lunes, 26 de agosto de 2024

Dormir

 

No se duerme bien en los albergues. Echados sobre literas (de veinte a cuarenta por cuarto), cercanas las unas de las otras, muchos roncan en cuanto ponen la cabeza sobre la almohada. Los ruidos provocados por las bolsas de dormir o gente removiendo sus pertenencias, rebotan con eco sobre las paredes de esos lugares muchas veces lúgubres donde se acomodan los peregrinos a dormir. El precio de 10 euros justifica cualquier incomodidad. El peregrino no pide, dice un cartel, agradece.

En Irún, mi primera noche, sin pegar ojo, estaba demasiado febril por empezar este viaje, me preocupé con el estado de fatiga que sería el mío el día siguiente. Después de unas semanas, no me inquietaría más por eso. Lo que se debe caminar, se camina, cansado o no, habiendo dormido o no. Ésta fue un preludio perfecto a lo que vendría.

 Antes de despuntar el día, muchos se levantan con ayuda de una alarma y de la luz del teléfono celular y empiezan a armar la mochila. El ruido con solo bajar de la litera es suficiente para molestar a los que habían podido dormir. Me puse a observar las mañas de los peregrinos matutinos preguntándome--y eso lo haría durante los 33 días de mi camino--que justificaría el despertar antes de las seis de la mañana.

Sin más remedio, la peregrina novata, intenta sin demora y en la oscuridad, preparar la mochila sin olvidarse de nada, rehaciendo una y otra vez los bultos que se meterían en lo que se convertiría en una amiga: la mochila bien organizada. Cómo a todos los que conocí, me he olvidado de algunas cosas de lugar a lugar.  Pienso sin embargo haber estado bastante reconcentrada con mi poca ropa y mi equipaje. Fue una constante preocupación para mí, eterna distraída.

Algunos albergues, pocos, sirven desayuno: café, un pastelito dulzón, pan y mermelada de melocotón, la única disponible y una que se volvería broma entre los peregrinos.

Existen varias clases de alojamiento, los albergues municipales, los más baratos, no admiten reservas. Hay que presentarse a la puerta y esperar que el hospitalero nos acoja, nos selle la credencial y nos de la funda que se pondrá sobre el colchón. El peregrino retrasado puede encontrarse con el albergue completo y tener que seguir a otra aldea o encontrar otra solución. En varias ocasiones, tuve que esperar hasta dos horas para ingresar. Otra clase es la privada que admite reservas. Con el teléfono, muchas veces hubo que reservar. No siempre en el lugar elegido, en ocasiones tuve que caminar 10 o 20 km más para encontrar alogamiento. En Cantabria, muchos albergues municipales habían cerrado durante la pandemia de COVID 19 y no volvieron a abrir. Y cuando se obtiene reserva, estas pensiones dan más tranquilidad por los horarios al no tener que apurarse en llegar, procurando de vez en cuando algo más de confort. No siempre.

En las ciudades grandes, San Sebastián, Gernika, Bilbao, Santander, Gijón, Santiago, lo más común es alojarse en hostales, pensiones, más caros, pero algo más cómodos. No todo fue sufrir. Algunos lugares fueron hermosos, pienso en particular en un monasterio en Santillana del mar, otro en Sobrado de Monxes; uno que otro albergue por Cantabria, privados, limpios y prácticos. En treinta tres días, habré experimentado 33 camas, obviamente,  y se me ocurrió que a los que les guste o estén acostumbrados al camping y otros clubs de vacaciones no les habrá resultado difícil dormir, para mí no hubo caso, nunca me gustaron y nunca pude dormir bien en los albergues.









jueves, 15 de agosto de 2024

Primer día: grandioso País Vasco. 1. Equivocación.

Todas las fotos son mías (10-07-2024)


Sorpendida, sí, pero sobre todo, percatándome de que me había equivocado, rotundamente, sobre el tipo de recorrido que estaba iniciando. 

Al salir de Irún, subiendo hasta Pasaia por unas laderas empinadas, caminando por unos senderos llenos de hojas, raíces salientes, piedras, barro y tierra,  fui dándome cuenta que mi visión idealizada del camino no era la que estaba viviendo. Hubo un momento ese primer día en el que tuve que pararme y mirar en mi entorno, respirar aflijida y pensar: ¡uy, uy, uy, ¿dónde me he metido?! Al elegir el camino del Norte, había emprendido un camino de fuerte ascenso (eso es poco decir) por montañas bravas cuando yo tenía una visión de rutas por colinas suaves y bien trazadas. Y yo no soy de senderismo. No, en lo más mínimo, todo por lo contrario. ¡Me había equivocado! Pero ya, pensé, a escalar entonces y hasta Santiago se dijo.



Lo mío fue, por lo menos hasta Santander, lomas, subidas, bajadas, rocas, deslices, subidas, ah ya lo dije, acantilados, bajadas, eucaliptos, sudor, dolor y consternación. Belleza. ¡Cúanta belleza!