiente para molestar a los
que habían podido dormir. Me puse a observar las mañas de los peregrinos matutinos
preguntándome--y eso lo haría durante los 33 días de mi camino--que justificaría
el despertar antes de las seis de la mañana.
Sin
más remedio, la peregrina novata, intenta sin demora y en la oscuridad, preparar
la mochila sin olvidarse de nada, rehaciendo una y otra vez los bultos que se meterían
en lo que se convertiría en una amiga: la mochila bien organizada. Cómo a todos
los que conocí, me he olvidado de algunas cosas de lugar a lugar. Pienso sin embargo haber estado bastante reconcentrada con mi poca ropa y mi
equipaje. Fue una constante preocupación para mí, eterna distraída.
Algunos
albergues, pocos, sirven desayuno: café, un pastelito dulzón, pan y mermelada
de melocotón, la única disponible y una que se volvería broma entre los peregrinos.
Existen varias clases de alojamiento, los albergues municipales, los más baratos, no admiten reservas. Hay que presentarse a la puerta y esperar que el hospitalero nos acoja, nos selle la credencial y nos de la funda que se pondrá sobre el colchón. El peregrino retrasado puede encontrarse con el albergue completo y tener que seguir a otra aldea o encontrar otra solución. En varias ocasiones, tuve que esperar hasta dos horas para ingresar. Otra clase es la privada que admite reservas. Con el teléfono, muchas veces hubo que reservar. No siempre en el lugar elegido, en ocasiones tuve que caminar 10 o 20 km más para encontrar alogamiento. En Cantabria, muchos albergues municipales habían cerrado durante la pandemia de COVID 19 y no volvieron a abrir. Y cuando se obtiene reserva, estas pensiones dan más tranquilidad por los horarios al no tener que apurarse en llegar, procurando de vez en cuando algo más de confort. No siempre.
En las
ciudades grandes, San Sebastián, Gernika, Bilbao, Santander, Gijón, Santiago,
lo más común es alojarse en hostales, pensiones, más caros, pero algo más cómodos.
No todo fue sufrir. Algunos lugares fueron hermosos, pienso en particular en un
monasterio en Santillana del mar, otro en Sobrado de Monxes; uno que otro albergue
por Cantabria, privados, limpios y prácticos. En treinta tres días, habré experimentado
33 camas, obviamente, y se me ocurrió
que a los que les guste o estén acostumbrados al camping y otros clubs de
vacaciones no les habrá resultado difícil dormir, para mí no hubo caso, nunca
me gustaron y nunca pude dormir bien en los albergues.