lunes, 29 de septiembre de 2008

Insultos

El único momento en el que insulto es cuando manejo. Me gusta hacerlo y lo hago bien, creativamente. Me sale en ese momento todo mi mal genio, no lo puedo evitar. Eso de la creatividad viene de que a menudo llevo a los chicos en el auto, entonces una se esfuerza por no ser demasiado cruda... Sin embargo, el insulto desahogador me sale pleno y rotundo cuando me enfrento con los conductores canadienses. Ay, ¡qué mal conducen, por Dios! Aprendí a manejar en Europa, manejar en serio digo, ya que tuve un auto entre las patas desde los dieciséis años y creo que lo hago bien. Mejor que muchos, sin miedo y en control, quizás sea algo brusca con el coche, pero tengo buenos reflejos. Añoro un poco a los conductores franceses, son locos pero buenos. Los hombres se quejan muchas veces de que las mujeres son demasiado cuidadosas o lentas, yo no, no lo soy. No, señoras y señores, me gusta manejar, y sufro cuando la gente a mi alrededor lo hace mal. En toda mi vida tuve un solo accidente y fue en París volviendo de un aeropuerto, hace poco, durante una de mis perdidas legendarias, con un montón de gente en el auto, un gesto desesperado me hizo girar a la izquierda y pumba, el que seguía detrás no pudo evitar mi auto y me abolló el costado, sorprendido de mi locura temporaria, resultando, por suerte, en más ruido que mal. Aparte de ese momento, no lo olvidaré, soy una buena conductora y siempre he insultado a todos los que lo hacen mal. Hay insultos e insultos, por supuesto. A mí me gustan las verduras, por ejemplo; uno puede dejar volar la imaginación usando verduras en vez de palabrotas, choclo desdentado, zanahoria mal crecida, sinvergüenza de repollo mal lavao; esas invectivas me permiten insultar y hacer reír a los chicos, además de liberarme. Manejo todos los días y todos los días insulto. Ajá, toditos todos. Palabras en el aire, que intento sean lo más aliviadoras posible. En Canadá, la mayoría de los conductores tienen autos automáticos y éstos son lentos para arrancar, son grandotes, y están acostumbrados, los muy cómodos, a no tener que fijarse demasiado en los demás, pensarán que el retrovisor es para ver donde está la nariz cuando se meten el dedo y ... Son espantosos, les digo yo. No miran, no conocen el tamaño de su coche, son lentos, y miedosos, el miedo es... terrible: voy pero no, me meto pero no sé, ay, ¿qué hago? Por Dios, metete de una santa vez, por favor, y dejá de hacernos sufrir. Encontré ayuda en mi madre que me habló de boleros mexicanos, unos boleros que me ayudarán a no sentirme corta en los insultos de mis recorridos diarios. Aquí les pongo un ejemplo, yo estoy aprendiendo con aplicación las letras de esta buena señora para cantarlas cuando vaya de aquí para allá y tenga que relajarme en el tráfico canadiense.



Les presento a Paquita, la del barrio, y ahora me oirán cantarla por las calles de Montreal, desde las ventanillas de mi autito color plateado...



Siento que me voy a reír. No hay como los boleros, jaja.

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