sábado, 13 de marzo de 2021

Juventud

 

El chico estaba a mi derecha, alto, joven, no sé bien, no le miré la cara. Tenía pantalones jeans y zapatillas blancas eso sí vi ya que caminaría siempre detrás de él. Cruzamos juntos la calle, estaba yo algo apurada puesto que  tenía cita con el dentista y sabía que debería caminar con prisa aproximadamente unos 25-30 minutos para llegar a hora.  Y para eso me sentía preparada y dispuesta : el ánimo concentrado. Nos largamos juntos. El joven abría y cerraba las piernas sin esfuerzo y su paso tenía una buena amplitud. Sin ninguna dificultad  se adelantó de unos metros. No parecía querer andar apresuradamente sino que era su paso normal. Eso me dolió porque yo estaba haciendo lo posible para que la desventaja de sus piernas largas sea compensada por mi velocidad. Me puse a dar pasos más largos, más coordinados, pensando en la cadera, en pisar con el talón y luego empujar con los dedos del pie proyectándome hacia adelante. No funcionó: el joven progresó de tal manera que tuve que cambiar de estrategia. Pensé que en vez de ganarle a su juego (el del paso largo) , debería al contrario usar de mi fuerza, la de la energía. Intenté alcanzarlo dándole a las piernas, pasos cortos pero bien acelerados. No hubo nada que hacer, el chico mejoró su adelanto de varios centenas de metros. No pude entender como hacía. No entendí, me sentí petiza, gorda, lenta y por encima de todo vieja; no hubo forma de acercarme a él. Al final de los treinta minutos, solo veía a los lejos un par de zapatillas blancas  que se movían con ritmo y eficiencia y que brillaban al sol. Me sentí pésima, yo, ¡tan orgullosa de mis progresos al caminar!, pensé que había mejorado el tiempo que tomo para recorrer una distancia dada, este chico sin querer, me dejó bastante apesadumbrada y afligida. Joder, suspiro, lo importante es divertirse al caminar, ¿no? Joder lorito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario