Carne y arena
Sentí desde la puerta de entrada, la
voluntad del museo de crear una atmósfera particular, ¿será el museo o el
artista? (creo que le dicen experiencia ahora) - Largos pasillos negros para
entrar, una demora con el propósito de mantener una suerte de ansiedad (además de detalles tecnicos); la
gente va entrando gota a gota; en la salita de espera la voz de una encargada dice:
“cuando usted entre, tendrá que despojarse de todo lo que trae, déjelo en la
entrada”. Ni teléfono ni cartera, nada. Hubo algo teatral, solemne en la
construcción de la exposición.
Desde el 17
de marzo hasta el 15 de agosto 2021, el centro Phi (en el Arsenal de arte contemporáneo)
presenta la exposición Carne y arena del cineasta Alejandro Gonzales Iñárritu.
El
asistente, luego de ser llamado, entra en una primera sala sin saber lo que le
espera. La primera sala tiene el aspecto de un vestuario frío e impersonal, un detalle,
sin embargo, zapatillas, zapatos, sandalias, todos usados y de tamaños diferentes
han sido dispuestos contra las paredes metálicas de esa sala donde la
temperatura es baja; ahí unos carteles nos piden de descalzarnos y poner los
zapatos en un casillero, luego un foco colorado parpadea mostrando la puerta
por la cual entrar. Todo tiene una apariencia glacial. Como preparándonos a
perder algo de nuestra humanidad.
En la segunda
sala: arena, la sensación rasposa bajo los pies de una arena tosca, una sala ni
chica ni grande, rectangular. Una explicación de unos minutitos de cómo usar el
casco de realidad virtual: el objetivo es que el sistema de realidad sea lo más
completo posible. Viajaremos y estaremos inmersos en un desierto.
La
experiencia virtual fue fuerte, un grupo de personas arrestadas por la policía
de la frontera entre México y los EE. UU. Un helicóptero ruidoso y amenazante, gritos, pasos,
penumbra, disparos, agitación, miedo, el foco implacable de las luces altas del
jeep, movimientos repentinos, una tensión entre un policía y el supuesto coyote,
una persona descompuesta, participamos en ese momento como espectador y
partícipe. Podemos movernos, caminar, escondernos detrás de una roca. Yo no
pude moverme. De repente, una mesa alrededor de la cual un grupo de personas esperan, no sê como explicarlo sino que estamos en Europa en una de las islas griegas que acogerieron a tantos refugiados sirios y demás países cercanos. Un guiño de Iñárritu (muy bien pensado).
No fue mi
primera experiencia de realidad virtual, ya en dos o tres ocasiones experimenté
esa sensación rara de estar en un lugar sin cuadro, ingrávido, volando en un
ambiente tridimensional. La arena quería aquí recordarnos de nuestro cuerpo, mantenernos
conectados. El rato termina con la luz
del día, la aurora y nos deja habiendo vivido una experiencia a solas, muda,
con los ojos gran abiertos. Seguramente,
en otra ocasión, la experiencia sería diferente, me sentaría, me movería más,
no sé. Solo sé que cada vez que uno se pone ese casco virtual, la aventura es otra.
Iñárritu
quería que sintiéramos, no tanto ver o comprender sino sentir el miedo, la
desesperación, el cansancio de un grupo de gente, niños, mujeres, hombres.
Una última
sala con fotos y sobre las fotos, la historia de los protagonistas de las
historias que sirvieron a producir esta película. Los cuentos que alimentaron
la escena.
Sí, algo de
teatro hubo durante mi pasaje por la exposición, pero me gustó, me gustó mucho.
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