
Sonia se quedó mirándome un momento en silencio.
-Qué pasa, ¿se corrió mi lápiz de ojo?
-No, no, no es eso.
-¿Entonces?
-Se supone que somos viejas, ¿no?
-¿Viejas?, sí, grandes, ¿no?
-Pero yo te veo igual, igualita, Inés.
-Porque me conoces, no me ves, pero acepto el piropo.
-No es piropo idiota, las mujeres de nuestra edad son grandes, como decís vos, y yo no te veo vieja.
-Sonia, me conocés desde los quince, sí he envejecido.
-Pero te movés igual, tus gestos, tu forma de caminar, te movés como una joven. Tu cara está igual. Más flaca, quizás, tenías mejillas redondas de niña.
-Ah, ¿por qué habría cambiado la forma en que me muevo?
-Porque somos viejas.
-Sonia, somos errores de la naturaleza, nosotros hemos zafado y no envejecemos, es así y punto.
-Eso debe ser. Sí, eso debe ser.
- ...
-¿Vos me ves vieja?
-¿Yo? No, Sonia, en absoluto.
-¿Frikies?
-Sí, sí, Sonia.
-Bueno, nena, este local apesta, tanto ruido, tanta gente gritando y haciendo ruido, ¿nos vamos?
-Te lo iba a decir. Vamos. No me oigo ni a mí misma, además tengo hambre...
-Un lugar tranquilo, ¿qué te parece? Una copa de vino y a la cama, ¿sí?
-Excelente idea, amiga, dejemos a estos tipos gritar en paz.
-Ay, Inés, ¡estamos viejas!
-Sí, Sonia, es oficial.
-Y bueno, ¿qué se le va a hacer?
-Nada, querida.
Salimos del boliche corriendo como dos pendejas, riéndonos.