domingo, 18 de junio de 2006

La apuesta

-Hola, Laura, ¿estás despierta?
-¿Hola?, no, estaba durmiendo, ¿quién habla?
-Soy Roberto. Roberto Núñez. Es temprano. Perdoname.
-¿Roberto Núñez? Hola, pero ¿qué horas son? ¿Algo pasa?
-He ganado la apuesta.
- ¿Cómo?
-Hemos apostado, anoche, y gané. Me debes una cena. He encontrado tu número en la guía de teléfono.
-Oime Roberto, no entiendo nada. Espera que me despierte del todo.
-Laura, anoche, en la fiesta de Silvia. A eso de las tres. Blade Runner, hablábamos de la película. La actriz pelirroja, no te acordabas del nombre. Te dije Daryl Hannah, y vos contestaste que no, que no era ella. Te aseguré que sí, que era, te pusiste a reír, entonces anunciaste que sí era ella la actriz, y estabas segura de que no lo era, estábamos todos invitados a tu casa a cenar, cocinarías vos.
-Sí, recuerdo. Roberto, son las ocho de la mañana, domingo. No podríamos tener esta conversación en otro momento. Me acosté hace solamente algunas horas. Si he perdido una apuesta ya los invitaré y cenaremos, ¿te va así?
-No te enojes Laura. No quise molestarte. Como quieras.
-No me enojo Roberto, estoy dormida, perdoname.
-Laura, me debes una cena.

Cuando fue capaz de sentarse en la cama, respaldándose contra la almohada, se quedó un rato mirando el teléfono que seguía en su mano. Adormilada aún, el corazón agitado, se sintió asustada, o más bien con la sensación de haberse despertado en medio de un sueño. Los rayos del sol entraban con fuerza por la ventana, una luz cegadora, lo que terminó poniéndola de mal humor. Sabía que no podría dormir más. La casa silenciosa parecía ayudarla a recordar. La fiesta, el departamento chico, los muebles corridos a un lado para poder bailar, la cocina repleta. El ruido, las voces, las risas, la música, el vino, el baile, la cara de Silvia radiante, un cumpleaños divertido. Laura cerró los ojos con fuerza. Roberto. ¿El amigo de Martín?, no, más bien el de Julio. Un chico tímido que la miraba todo el tiempo. De repente, entre dos punzadas de un dolor de cabeza naciente y difuso, la figura de Roberto se hizo nítida. Un chico de unos cuarenta años, alto y algo flaco, con ojos marrones de una infinita tristeza. No era ni feo ni lindo. Simpático. Laura suspiró. ¿Por qué tenía esa manía de apostar cuando siempre perdía?

-Hola Silvia, habla Laura. Te felicito por la fiesta anoche. Muy buena.
-Laurita, buenas tardes corazón, acabo de terminar de arreglar la casa . La verdad es que la pasamos genial ¿no? ¡Cómo exageramos!, había comida hasta sobre mi cama. No te imaginas el desastre.
-Hablando de exagerar, parece que ...
-Sí, te portaste mal como siempre Laura. Te lo confirmo.
-Dejate de macanear, en serio, parece que los invité a cenar.
-¿Ah sí? ¡Qué bien!
-Me llamó Roberto.
-Robert, el silencioso, ajá, ¿qué quería? Estúpida pregunta. ¿Te invitó?
-Sí, bueno se invitó. Creo que no estoy lista.
-Sí que lo estás Laura. ¿Por qué tanto miedo? Ya va un año y pico ¿no?
-Vengan el viernes a las nueve. Cocinaré algo especial, de otro mundo.


Laura lo vio por primera vez el martes a la mañana desde la ventana del dormitorio. La luz oblicua otoñal creaba reflejos extraños sobre el cesped, las sombras parecían jugar con las hojas del castaño. Era una linda mañana de septiembre, fresca y soleada. Desde que Guido la había dejado con el patético “Elena, me comprende ¿entendés?”, llevándose el auto, pedazos de su vida, dejándole un departamento vacío, Laura trabajaba en su cuarto. Por instinto, se echó atrás. Roberto estaba parado y fumando al lado del árbol y la miraba. ¿Era Roberto, o imaginaba cosas? “No, éste es más alto” dijo casi en voz alta. Una mano en el bolsillo, terminó tranquilamente el hombre su cigarrillo y se fue. Laura no pudo acabar la traducción que había empezado, “total, se justificó, tengo tiempo para mandarla”. “¿Me habrá visto?”, pensó. Al día siguiente Laura lo vio acercarse a la esquina, y ya lo esperaba, desde la ventana. Se quedó otro rato, en el mismo sitio, poniéndose más en evidencia. Laura lo divisaba, escondida a medias, y luego se asomó, lo miró a su vez, y Roberto sonrió. Apenas tuvo tiempo de bajar para abrir la puerta: ya se había ido. Sobre la vereda, mirando de un lado a otro Laura pensó con asombro: “qué personaje, este Roberto”. Todo el día, sin embargo, Laura estuvo pensando en él. El tiempo inmovilizado en un presente misterioso. Sabía que podía llamarlo y preguntarle qué diablos hacía enfrente de su casa por las mañanas. Al mismo tiempo, le gustaba esa presencia mañanera, le subían sensaciones olvidadas, escalofríos a lo largo de la espina dorsal. “El viernes, cuando venga el viernes, le preguntaré”, así terminó con la turbación que le causaba la mirada de Roberto las mañanas de ese otoño definitivamente especial.

Al tercer día, temprano, había sacado ropa sin poder decidir que blusa ponerse. Se miró en el espejo, arreglándose el pelo, estaba alegre, se daba cuenta que todo esto era medio tonto y loco, pero pronto se volvió a concentrar en su tarea: “dónde se ha metido mi blusa rosada, esa me queda bien”. Arreglada en fin, se presentó a su cita. Roberto no estaba. Laura sintió una punzada minúscula en el corazón. Nada dramático, sino una impresión de dolor. Sin poder concentrarse, pasó todo el día entre su escritorio y la ventana. A la tarde, fastidiada salió a la calle y se dirigió al cine del centro. Iría a distraerse con Ralph Fiennes y alguna otra bella mujer. Entraría en la pantalla gigante y caminaría, evadida una vez más, del brazo de su actor preferido. El viento húmedo de la noche entró con un silbido rabioso avisando que la ventana seguía abierta. Laura a medio desvestir se acercó. Roberto esta ahí, mirándola. Laura supo que le veía claramente, la luz del cuarto iluminándola. Despacio, Laura abrió el batón y lo dejó deslizarse hasta el piso. Ahí se quedó parada un momento y luego se acostó a dormir. Apagó la luz y susurró para ella misma, “creo que sí, estoy lista. Hasta mañana Roberto.”

-¿Hola?
-Laura, es Michelle, tu mejor amiga, ¿te acordás?, a la que has abandonado por completo esta semana.
-Michou, querida, ¿qué tal? Contame que te pasa, qué te conozco el tono de voz.
-Sí, soy obvia, Laurita estoy enamorada.
-Michou, ¿lo conozco?
-Laurita, no lo sabe todavía. Estoy perdidamente loca por él. Trabajamos en el mismo despacho. Lo veo todos los días a la tarde. Y desde la fiesta de Silvia, ¿recuerdas? viene a verme y me conversa. Hablamos mucho y me escucha, ¿sabes?
-Michelle, cómo podés amar..., estás hecha una adolescente, pero de una vez decime quien es.
-Lo amo, lo amo.
-¡Qué pelotuda! Julio, trabaja con vos, ¿no?
-Ajá, pero no, es el amigo de Julio.
-¿Quién? ¿Roberto?
-Sí. Es Roberto. Lo quiero, en serio. Lo quiero desde hace mucho tiempo, desde la primera vez que lo vi. Siento que se acerca y quiero pensar que existe una posibilidad. Laura, estoy loca de felicidad.
-Ah...
-¿Sólo ah?
-Menuda coincidencia Michelle, viene a comer esta noche en casa, con Silvia y Patricio, he perdido una apuesta y ese es mi pago. Vení vos, ¡qué mejor oportunidad para verlo!
-Laura, de veras, no lo puedo creer.
-A las nueve Michou, te dejo, te llamo más tarde
-¿Qué te pasa Laura? Sonás raro
-Nada, querida, nada. Nos vemos.
-Qué suerte tu apuesta Laura, te quiero, hasta más tarde.

1 comentario:

  1. doux amer comme un fruit tropical encore vert...très beau.

    ResponderEliminar