sábado, 2 de diciembre de 2006

Paulina, ¿ya que insistes?

Tengo que confiar en mis instintos. Soy urbana, tan urbana, siempre lo fui, conozco las ciudades y como funcionan, no me asustan. Ándale Inés, ve y haz. Tengo que dejar este maldito bolso con rueditas en algún lugar, mi mochila, me incomodan. Tengo que encontrar un alojamiento para la noche. Tengo que descansar y comenzar a disfrutar de este viaje robado a la suerte. Tengo que pensar en el DF como una entidad accesible, inteligible, comprensible, lo tengo que hacer por mí, por mí. Vine buscando fantasmas y ahora estoy en la calle sintiéndolos, rozándolos.

Salí de la fonda y me puse a caminar desorientada pero feliz; una señora en un patio tomaba té y me vio perdida. Me invitó a sentarme, sin decir mucho, solo saludos y una calma que me transmitió. ¿Estás buscando algo? "Sí, le respondí, Internet". "Acá al lado, en la papelería, hay una máquina, luego te llevo, ven a sentarte, toma un té". Tenía al lado de su silla un altar lleno de flores, comida, calaveras, botella de tequila, semillas, frutas. Me siento a su lado y tomo mi té. Le pregunto, "¿por qué la tequila?" "Porque mi muerto tomaba, y la necesitará, hace poco se murió, me dice, para irse para allá, la necesitará. Fuimos campesinos hasta que desapareció el campo. La ciudad lo comió". Me quedo callada mirando su altar. Estoy emocionada. Siento presencias. Me toma la mano, me la sujeta un momento largo y me dice que mis hijos me necesitan, que estoy equivocada. "¿Equivocada por qué?" "Umm, yo lo sé, tú sigue tu camino, pero tu lugar no está aquí, está allá, ya te darás cuenta". Sí mi vida está allá pero en ese momento miro su cara arrugada de vida y penas, y le agradezco el té, no quiero entender, estoy en un estado de superviviencia absoluto. "Eres una buena mujer. Piensa en mí cuando vuelvas". Sí, le susurré, "gracias señora, su patio está muy bonito. Qué tenga un lindo día". "Piensa en mí," me repitió, "me llamo Juana, y soy abuela diez veces. Algo sé de la vida". LLega un niño y me lleva al Internet.

Estoy en un taxi re chingón, uno pequeño verde, seguro, y veloz. Me está llevando a la zona rosa. El taxista me habla y yo le cuento mis desventuras. Estoy de buen humor y quiero ser divertida: le cuento con muchos detalles el aeropuerto de Dallas, la actitud de los americanos. Imito mis oficiales preferidos. Se ríe y se ríe. "No puede ser", murmura, "no puede ser"... Estamos conversando de lo más bien cuando entramos a la zona rosa, damos vueltas, este hombre que afirmaba conocerse a la ciudad de México como ninguno, no encuentra la calle y me deja sobre Insurgentes. Me ayuda a bajar los bolsos, me dice: "Por aquí debe estar su calle, perdone, no sé. No la encuentro". "No se preocupe soy desenvuelta, ya encontraré la pensión". ¿Qué remedio? El taxista se despide diciendo que soy algo bruja. Qué no crea que tuve mala suerte, es todo lo contrario me dice. Bueh, puede ser pero ese sábado por la tarde tuve que ir a varias pensiones antes de encontrar una que no esté llena. En este viaje no me saldrá nada fácilmente, una guerra sin tregua. Le Havre, calle Le Havre y Londres. Tiene lugar. Suspiro aliviada. Un chico me muestra la recámara, tiene cama, ducha, ya se sabe, para mí suficiente. Dejo mi puto bolso, mi muy maldita mochila. Ya son las siete de la tarde, tengo ganas de caminar, caminar, caminar. Me recorro la zona rosa de arriba abajo, me camino sus calles con ganas, con empeño, es mi carácter. Comienzo por la Glorieta. Me gusta. Me gustan lo bares, las tiendas, los kioskos, los restaurantes americanizados, los restaurantes para turistas con su personal en la vereda llamando al cliente, los chicos ruidosos, gritando y macaneando por la calle, las peluquerías, la comida por la calle, olores varios y deliciosos, la gente apurada, los jóvenes con gel en el pelo, todos iguales, camiseta negra y jeans, las chicas maquilladas caminando con tacos altos, coquetas, mujeres, los músicos ambulantes, la tonada mexicana, me gusta todo. Es más, me parece familiar y cercano. En el camino las cabinas telefónicas me obsecionan, durante toda mi estadía harán parte de mi paisaje. En cada esquina hay una, las conozco, sé cuando funcionan cuando no, las intuyo. Mojones de mi camino, no puedo resistir al deseo de dejar mensaje, es ya casi un ritual, mi mano se posa sobre el bolsillo trasero de mis vaqueros, saco la tarjeta, uso la tarjeta, qué fácil me resulta, la voz del operador diciendo, "a partir del cuatro de noviembre, para marcar un número larga distancia tendrá que componer el 045. Buzón Telcel, la llamada se cobrará al terminar los tonos siguientes". Clic. Vuelvo a las diez. Estoy tan necesitada de sueño. La cama es demasiado grande, una piscina. Me quedo dormida antes de que mi cabeza llegue a la almohada. Respiro y sueño.

1 comentario:

  1. Delicioso, mi veneno por entregas. Gracias. Divino el encuentro con la vieja, corazón de Inés, corazón quebrado: mitad allá mitad acá, siempre.
    Lo estás consiguiendo, el retrato de ti misma, lúcido y real. Ines, orfebre de la casualidad, espuma de mar. No te sabes, pero nadie se sabe..., no te apures. Es lo mejor que he leído en mucho tiempo, y no no hay ni una micra de hipérbole en mi afirmación.
    Dame más de ti.

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