Montreal, 8 de enero del 2017,
por la ventana de la puerta de casa, por la cual estoy por salir, se ve el viento dándole vuelta a los árboles, grandes cuerpos raquíticos que crujen, casi que chirrían; la nieve helada sobre el vidrio indica que el día será frío, de esos fríos que nos hace pensar que, para vivir acá en el Quebec, hay que ser fuerte, che, fuerte, loco de remate o no tener elección… Pienso que, para salir, no solo deberé vestirme como un cosaco, sino bajar la cabeza, cerrar los puños y caminar rapidito. Hace -20° C, así como en Rusia. Y eso me recuerda que hoy leí que el pobre zar Nicolás II escribía en su diario: “el año 1916 fue un año maldito; 1917 será seguramente mejor”. Y ya se sabe… Y así me siento, algo desesperanzada cuando miro para adelante, después de un año 2016 con mucho sufrimiento por el mundo. Cuando pienso en el esfuerzo que haré para salir sin sufrir, cuando temo lo que me espera en el 2017.
Sin embargo y a pesar de mi ánimo caído, será año de fiesta para Montreal que festeja su 375 aniversario de fundación con una multiplicidad de eventos y espectáculos, acontecimientos sensacionales y participación ciudadana. El alcalde, Monsieur Denis Coderre, un hombre entusiasta, quiere que todos descubran esta ciudad por el mundo y más allá. Qué cada barrio le ponga mano a la obra, y también quiere que todos bailen en esta celebración.
Y hablando de bailar, ahí estoy yendo, en este día gélido, a bailar en una escuela de tango entre miembros de una comunidad variopinta que se reúne para escuchar música de los años 30 o 40 de Argentina y bailar tango en una milonga bastante tradicional. Qué cosa ¿no? Y ese día pienso: qué lleva a un canadiense muerto de frío a bailar tango en el 2017:
A Iris, la llevó un paseo por las orillas del canal Lachine, en el sur de la ciudad, vio gente bailando al aire libre, una linda tarde de verano y que se enamoró del baile ahí mismo, buscó una escuela y empezó a bailar varias veces a la semana. Iris, tiene 41 años, una francófona bonita, alta, rubia, conoció a su compañero en la escuela de tango y hace cuatro años que vienen a las milongas y la verdad es que bailan bien. A su lado, France, también francófona, una mujer hermosa, fascinante, inteligente, pelo corto, tatuaje de Mafalda en la espalda, dice que el tango, le parece más refinado que otros bailes. Además, se siente orgullosa de ser pionera ya que desde hace diez años, guía e invita a otras mujeres. Del baile le gusta la disciplina, la dificultad, le gusta la música. ¿Por eso te pusiste a bailar tango?, le pregunto. No, me responde, empecé porque mi novio vivía lejos y creí que, bailando, con el contacto físico, le sería fiel. ¿Y lo fuiste? Esa es otra historia, me responde con una sonrisa pícara. Me quedó el amor del tango y ahora de la Argentina que fui a visitar. Eso me dice también Maxime, un joven de 34 años, alto e imaginativo, ingeniero de formación, bailarín desde la infancia, que visitó a la Argentina, donde tomó su primera clase de tango. Volvió de su viaje, y como para ser buen bailarín, según me dice, hay que ser generoso, se puso a aprender y bailar dándole todo, bailando en serio … Bailar en serio lo hace la turca Sirma, joven e intensa, unos 40, ágil, con unos ojos negros y brillantes, expresa sus sentimientos con cada baile. Le gusta la música, que no entiende, sino que le transmite la energía que buscaba. Si viene a las milongas es que quería encontrarse con gente como ella, inmigrante, en un lugar fuera del mundo, un círculo de amigos. La verdad, es que tiene algo de irreal esa milonga. A Richard, entubado, elegante siempre, lo llevó una chica, o más bien, la siguió él a ella, totalmente enamorado de su belleza. En la ciudad de Quebec, y en ese entonces, hace 22 años, se inició y nunca más dejó de bailar, le encantó el aspecto teatral de la música. Prefiere bailar milonga por ser más rápida y divertida, del tango le gusta el lado festivo. Y vos, Yves, ¿por qué venís? Yo por bailarín, contesta. Me gustan todos los bailes. El tango en particular porque hay que ocuparse de la dama. ¿Y eso? Hay que hacer que la mujer esté linda, se sienta bien, además viniendo aquí, he bailado con gente de todos los continentes, de muchos países diferentes, me ha confrontado con lo que soy, con quien soy. Colette, una señora deportiva con ojos tristes, rulos que le caen por el cuello, viene con el marido desde hace 8 años. Son ambos holandeses y buenos bailarines. Y ¿de cómo?, le pregunto. Así por vender unos tejidos a una amiga que me dijo que serían perfectos para bailarines de tango. Así fue… Vine a vender el tejido y me quedé bailando. Reza, de 59 años, dice que el tango lo encontró a él. La música le recuerda algo de la música tradicional de su país, Irán, tiene unos acentos de la música sufí, me dice, algo de la tristeza, del lamento. Bailar tango, fue lo mejor que me ha pasado en este país. Tienen sus superlativos algo que me hace sonreír. Está también, la preciosa profesora de francés que, por haber viajado, y gustarle bailar, vino a echarle un ojo al asunto. Y yo entre esta gente hermosa, educada y talentosa ¿qué hago? Yo crucé un parque, donde los árboles iban desmelenados, y en el medio del cual bailaba gente con una seguridad, un gusto, que me hizo sentir totalmente avergonzada (y luego envidiosa de su arte) de no poder siquiera hacer un paso, nada sabía, y fue ese día cuando un chico ruso, ¡juro que es verdad, eh! me dijo que me prendiera de su pecho y que responda a su propuesta de paso, ahí me quedé yo también totalmente enamorada del baile. Le dedico unas diez horas por semana e intento mejorar la conexión, la comprensión de mi pareja de baile.
Hace frío en Montreal, pero de las doce a las seis cada domingo, cerca de casa, un montón de gente se desviste de sus abrigos invernales para bailar tango, vals o milonga y yo pensando en lo que haré en el 2017, me vino a idea de hacer un documental sobre todos estos canadienses que le tiene un afecto raro, aunque verdadero a un baile y una música del otro lado del continente. El aniversario de la ciudad, y sus fondos ciudadanos, respaldará el proyecto con la propuesta que se difusa en el cuadro de las fiestas: Montreal ciudad tanguera, con sus 3000 bailarines, con sus orquestas de tango, con su comunidad simpática, sus numerosas escuelas, sus milongas todos los días de la semana, que nos aleja del frío y me permite pensar que, en el 2017,
(Quisiera que me encontraran
bailando como yo bailo,
poniendo el corazón,
metido en la canción,
y entiendan que esta noche estoy de tangos...)
existe un lugar cálido y esperanzador. Así se presenta la cosa.
Inés Negrete.