sábado, 27 de febrero de 2021

Avunniti (Qangataksat)

 

Nieva sin parar desde el principio de febrero. Ya casi terminando el mes, penúltimo día, el cielo decidió mandarnos otra capa blanca con copos gordos, fofos, casi comestibles. El cielo está bien gris, pero ya la luz le ganó a la sombra y tenemos días progresivamente más largos, luz, luz. Estoy de sábado perdiendo el tiempo con cosas inútiles en la casa, en la compu: me divierto. Pienso que razonablemente debería ponerme en marcha, sin embargo, en un mover de ojos perezoso, la mirada se pierde entre los copos cayendo y así mi voluntad.

La energía de marzo está en la puerta, casi la siento, casi la vivo. Tengo el ánimo para adelante. Ya es algo, si no el ímpetu por lo menos el ánimo. No podré viajar en marzo como planeado, los viajes siguen prohibidos, las restricciones severas. El peligro de quedarme bloqueada sin poder volver al trabajo, hicieron que trasladé las vacaciones hacia el final de mayo. Cruzo los dedos para que se pueda entonces respirar mejor, sentir las garras de las limitaciones aflojarse.

Quiero bailar.

No siento ninguna otra falta. Es la única.

Deseaba ir a la Argentina para tomar clases, que me enseñen, que me corrijan, que me hagan bailar, sudar, rabiar, practicar, progresar.

Percibo que marzo se aproxima, porque ya no sufro dolor sino deseo optimista, algo parecido a la esperanza.

Es el último sábado de febrero, un mes que odio con convicción, aunque no me haya hecho nada y a pesar de ser corto y carnavalesco; lo odio por ser un mes metido en pleno invierno canadiense. Un mes cansado y cansador. Ya, ya, está terminando. Lo veo en la luz, lo veo en los cambios de la temperatura, la nieve de hoy le está diciendo adiós, good riddance, chau, chau, bye bye. Y yo también.

 

 

 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Le monde est mon jardin

 


Bien que je sois une adulte, il arrive que je me perde. Soudain, les lieux qui m’entourent me semblent étrangers. Ou bien pire encore, je ne reconnais plus la personne que je suis devenue. Ces jours-là, le peur me tord le ventre. Par bonheur, ces crises de désorientation ont un remède. J’ai une boussole. Impossible de s’égarer quand on a une boussole. Alors moi l’égarée, je commence par arrêter mes pas. Après une longue respiration, je me retourne. Et je regarde en arrière…, (Jacques Ferron)

 

Acto I: Martina y sus cartas 

Un hombre sentado en un despacho casi vacío habla con un hombre mayor que lo escucha de forma distraída detrás de un escritorio. Se ve una pantalla mostrando una foto de una mujer de unos 25-30 años, deportiva, sonriente en el medio de un sendero montañoso.

-Martina siempre supo dónde iba. Es más, presume de no haberse perdido nunca. Dice que su sentido de la orientación está basado en su buena memoria de los detalles. Le encanta acumular puntos de anclajes y por donde pase siempre se ubica. O sea que cuando digo que Martina siempre supo dónde iba es en el sentido literal: su posición geográfica. Esta habilidad es su orgullo, “quién se despista es por falta concentración o de poesía”. 

-Martina no se pierde. Suspira el hombre mayor

-¡Exacto! Alardea de su control del espacio. Se dirige estupendamente bien por espacios urbanos. Después de visualizarlos mentalmente, evalúa donde está y dónde debe ir: un compás en el cerebro.

-Y esto lo sabe porque…

-Lo sé porque he viajado con ella. Hemos recorrido varias ciudades a pie, durante días. Es una máquina.

-Cuánto insiste, sin embargo... 

-¡Quiero que me entienda!

-Ajá, siga, entonces.

-Martina camina, viaja, se mueve. Su vida, la pasó saltando de una ciudad a la otra, de un país al otro, de una vida a la otra sin que le cause demasiada emoción. Nunca se quedó largo tiempo en ningún lugar. A la vez, todos los sitios por donde paseó la dejaron marcada de recuerdos: ella las llama huellas en el alma. Por cierto, todo esto empezó desde el comienzo. Martina nació en un avión.

-¿En un avión? ¿Es una forma de hablar?

-Otra vez, no, muy literalmente: nació en un avión. Sus padres trabajaban ambos en la aviación y viajaron todos los años del oeste al este, varias veces por año. A vista de pájaro, recorrió algunas veces el planeta. Toda una vida en el aire hasta que pudo poner pie a tierra. Y ese día, fue una revelación. Así me lo escribió, estoy compartiendo con usted sus palabras. 

Nos mandamos cientos de cartas, mails si prefiere, donde me habló de su vida. De bebé, solo recuerda el avión. No me mire con esos ojos, su padre era piloto, su madre azafata, parece mentira pero así es, banal y al mismo tiempo… y ella vivió casi escondida, hundida en el asiento de una aeronave, con la nariz contra la ventanilla, a mirar desde lo alto las nubes: así pasó muchos años sin domicilio fijo o casi.

-¿Así lo cuenta? Algo rarita, ¿no?

-A mí no me parece. Sigo con su historia. Me dijo también que un día, sus padres le mostraron una casa en un suburbio de los Estados Unidos. Martina tuvo que ingresar a la escuela. Tenía seis años. Por haber nacido en el cielo, no tenía nacionalidad oficial. Nació sobre el océano que no pertenece a nadie. Su padre le había dicho que el mundo entero era su casa y que todo le pertenecía. Y ella se lo creyó.

-¿Cómo es eso de no tener nacionalidad? Me está resultando pesado su relato y algo extraño.

-Bueno, oiga, los apátridas existen: ¡son más de 10 millones en el mundo!  Higuain, el futbolista, ¿lo conoce? lo fue. Ahora, esta parte, sí que esta es la versión poética de su historia. Digamos que es cierto que los primeros años no tuvo nacionalidad por una cuestión de ius soli. Se arregló al cabo de un tiempito con la transmisión de la nacionalidad de sus padres. El padre es inglés naturalizado americano, la madre es española. España permite la nacionalidad por ius soli y ius sanguini, obtuvo las dos nacionalidades cuando se instaló en EE. UU.

-¿Por qué no habla sencillamente que le pueda entender? prosiga.

-Las múltiples ciudadanías de sus padres respaldaron por un tiempo sus viajes de trotamundos en América en particular, aunque no solo; sin embargo, hubo que trabajar y a partir de los dieciséis consiguió un primer puesto como au-pair en Europa. De Francia fue a Alemania, de ahí a Praga e Italia; en cada sitio, vivió meses, años con familias diferentes que le permitió estudiar además de cuidar de niños y recorrer las mil y una ciudades maravillosas, así las llama. Luego por recomendaciones de esas familias, consiguió un puesto de probadora de hoteles por el sur de América y finalmente a los veinte y tres, le dieron el puesto de trekker para Google Street Maps, sacando fotos y alimentando el sitio WEB de la muy poderosa compañía. Conduciendo un auto de Google Maps fue literalmente por toda Europa y estuvo casi dos años en España. Su pasaporte es español.

- Bien, me parece perfecto, ha viajado y sabe viajar. Y ahora, ¿qué quiere de mí?

-Que la encuentre. 

-Que no me repite desde hace un momento que no se pierde. ¿Ha desaparecido? ¿Eso me está diciendo?

-Sí, hace tres meses que no sé nada de ella y eso no es normal.  Sólo me quedan tres cartas largas que me mandó este año. Aquí las tengo.

-Cartas, ¿qué cartas?, ¿cartas de papel? 

- No, quién manda cartas hoy, es más rápido por mail. También nos hemos hablado por teléfono cada dos días durante más de siete años. La conozco verdaderamente bien.

 El hombre mayor toma las hojas de papel entre sus manos y empieza a leer las cartas, se oye una voz de mujer que dice

Siempre me sentí a mis anchas en la inmensidad americana con sus caminos interminables, despoblados --yendo por rutas verdes monótonas de pinos y abedules en el Norte y terminando, al sur, por caminos patagónicos secos y hermosos. Por ambos lados, siempre me acompañó el viento. En alguna ocasión también seguí el mar, el Atlántico frío y nervioso al norte; azul cristalino más al sur, con playas brasileñas inacabables. Al opuesto del continente, toqué de los pies al océano Pacífico, antes de meterme en las montañas de las cordilleras andinas o más arriba en las Rocosas del norte. El pulso de las grandes ciudades es muy diferente de una a la otra...

- Sus cartas deben servir para darme información, es la única utilidad. Si piensa que puede conocer a una persona por sus cartas, se equivoca. Una persona se la conoce interactuando con ella, viéndola moverse. Sus cartas no sirven en mi caso. Haber viajado con ella es una parte de la realidad, la vida es otra. ¿Entiende?

- Se las dejo. Es para que me entienda. Quiero que se haga una idea justa de mi amiga. Sus cartas tienen su voz. Usted me la encuentra por favor.

El hombre mayor sigue leyendo:

 El continente es mi terreno de juego y me gusta jugar. Me escondí bajo balcones floridos en Cartagena, trepé hasta alcanzar plazas coloniales quiteñas, me hundí hacia el desierto costero de Sechura, subí a la Paz, bajé a Buenos Aires, tropecé por los escollos de Colonia del Sacramento, me fui subiendo por Brasil hasta la Muy Noble y Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala; me enamoré en el DF. Acabé regresando al norte atraída por la vastedad y el cielo azul y la sopa de mamá.

El hombre mayor suspira, parece muy cansado. 

-Uf qué quiere que haga con estas cartas. No me sirven. Además, hablan de América,

-No está en América, fue, pero volvió a Europa, estoy seguro. Aquí estaba su nueva asignación. Debía empezar el mes pasado. Estuvo en París, lo sé porque recibí un mensaje por teléfono. Debe saber que adora a Europa, se siente bien aquí. Comparto la última parte de esa carta que le estoy leyendo, así termina: 

Sabes que adoro perdidamente a Europa como quien se enamora y enloquece. De esos amores fogosos compartidos donde las emociones están involucradas con el ímpetu, la felicidad, la vulnerabilidad, la obsesión y el sufrimiento. Emociones fuertes e irrepetibles. De hecho, no puedo pensar ni hablar de Europa sin llorar. Para la andarina que siempre fui, siento fruición al pisar veredas, doblar esquinas, divisar cabinas telefónicas, descubrir una plazoleta en el medio un barrio perdido, admirar entradas, dejarme sorprender por una puerta, un portón, sentarme en un café. En cada esquina me doy vuelta, solo oigo el ruido de mis tacos apurados por las calles resonantes, no te veo, te siento. París gris, me gana, me llama, lo sabes, me atraen sus callejuelas torcidas, curvadas, arriba, abajo, subo y bajo, me esquivo entre los castaños y los plátanos cansados y mientras camino, levanto la cabeza, respiro y sigo. Tu mirada me abriga, sé que estás, continúo mi camino, sin recelo, protegida. Cambio de ritmo. Cada pisada se hace sigilosa sobre la vereda mojada cuando los adoquines sucios deletrean tu nombre y la vida, mi vida, sí, a la que tanto quiero, se dibuja en cada paso.

- Este es el último mensaje que recibí. Estoy en Paris dos días, luego me voy a Madrid. Tomaré un tren hasta Zamora, nos vemos dentro de un mes en México. Ya ve el mensaje es muy claro, preciso, teníamos que vernos y no llegó. Teníamos cita. Nunca faltó, nunca hubo desconexión entre nosotros. Algo ha pasado y querría que me ayude.

-Por favor, perdone que le diga así brutalmente, pero ¿en qué estas cartas aportan algo al caso? Además, que adore esto o aquello, no me interesa en lo más mínimo. No tienen ningún interés.

- Algo raro ha pasado, eso lo sé.

-Lo que ocurrió es que lo dejó y paso a otra cosa. Tres meses, me dijo. Y recién se preocupa. Eso es extraño también. pregúntele a sus padres, sus amigos, ¿no son novios ustedes?

-Le pediría que baje el tono, quién cree que es usted. Lo vine a ver porque es mi último resorte. He removido cielo y tierra para encontrarla. 

 

lunes, 1 de febrero de 2021

Le vouloir nous brûle et le pouvoir nous détruit.

 

Quiero hacer un pacto con quien sea que tenga que hacerlo. Llegó febrero frío. Muy frío. Entonces aquí mis condiciones: una semanita pelando, Montreal tiene que mantener su reputación de país nórdico, se entiende y se lo acepta, pero no vamos a hacer todo un plato con eso. Ya estamos en el 2021 con los trastornos del clima bien iniciados; luego, aceptaría un par de semanas más tranquilitas y dentro de seis semanas todo se acabó, ¿de acuerdo? Yo no voy a estar así peleando con el clima, es ridículo. Tenemos otros problemas graves en este momento como para estar malgastando tiempo, sufriendo y protestando por temperaturas gélidas: pasar frío es una cosa, congelarse, otra. Y, ya que estamos, basta con la nieve que nos cae desde hace un mes. Esa desproporción es algo grosera. Basta ya.

A cambio ¿qué?

Oiga, he sido madre de adolescentes y maestra durante demasiados años, ¿no le parece castigo suficiente?  Además, ya tantos le dieron su alma, está de lo más bien acompañado, para que quiere alguien como yo cuando lo tiene a Paganini o a Tommy Johnson, no entiendo. Qué haría de una mujer como yo. Le sacrificaría mis niños, pero de una, ya no lo son y de dos, me los devolvería. La vida, mi vida, no la quiero eterna, ya bastante cansada ando. O sea que años de vida me puede sacar, me parece bastante justo. ¿Matar a alguien? Oh como al pobre Ricardo, no, no, padezco de la misma enfermedad, soy de las que aman en serio y generosamente, o sea que no pierda su tiempo intentando asustarme con contratos no respetados.  No los respeto.

Es más, este año 2020 fue algo así como una penitencia, sin abrazos, libertad de desplazarce, milongas. Me parece que estamos en paz. Además, estamos hablando de cosas intrascendentes: mañanitas que agarrotan el cuerpo, de escarcha en las pestañas, de hielo bajo los pies, granizo azotando la cara, ventisca por alrededor del cuello, muslos helados, picando de dolor, dedos dolorosos y sensibles. Lo que deseo es que el tiempo sea un poco menos blanco.  No es mucho pedir.