Me harté de mirarme los dedos del pie. Sentada a mi lado, la tipa se abanica casi con violencia. El gesto es demasiado rápido--frenético-- para ser soportable. Oh qué calor, qué calor, murmura. Hay un nerviosismo que se despega de todo su cuerpo. A medida que sus gestos entrecortados mueven el aire, me llegan ondas de su malestar. No me afecta porque me miro los pies. Y si, razonablemente, hay que ser tolerante, me gustaría que se calmara, sospecho que le debe ser difícil, --¿imposible?, ¿lo podrá?--, tranquilizarse; tengo diez dedos del pie, el meñique del pie izquierdo perdido en la sandalia; todo en ella es tensión, ¿por qué no se calma?, una tensión honda.
No corre una gota de aire. Somos cinco en la sala de espera y el tiempo decidió sentarse a esperar con nosotras y el abanico que sigue moviéndose con sacudidas ruidosas. Y si se lo saco, lo tiro al piso. Además es feo, verde y amarillo, uno vulgar casi de papel o cartulina, no sabe abrirlo ni cerrarlo, lo mueve torpemente. Recuerdo él que tengo en casa, comprado en las puertas del Alhambra, de madera pintada de azul roja rosa, y que al cerrarse hace ese ruido clac, pruuuut al abrirse de nuevo y clac... me está poniendo de los niervos con sus gestos maniáticos.
Se oye el timbre de un teléfono, aprovecho para despegar los muslos del asiento de simili cuero sin llamar demasiado la atención. Estoy sudando yo también. Se abre la puerta, la secretaria habla con voz baja, la mujer parada delante del mostrador echa un ojo a la sala, las cinco mujeres sentadas levantamos los ojos casi al mismo tiempo: qué cuadro ofrecemos, rostros pálidos, salvo el de mi vecina, roja y sudorosa, pelo pegado al cuello, brillamos de calor. Ésta me mira de vez en cuando y sonríe, parece estar realmente incómoda. No soy sutil, no consigo ocultar mi exasperación. Levanto la cabeza, para sacudir el malhumor que está adueñándose de mí. La vecina pelirroja dice con voz preocupada, los calores de la edad, son terribles, ajá respondo con voz que quiero amable, pero que no lo es. Todo en ella me molesta. Gotas de sudor le caen por el cuello.
Señora Lucca, puede entrar, me dice la secretaria de repente, me levanto lentamente quiero contrastar con mi vecina rauda. Entro, me siento en el asiento de mi amiga abogada...
-Sofía, gracias por recibirme. Sé que es difícil para vos...
-No seas boluda, te llamé para que vinieras. ¿Estás bien? ¿Esperaste mucho? Lo siento, estoy muy ocupada hoy.
-No te preocupes, estás en mi camino, fue esperar unos minutos con tus clientas, pero yo bien, solo que me ha hecho un poco de calor en la sala de espera.
-Sí, ya sé. Tengo pensado poner un ventilador de techo, ayudará un poco.
-Claro, eso está bien, el verano recién empieza... O sea que podré encontrarme con el contacto que te pedí. No sabes cuánto te agradezco, es tan importante para mí. Necesito tanta ayuda con este problema. Ya sabes. Además, van semanas que quiero comunicarme con alguien que me ponga en contacto y no puedo.
-Lo sé, por eso ...
-Te corto, para decirte que quiero que sepas que estaba desesperada, si no me encuentro con el pintor no podré terminar mi trabajo y ya tengo tanto atraso. Este contacto, es tu cliente, ¿es así? Lo conoce bien al pintor, ¿no?
-Laura, tranquila, después de que me llamaras, le comenté por teléfono algo de tu proyecto... pero... Querida, habrá que convencerla, es íntima amiga del tipo pero vas a tener que seducirla con tus argumentos, ser tan brillante que quiera ayudarte.
-Lo intentaré.
- Te lo presentará si piensa que harás un buen trabajo. El pinto Roussef con el que quieres entrevistarte es raro. Ahora... sí trabajo para ella, estoy finalizando de redactar un contrato importante. Nos vemos seguido. Como te lo dije esta mañana, quería aprovechar de tu visita para quedar con ella, pero no pudo venir hoy. O sea que lo que podemos hacer es que te quedés un momento más y esperés que la llame, luego te cuento. Ahora debo recibir la próxima clienta, no te molesta esperar un ratito más, ¿no? Lo siento, pensé que podrías encontrarte con ella aquí, pero no ....
-Sofía, por favor, muchas gracias por todo, estaré en la sala de espera. Vos tranquila...
Y me vuelvo a sentar. En el mismo sitio que anteriormente, al lado de la pelirroja y de su abanico porque ya no quedaba ni una plaza libre. Entra una señora hablando fuerte al despacho de mi amiga. Se cierra la puerta y quedamos todas, otra vez, en silencio, con el calor, intenso, pegajoso. A esperar. Abandono la contemplación de mis pies por la de las paredes, mi mente ocupada con esta posibilidad de contacto tan necesaria para mi trabajo, más nerviosa ya que había imaginado un encuentro este día y llegar a obtener una exclusiva con el pintor John Roussef. Meses de intento atrapados entre estas paredes beige amarillentas, y estos asientos tan asquerosamente pegadizos.
La pelirroja se agita. Se levanta, vuelve a sentarse. Toma su teléfono, hasta para marcar el número hace ruido, habla fuerte. Me irrita el sonido de su voz, sus gestos, su teléfono, su bolso tirado por el piso, lleno de cosas. Qué despelote. Se pone a buscar algo, saca un pañuelo, ha dejado caer el abanico al piso.
Desde que empezó a trabajar en laasociación para mujeres con dificultades de la ciudad, Sofía trabaja doce horas al día. La sala está nuevamente llena, una señora más espera parada al lado de la entrada.
Me agacho para levantar el abanico, en el mismo momento la pelirroja hace lo mismo, con un movimiento desubicado me pisa la mano y me golpea la cabeza. Sorprendida por el dolor me sale un: pero que bruta, cuidado por favor. Me he exclamado y no puedo creer lo que dije, me siento mal y me quedo prostrada sin poder hablar, todas las mujeres de la sala me miran, la pelirroja ofendida por mi grosería, se vuelve a sentar diciendo que ha sido un accidente. Más calma ya, no se mueve, yo tampoco, nadie dice nada. Nadie se mueve.
Suena el celular, hola dice la pelirroja, no querida todo bien, pero ¡si estoy en tu sala de espera!, pude venir al final. Te estoy esperando... Sí, tonta, aquí estoy. Qué calor hace che...
Gracias, Néné, me encantó.
ResponderEliminarAcabo de passar 20 minutos imaginando a cena no meio daquele calorzão canadense, insuportável, ofegante, com aquela velha chata que vai determinar o teu destino. gostei.
Um beijo
Zé
Zezinho, você e muito gentil con sua ruborizada servidora. Eu gosto de você. Obrigada amigo meu. Beijao
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