Me pasa en estos tiempos raros de confinamiento que me
desubique en el tiempo por estar mirando perpetuamente una pantalla, lejos de
lo que se llamaba la vida social, los otros, a mil lenguas del trabajo, de los
alumnos, de la vida normal, de las milongas que desaparecieron, ¿será? o quizás
por estar en la calle sola respirando profundo sin prestarle atención a nada ni
a nadie, solo en el tironeo de mis piernas. Entonces levanto la cabeza y pienso
¿cuándo fue?
¿Cuándo fue? ¿Antes o después?
El primero de mayo 2015 se volvió la fecha referencia en
mi vida. Mi antes y mi después. El hito temporal con el que mido el curso
extraño de los acontecimientos que forman esta existencia caótica, en muchas
cosas fallada, sin embargo feliz que es la mía.
Antes estabas presente, atenta, viva, conversadora y enterada; después es una vida sin vos, sin tu voz, tus comentarios, tu mirada, sin que sepas, mamá. Cosas ocurren y no te enteras. El dolor de tu partida se está reubicando en mi corazón. Aprendí a sobrellevar tu ausencia. Poco a poco. Ahora, algo me falta y me apena todavía dolorosamente. Es una estupidez quizás, pero madre, antes hablábamos en español todos los días: compartíamos los más mínimos detalles de nuestros sucesos más banales por teléfono y repito: todos los días. Eras mi unión con mi origen, mi ser profundo, mi equilibrio, mi lengua, mi infancia, mi consciencia. Eso, me sigue faltando ese lazo tan transcendente.
Antes era otra persona. Una persona que te tenía a
vos.
Primero de mayo 2021. Otra vida. Otra cosa. Otro mundo,
madre. Ya nada es igual. Sin embargo, date cuenta de que sin querer me seguís
ayudando, guiando, situando como antes. Ahí estás parada en el medio de mi memoria y en
mi cabeza como una brújula del tiempo. Dándome la hora justa al entrar en el
último trecho de mi vida. Ya orientada y pensando en vos.
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