Bien que je sois une adulte, il arrive
que je me perde. Soudain, les lieux qui m’entourent me semblent étrangers. Ou
bien pire encore, je ne reconnais plus la personne que je suis devenue. Ces
jours-là, le peur me tord le ventre. Par bonheur, ces crises de désorientation
ont un remède. J’ai une boussole. Impossible de s’égarer quand on a une
boussole. Alors moi l’égarée, je commence par arrêter mes pas. Après une longue
respiration, je me retourne. Et je regarde
en arrière…, (Jacques Ferron)
Acto I: Martina
y sus cartas
Un hombre sentado en un
despacho casi vacío habla con un hombre mayor que lo escucha de forma distraída
detrás de un escritorio. Se ve una pantalla mostrando una foto de una mujer de
unos 25-30 años, deportiva, sonriente en el medio de un sendero montañoso.
-Martina siempre supo dónde iba. Es más, presume de
no haberse perdido nunca. Dice que su sentido de la orientación está basado en
su buena memoria de los detalles. Le encanta acumular puntos de anclajes y por
donde pase siempre se ubica. O sea que cuando digo que Martina siempre supo
dónde iba es en el sentido literal: su posición geográfica. Esta habilidad es
su orgullo, “quién se despista es por falta concentración o de poesía”.
-Martina no se pierde. Suspira el hombre mayor
-¡Exacto! Alardea de su control del espacio.
Se dirige estupendamente bien por espacios urbanos. Después de visualizarlos
mentalmente, evalúa donde está y dónde debe ir: un compás en el cerebro.
-Y esto lo sabe porque…
-Lo sé porque he viajado con ella. Hemos recorrido
varias ciudades a pie, durante días. Es una máquina.
-Cuánto insiste, sin embargo...
-¡Quiero que me entienda!
-Ajá, siga, entonces.
-Martina camina, viaja, se mueve. Su vida, la pasó
saltando de una ciudad a la otra, de un país al otro, de una vida a la otra sin
que le cause demasiada emoción. Nunca se quedó largo tiempo en ningún lugar. A
la vez, todos los sitios por donde paseó la dejaron marcada de recuerdos: ella
las llama huellas en el alma. Por cierto, todo esto empezó desde el comienzo.
Martina nació en un avión.
-¿En un avión? ¿Es una forma de hablar?
-Otra vez, no, muy literalmente: nació en un avión.
Sus padres trabajaban ambos en la aviación y viajaron todos los años del oeste
al este, varias veces por año. A vista de pájaro, recorrió algunas veces el
planeta. Toda una vida en el aire hasta que pudo poner pie a tierra. Y ese día,
fue una revelación. Así me lo escribió, estoy compartiendo con usted sus
palabras.
Nos mandamos cientos de cartas, mails si prefiere, donde me habló de su vida. De bebé, solo recuerda el avión. No me mire con esos
ojos, su padre era piloto, su madre azafata, parece mentira pero así es, banal
y al mismo tiempo… y ella vivió casi escondida, hundida en el asiento de una
aeronave, con la nariz contra la ventanilla, a mirar desde lo alto las nubes:
así pasó muchos años sin domicilio fijo o casi.
-¿Así lo cuenta? Algo rarita, ¿no?
-A mí no me parece. Sigo con su historia. Me dijo
también que un día, sus padres le mostraron una casa en un suburbio de los
Estados Unidos. Martina tuvo que ingresar a la escuela. Tenía seis
años. Por haber nacido en el cielo, no tenía nacionalidad oficial. Nació
sobre el océano que no pertenece a nadie. Su padre le había dicho que el mundo
entero era su casa y que todo le pertenecía. Y ella se lo creyó.
-¿Cómo es eso de no tener nacionalidad? Me está
resultando pesado su relato y algo extraño.
-Bueno, oiga, los apátridas existen: ¡son más de 10
millones en el mundo! Higuain, el futbolista, ¿lo conoce? lo fue. Ahora,
esta parte, sí que esta es la versión poética de su historia. Digamos que es
cierto que los primeros años no tuvo nacionalidad por una cuestión de ius soli.
Se arregló al cabo de un tiempito con la transmisión de la nacionalidad de sus
padres. El padre es inglés naturalizado americano, la madre es española. España
permite la nacionalidad por ius soli y ius sanguini,
obtuvo las dos nacionalidades cuando se instaló en EE. UU.
-¿Por qué no habla sencillamente que le pueda
entender? prosiga.
-Las múltiples ciudadanías de sus padres
respaldaron por un tiempo sus viajes de trotamundos en América en particular,
aunque no solo; sin embargo, hubo que trabajar y a partir de los dieciséis
consiguió un primer puesto como au-pair en Europa. De Francia
fue a Alemania, de ahí a Praga e Italia; en cada sitio, vivió meses, años con
familias diferentes que le permitió estudiar además de cuidar de niños y
recorrer las mil y una ciudades maravillosas, así las llama. Luego por
recomendaciones de esas familias, consiguió un puesto de probadora de hoteles
por el sur de América y finalmente a los veinte y tres, le dieron el puesto de
trekker para Google Street Maps, sacando fotos y alimentando el sitio WEB de la
muy poderosa compañía. Conduciendo un auto de Google Maps fue literalmente por
toda Europa y estuvo casi dos años en España. Su pasaporte es español.
- Bien, me parece perfecto, ha viajado y sabe viajar.
Y ahora, ¿qué quiere de mí?
-Que la encuentre.
-Que no me repite desde hace un momento que no se
pierde. ¿Ha desaparecido? ¿Eso me está diciendo?
-Sí, hace tres meses que no sé nada de ella y eso
no es normal. Sólo me quedan tres cartas
largas que me mandó este año. Aquí las tengo.
-Cartas, ¿qué
cartas?, ¿cartas de papel?
- No, quién manda cartas hoy, es más rápido por
mail. También nos hemos hablado por teléfono cada dos días durante más de siete
años. La conozco verdaderamente bien.
El hombre mayor toma las hojas de papel entre
sus manos y empieza a leer las cartas, se oye una voz de mujer que dice
Siempre me sentí a mis
anchas en la inmensidad americana con sus caminos interminables, despoblados --yendo
por rutas verdes monótonas de pinos y abedules en el Norte y terminando, al
sur, por caminos patagónicos secos y hermosos. Por ambos lados, siempre me
acompañó el viento. En alguna ocasión también seguí el mar, el Atlántico frío y
nervioso al norte; azul cristalino más al sur, con playas brasileñas
inacabables. Al opuesto del continente, toqué de los pies al océano Pacífico,
antes de meterme en las montañas de las cordilleras andinas o más arriba en las
Rocosas del norte. El pulso de las grandes ciudades es muy diferente de una a
la otra...
- Sus cartas deben servir para darme información,
es la única utilidad. Si piensa que puede conocer a una persona por sus cartas,
se equivoca. Una persona se la conoce interactuando con ella, viéndola moverse.
Sus cartas no sirven en mi caso. Haber viajado con ella es una parte de la
realidad, la vida es otra. ¿Entiende?
- Se las dejo. Es para que me entienda. Quiero que
se haga una idea justa de mi amiga. Sus cartas tienen su voz. Usted me la
encuentra por favor.
El hombre mayor sigue leyendo:
El continente es mi terreno de juego y me gusta
jugar. Me escondí bajo balcones floridos en Cartagena, trepé hasta alcanzar
plazas coloniales quiteñas, me hundí hacia el desierto costero de Sechura, subí
a la Paz, bajé a Buenos Aires, tropecé por los escollos de Colonia del
Sacramento, me fui subiendo por Brasil hasta la Muy Noble y Leal Ciudad de
Santiago de los Caballeros de Guatemala; me enamoré en el DF. Acabé regresando
al norte atraída por la vastedad y el cielo azul y la sopa de mamá.
El hombre mayor suspira,
parece muy cansado.
-Uf qué quiere que haga con estas cartas. No me sirven.
Además, hablan de América,
-No está en América, fue, pero volvió a Europa,
estoy seguro. Aquí estaba su nueva asignación. Debía empezar el mes pasado.
Estuvo en París, lo sé porque recibí un mensaje por teléfono. Debe saber que
adora a Europa, se siente bien aquí. Comparto la última parte de esa carta que
le estoy leyendo, así termina:
Sabes que adoro perdidamente
a Europa como quien se enamora y enloquece. De esos amores fogosos compartidos
donde las emociones están involucradas con el ímpetu, la felicidad, la
vulnerabilidad, la obsesión y el sufrimiento. Emociones fuertes e irrepetibles.
De hecho, no puedo pensar ni hablar de Europa sin llorar. Para la andarina que
siempre fui, siento fruición al pisar veredas, doblar esquinas, divisar cabinas
telefónicas, descubrir una plazoleta en el medio un barrio perdido, admirar
entradas, dejarme sorprender por una puerta, un portón, sentarme en un
café. En cada esquina me doy vuelta, solo oigo el ruido de mis tacos
apurados por las calles resonantes, no te veo, te siento. París gris, me gana,
me llama, lo sabes, me atraen sus callejuelas torcidas, curvadas, arriba, abajo,
subo y bajo, me esquivo entre los castaños y los plátanos cansados y mientras
camino, levanto la cabeza, respiro y sigo. Tu mirada me abriga, sé que estás,
continúo mi camino, sin recelo, protegida. Cambio de ritmo. Cada pisada se hace
sigilosa sobre la vereda mojada cuando los adoquines sucios deletrean tu nombre
y la vida, mi vida, sí, a la que tanto quiero, se dibuja en cada paso.
- Este es el
último mensaje que recibí. Estoy en Paris dos días, luego me voy a
Madrid. Tomaré un tren hasta Zamora, nos vemos dentro de un mes en México.
Ya ve el mensaje es muy claro, preciso, teníamos que vernos y no llegó.
Teníamos cita. Nunca faltó, nunca hubo desconexión entre nosotros. Algo ha
pasado y querría que me ayude.
-Por favor, perdone que le diga así brutalmente,
pero ¿en qué estas cartas aportan algo al caso? Además, que adore esto o
aquello, no me interesa en lo más mínimo. No tienen ningún interés.
- Algo raro ha pasado, eso lo sé.
-Lo que ocurrió es que lo dejó y paso a otra cosa.
Tres meses, me dijo. Y recién se preocupa. Eso es extraño también. pregúntele a sus padres, sus amigos, ¿no son novios ustedes?
-Le pediría que baje el tono, quién cree que es
usted. Lo vine a ver porque es mi último resorte. He removido cielo y tierra
para encontrarla.
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