
-Epa, vos aquí, yo te creía allá
-Y no, ya ves, aquisito mismo
-¿Y?
-Bien
-¿Solo bien?
-No, no, bien, bien
-Ah, bueno
-Encontré piso
-Oh, qué suerte
-Una cosa…
-Ya sé lo que me vas a decir
-Cómo que sabés, no sabés…
-Sí lo sé
-A ver, niña lista, sorprendeme
-Las veredas todas rotas
-¡Oh, sos bruja!
-Jajajajajajajaja.
-Sí, eso era lo que te iba a comentar. Las veredas no tanto como las calles.
-Cada vez que vuelvo en mayo, me digo lo mismo. No hay como los ingenieros franceses ¿a qué no?
-Tenés completamente razón, me impactó, la verdad, pero sobre todo que lo hayas adivinado.
-Es que soy de allá
-Cierto, cierto, y bueno, corazón, ya tenés donde quedarte en el centro, cuando vayas allá. Te va a gustar. Estoy contenta.
-Oh, pero seguro que me vas a ver, voy todos los años.
(Bipppp, bippppp. Bueno bueno señora, ya nos vamos)
-Siempre tenemos que vernos así, ¿no?
-Es que sí, nosotras es así, en el auto las ventanillas abiertas en el medio de la calle.
-Alguna vez tendremos que hablar sentadas en el mismo sitio ¿no te parece?
-Podría ser. Me invitas a un mate.
-Te invito, y te cuento lo del trabajo.
-Vale, hasta luego hermosa
-Hasta luego vecina. Nos vemos. Besitos.
Las veredas todas rotas pero caminabas por ellas como una bailarina de luz, ignorante del espectaculo que ofrecia tu espalda a una mirada que te seguia hipnotizada.
ResponderEliminarY el restaurante estaba a la derecha.
Pienso en una linea marron.
a.v.
No aprendo, siempre tomo la izquierda, las tardes soleadas, los finales del día americanos, pero también las noches parisinas, hacia Etoile, bajo la lluvia, así soy, siempre voy del lado de mi mano amiga; pero más que a la izquierda esa vez me fui al norte, porque con vos siempre es subir, alzarse, ascender, escalar, ¡qué no habré hecho con vos!, si hasta trepé una valla, ¿te acuerdas? Toujours plus haut, aupa estuvimos con el magnífico Aconcagua, ahí nomás, cerquita, dicen que es alto; y si no hay monte, montaña o ascensor, entonces los árboles de las plazas, con u poquito de vértigo, tuviste que venir a buscarme, o sí, la calle St-Denis, hacia el norte, claro, trepar de tu mano, sin arquitecturas particulares, solo intentar alcanzar el cielo, donde sos mi minuto eterno, es muy fácil cuando estás a mi lado. Además el restaurante no estaba a la derecha estaba simplemente equivocado.
ResponderEliminarPienso en tus manos debajo de mi cuello. Ya sin línea marrón.
Inés
Claro que me acuerdo, lo sabes. Saltaste una valla y se abrio la ventana mas hermosa y tentadora que jamas haya visto en una iglesia: un roseton caliente que me cegaba al ritmo de tus pasos, entre confesonarios, cirios, sufrientes colgados y altares. Como quema la piel entre telas desgarradas y bovedas frescas! Pero antes fue el paseo por Brasil, desde Cummings hasta la plaza haciendo una digestion de locos y vino blanco. Y alli estaba el arbol, hermoso de primavera austral, para que tu lo treparas.
ResponderEliminarSiempre subir, contemplar el paisaje desde una perspectiva mas amplia, mas abarcadora, ya sea por Saint-Denis o por un templo egipcio de espaldas a poniente. Vertigo de altura, y aprovechando que estabas apunada el restaurante fue cambiando de posicion, lentamente, para disimular y que nadie se fijara; lo delato un tintineo de copas y la jarra de agua que el camarero derramo al comprender que estaba en el restaurante equivocado: el hechizo de la bailarina de luz.
Ines, si vas a desenvainar la espada en el baile quiero que la pared tras de mi sea formidable y no haya lineas marrones entre mi mirada y tus brotes.
Conozco montones de estructuras sin trepar, vamos?
a.v.
Sube conmigo, amor americano.
ResponderEliminarBesa conmigo las piedras secretas.
La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla.
Vuela el vacío de la enredadera,
la planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Ven, minúscula vida, entre las alas
de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado-
apartando esmeraldas combatidas,
oh agua salvaje, bajas de la nieve.
Amor, amor, hasta la noche abrupta,
desde el sonoro pedernal andino,
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.
Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,
cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve,
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga despertando al cielo,
qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?
Quién apresó el relámpago del frío
y lo dejó en la altura encadenado,
repartido en sus lágrimas glaciales,
sacudido en sus rápidas espadas,
golpeando sus estambres aguerridos,
conducido en su cama de guerrero,
sobresaltado en su final de roca?
Qué dicen tus destellos acosados?
Tu secreto relámpago rebelde
antes viajó poblado de palabras?
Quién va rompiendo sílabas heladas,
idiomas negros, estandartes de oro,
bocas profundas, gritos sometidos,
en tus delgadas aguas arteriales?
Quién va cortando párpados florales
que vienen a mirar desde la tierra?
Quién precipita los racimos muertos
que bajan en tus manos de cascada
a desgranar su noche desgranada
en el carbón de la geología?
Quién despeña la rama de los vínculos?
Quién otra vez sepulta los adioses?
Amor, amor, no toques la frontera,
ni adores la cabeza sumergida:
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos,
y, entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío,
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.
En la escarpada zona, piedra y bosque,
polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo
o como un nuevo piso del silencio.
Ven a mi propio ser, al alba mía,
hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.
Y en el Reloj la sombra sanguinaria
del cóndor cruza como una nave negra.
Adiviná de quién es...
En garde, AV, voy a sacar la espada y tendrás que buscar una esquina...
Te quiero.
Inés
“A traves de la tierra juntad todos
ResponderEliminarlos silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera en vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabon a eslabon, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un rio de rayos amarillos,
como un rio de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, dias, anhos,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.”
Ines, era un jardin colgado sobre una playa rocosa y vestida de algas; la sirena del tajamar callaba avergonzada y el mediodia rodeaba el purpura delicado en la copa de carmenere que llevabas a tus labios. Mas tarde, cruzando la cordillera, descubriste al condor flotando camino de Mendoza, creo que por alli rondaba el autor de estos poemas.
No saques tu espada en las esquinas, mejor hazlo en los rincones para que no sea posible la huida. La tentacion de la herida que prometes bien vale el sudor de ese combate. Un dia menos en el abaco.
Eco.
a.v.