viernes, 8 de diciembre de 2006

Pochocla, ¿me lees? quinta entrega

Hay mañanas de domingo para cuando estás cansado, abundan. Hay mañanas de domingo para cuando estás triste o alegre y también las hay para cuando estás de repente en otra vida y la vida viene con un tiempo diferente, un tiempo sin reloj, sin coches, sin obligaciones, demandas, deberes o fiestas de cumpleaños de los niños, ¿mamá donde pusiste el regalo?, mamá traenos más leche que se acabó, esos son mis domingos y me gustan, pero también hay mañanas de domingo para cuando amaneces y el amanecer tarda una barbaridad en llegar, mañanita del DF, como si también quisiera estirarse sin apuro y contemplar la noche extinguiéndose lentamente, mañana perezosa, como mis piernas, mis brazos en mi cama inmensa, hay mañanas de domingo para cuando estás ávido de conocer o por lo menos llegar a tener la noción de lo desconocido y todo es absolutamente posible. Hay mañanas de domingo que anuncian un sol brillante y yo me despierto sin la menor idea de lo qué haré. Voy a buscar café.

-Hola, ¿querés tomar algo? Hay agua caliente, recién hervida
-No gracias. ¿Eres argentina?
-Ajá, pero vivo en Francia... es algo complicado. Y vos, ¿de dónde sos?
-Yo, aunque me confundan regularmente con francés, soy mexicano, soy de Puebla, bueno, es complicado también.
-Jajajajajaja, a ver, explicame.
-Nací en Chiapas, pero tengo tiempo en Puebla, allá estudio. Estoy en el DF buscando trabajo.
-Oh qué bien, ¡pero hoy es domingo!
-Sí, nos volvemos esta noche, hoy es día de paseo. Y tú ¿qué haces por aquí?
-Yo me estoy levantando como vos, y es temprano.
-Aquí llega mi padre que vino conmigo, te lo presento.
-Encantada, señores, ¿desayunamos?

Salgo de la pensión de los brazos de mis cómplices entusiastas. Me llevan. Me llevan en su día y sus recorridos. Me hablan, me cuidan, pero sobre todo me ubican, me muestran edificios, jardines, casas, capillas, mercados, me divierten, cuántas veces me habré echado a reír con sus cuentos, me explican la comida en los mercados, me la dan a probar, nos quedamos horas en los mercados, me fascinan, quiero saberlo todo, los nombres, los olores, los gustos, la bebida, se alegran de mis ganas de conocer y me explican las costumbres, me ayudan dándome las claves de la ciudad que me servirán hasta el último día, me entregan su México, me regalan sus voces, sus dichos, su forma de hablar, su historia. Me pasean y estamos contentos, felices de conocernos y charlar sin freno, quejarnos de la contaminación, de la multiplicación de autos, Óscar me dice que quiere un día ver al DF sin carros, por eso estudia gestión de la Ciudad, por eso se entrevistó con el Metro del DF, por eso trabajará allá mejorando los transportes públicos, malhablamos de los yanquis, del trabajo, de los políticos, las mujeres y los hombres, por supuesto que también rehacemos un poco el mundo, y hablamos de la vida que nos espera allá donde vivimos, de la familia, los proyectos, un poco de los sueños. Coyoacán, un barrio situado al sur fue nuestro primer destino: la casa de Frida, el mercado, la plaza, las iglesias, sus calles, sus flores, su gente, luego al norte norte: la basílica de Guadalupe, las iglesias, la vieja, la nueva, los mexicanos de rodillas, ferviertes, nunca he visto a pueblo más católico de mi vida, un catolicismo vivido con el corazón, la cabeza y el cuerpo, vehemente, un pollo asado, un café, un pastel para Sergio, otro café para Inés, el centro, el Zócalo, Bellas Artes, los monumentos, la gente, la energía de ese pueblo que no para, los negocios, todo a pie, Óscar saca fotos, Sergio comenta, ninguno de los tres nos cansamos, caminamos diez u once horas ese día de sol y calorcito rico de otoño, tomamos el metro, peceros, a penas un poco, cuestión de atravesar largas arterias de la ciudad. Regresamos a la pensión, nos despedimos con abrazos y besos, me quieren llevar a Puebla, pero les tengo que decir que no. No puedo salir de la capital, "por suerte no necesitas salir, el DF es autosuficiente" me dice Óscar, mañana me toca solucionar mi problema de pasaporte. Salgo a comer de noche sola con mi cansancio y buen humor, me como un plato enorme de chilaquiles rojos, mis preferidos, tomo mi primera cerveza en México, vuelvo satisfecha con el domingo, con el paseo, con los mexicanos guapos corredores de maratón y maestros en planificación urbana. Se me ocurre en un momento metiéndome en la cama que si actualizo mi pasaporte, acepto la invitación me voy a Puebla y chau hermano, dicen que es tan bonito.

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