lunes, 26 de febrero de 2007

Mis besos robados, (primera parte.)

You can shake : just like it would shake a tree
The way you shake it : it's pleasing me
Just let me tell you : a thing or two
A plenty of people shake it : but not like you
Oh shake it : you know just what I mean
You are what I call : real shaking scene
Let me see you shake it : once more again
(Anna Bell, Shake it Black bottom).
(Puedes menearte como si fueras un árbol. Me gusta tu modo de menearte. Déjame que te diga que hay muchos que se menean, pero ninguno como tú.)


Ay ay ayss los carnavales canarios, po' Dios, una pasada colega. Una legítima pasada.


Qué llegas para los carnavales, mi niña, me dice Carmen por el teléfono, con risas en la boca y palabras redondas y musicales, y también sorpresa en los ojos, lo sé, la imagino, la veo, gran sorpresa, seguro: surprise Carmen! Allá voy. Más serían las sorpresas para Madame la comtesse que no tenía ni idea de carnavales, ya no existen por los parises. Mi primer carnaval, el descubrimiento de Canarias por la calle y los buenos modales palmenses. El viaje fue improvisado, de último minuto como todo lo que hago estos días, vivir el día al día, un viaje que tuvo el sabor de un beso robado, ¡vamos para los carnavales!

Le prometo que solo la molestaré un poquitín, yo voy allá a verla, oírla, caminar, rodearme de mar, bañarme de sol de lluvia, respirar de otra manera la ausencia de un felis silvestris catus ocupado a trepar un banco de nieve. Voy a conocer una isla perdida "un punto flotante del océano", donde todo es un montón de bonito, cerca de África, ay, ay, África, española, indiana y alegre. Voy porque puedo, quiero y porque me han invitado.

Parque de San Telmo, cerca de la estación de la guagua, Las Palmas de Gran Canaria.
-Oiga, señora, podría decirme como se llama este árbol.
-Ays, cariño, es que no lo sé. Ahora me doy cuenta de que no lo sé.
-Y usted mozo, ¿lo sabe?
-Yo no, pero ese de allá se llama drago, ese lo conozco.
-Sí, sí muy bonito, y las palmeras también. Pero estos ficus ¿no tienen nombre de por acá?
-Eso, así se llaman, ficus. Eso son.
-Y el casco viejo queda para allá ¿no?
-Sí, mi amor, derechito por Triana, ahí estás.
Cariñosos los canarios, nunca me sentí tan querida, y mi amor esto y aquello, mi niña por acá, cariño por allá ...

Las calles del centro están vacías, el mercado de Vegueta también, vuelvo a lo de Carmen, con mi palta, hay que prepararse para los Indianos, y no sé nada de carnavales, así que sigo sus consejos, la miro, la imito, no cuestiono, no hablo, me pongo prolijamente la ropa que me va dando, me siento como una niña preparando la primera comunión, nos ponemos blanco, de arriba abajo, sombrero, mochilas, bragas ajustadas, qué vamos a brincar, no queremos alocar a la población local, el cuerpo tendrá que expresarse, eso piensa la guiri, porque en un baño entrando la fiesta, dos chicas canarias comentaban justamente lo contrario: "que le pregunté a mi marido, que si se me veía la braga y entonces me dijo que claro, con semejante culo, es ahí que le respondí, entonces cariño: qué te cagas, porque bragas, no usaré" y la otra de contestar: "es que yo nunca las uso..., además con blanco se nota...", zapatos cómodos, botes de talco, chalequito para el viento frío de la noche. La noche está preciosa, bajamos entonces al casco viejo y nos juntamos a los miles de palmenses que llegan de todas las direcciones al parque San Telmo. Y cuando estamos todos reunidos somos una mar blanca, de todas las edades, formas, tipos, algunos disfraces son espectaculares, unas damas vestidas de belle epoque, hombres elegantes, otros maquillados, muchos muchos hombres de mujer, más allá: deportivos, chicas, chicos, niñas, niños, gente en plan cómodo, otros concienzudos, con mascarillas y gafas de natación. Todos tenemos el talco en la mano, listos, mirándonos, riendonos, cuando de repente la orquesta empieza a tocar y la mar se mueve, con gritos de entusiasmo, y una nube blanca nos recubre literalmente, hay tanto polvo que no se ve nada, el mar avanza hacia Triana y se baila, y se canta, música de carnaval. Qué ambiente, qué buen humor, estamos estupidamente felices de estar ahí echándonos talco sobre la cabeza y bailando en la calle. En algún momento me pongo a toser, no puedo respirar, me pican los ojos, pero con una sonrisa, se me acaba el talco, tenemos hambre, sed, ya, ¡vamos a comer!

Estamos sentadas casi en una esquina, enfrente del café donde pedimos papas arrugadas y calamares, está instalada una carroza lanzando música de los 70, 80, alguna cosilla nueva, y todos los indianos bailando sobre la vereda. Entre cerveza y cerveza, a menear, brazos alzados, cadera para allá, cadera para aquí, shake it baby, shake it well. Hemos comido, bailado, exagerado, hasta que se despidió la carroza, y nosotros pedimos la cuenta. Vamos a los chiringays y al parque Santa Catalina, a otro carnaval. Sí, señores, otro carnaval...

Segunda parte:

Se entreveran los colores, la multitud es densa, veo brazos, piernas, muslos, zapatos, axilas, pechos, bocas coloradas. No llego a distinguir más que pedazos de cuerpos, brillantes de sudor y maquillage de carnaval, nos metemos en la masa de gente en fila india, me agarro de la mano de Margarita o de Carmen, ¿sería la de Rosa? ya ni sé, no importa, nos seguimos, cerquita, nos aplastan hombres grandes, transformados y producidos, chicas que se ondulan al son de no sé qué música, llegamos más mal que bien al bar y pedimos cerveza. Qué rica es la cerveza. Estamos en el mogollón, dice Carmen. Dejamos un poco más allá el gran escenario donde escuchamos a un cantante tocando e interpretando ska jamaicano, sí, ska jamaicano, entre otras cosas; ya es tarde, hemos caminado cerca del mar, no lo veo sino que lo siento, hay mucha gente, mis compañeras me cuentan de carnavales anteriores, me dicen que por allá contra los árboles, a la mañanita, amanece gente abrazada. Miro los árboles imaginando las locuras de la noche, la liberación carnavelesca de los cuerpos. Faldas que se levantan, maquillage corrido por caras cansadas con gestos lentos y tiernos. Besos robados a la noche. Tengo la impresión de estar en un sueño, un sueño tranquilo un poco loco. Y veo delante de mí figuras blancas que se deslizan con sombreros de mimbre haciendo paso y asegurándose que estoy y sigo y veo y ... ay, ¡la parisina!. Floto, sí floto, con la sensación de estar bien, la gente no oprime, los colores no agreden, todos estamos juntos pero sin peligro, una gran fiesta al aire libre. Tomamos, paseamos, miramos, como un refrán repetido, una copla carnavalera, nos buscamos, no nos vayamos a perder, el laberinto es sorprendente, un collar de perlas por las calles, todo es nuevo para mí, se baila, se habla, la noche sigue tan amable. Dos hombres grandotes vestidos de mujer están tan estupendos, no resistimos la tentación de sacarnos una foto. Más lejos, cuatro otros están sentados como en una peluquería con ruleros en la cabezas y poses de mujeres secándose el pelo: ahora estoy segura de estar en un sueño. Y, más diablos, princesas, pájaros de la noche. Entramos en un lugar cerrado con música, queremos bailar, pero la gente está cada vez más apretadita y después de un rato salimos en búsqueda de aire y espacio, caminamos otra vez, contentas, tranquilas, miramos con curiosidad los disfraces de los palmenses que no se pusieron de blanco. Pienso que nunca he vivido algo así y lo disfruto. El carnaval de Gran Canaria, la atención de Carmen, sus amigas, la simpatía de los canarios consiguieron, una noche, refrescar el espectáculo del mundo para hacerlo un poco menos cansado, sino al contrario vital y musical, y todo, para acabarse el sábado, con unos fuegos artificiales sobre la playa, y una sardina llorada, que se quema en el mar... Qué lindo el carnaval. Qué lindo es ese punto flotante en el océano, qué linda es mi amiga.

3 comentarios:

  1. carnavaaaaaaal carnavaaaaaaaaaal carnavaaaaaaaal teeeeeeee quieeeeerooooooo... pooonteeeee tu meeejooorrr diiisfraaazz yeeenntraaaa en eeel caaarnaaavaaall...

    ;-)

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  2. ... ya de madrugada recalamos en el Paseo de las Canteras. Amanecía en silencio. La inmensidad del mar azul oscuro parecía alcanzar nuestro mirador, desde donde podíamos divisar los nombres de los barquitos fondeados al abrigo de la playa. En la arena reposaba un ejército multicolor de carnavaleros a los que los primeros rayos de sol comenzaban a incomodar. Nosotros, cansados y sumidos en el recuerdo de la intensa noche vivida, dimos con nuestros huesos en los asientos de una terracita. Del interior salía una cortina de humo con olor a aceite frito y harina. Degustar un chocolate caliente con churros nos alivió el estado de embriaguez y nos proporcionó la energía necesaria para sobrellevar el camino de vuelta a casa. Luego dormimos hasta que, con la llegada de la noche, el bullicio provocado por murgas y comparsas nos arrastró de nuevo a Santa Catalina, el corazón de esa fiesta carnavalera que no tiene fin.

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  3. Qué rico, Ignatiusmismo, el recuerdo y los churros. Gracias.

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