El chico
estaba a mi derecha, alto, joven, no sé bien, no le miré la cara. Tenía
pantalones jeans y zapatillas blancas eso sí vi ya que caminaría siempre detrás
de él. Cruzamos juntos la calle, estaba yo algo apurada puesto que tenía cita con el dentista y sabía que debería
caminar con prisa aproximadamente unos 25-30 minutos para llegar a hora. Y para eso me sentía preparada y dispuesta :
el ánimo concentrado. Nos largamos juntos. El joven abría y cerraba las piernas
sin esfuerzo y su paso tenía una buena amplitud. Sin ninguna dificultad se adelantó de unos metros. No parecía querer
andar apresuradamente sino que era su paso normal. Eso me dolió porque yo
estaba haciendo lo posible para que la desventaja de sus piernas largas sea
compensada por mi velocidad. Me puse a dar pasos más largos, más coordinados,
pensando en la cadera, en pisar con el talón y luego empujar con los dedos del
pie proyectándome hacia adelante. No funcionó: el joven progresó de tal manera
que tuve que cambiar de estrategia. Pensé que en vez de ganarle a su juego (el
del paso largo) , debería al contrario usar de mi fuerza, la de la energía.
Intenté alcanzarlo dándole a las piernas, pasos cortos pero bien acelerados. No
hubo nada que hacer, el chico mejoró su adelanto de varios centenas de metros.
No pude entender como hacía. No entendí, me sentí petiza, gorda, lenta y por
encima de todo vieja; no hubo forma de acercarme a él. Al final de los treinta
minutos, solo veía a los lejos un par de zapatillas blancas que se movían con
ritmo y eficiencia y que brillaban al sol. Me sentí pésima, yo, ¡tan orgullosa de mis progresos
al caminar!, pensé que había mejorado el tiempo que tomo para recorrer una
distancia dada, este chico sin querer, me dejó bastante apesadumbrada y afligida.
Joder, suspiro, lo importante es divertirse al caminar, ¿no? Joder lorito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario