viernes, 24 de noviembre de 2006

¡Paulina!, tercera entrega

Hace rato que me di cuenta que no controlo nada. Ya, lo asumo. Suelo viajar dos o tres veces al año. He ido por todas partes, sin problemas. Acá los eventos me llevan a mí, mi espíritu atontado por la falta de sueño intenta conectar las pocas cosas que sé, pero sigo en otra dimensión. Qué viaje más extraño. Será porque me imaginé que las cosas serían diferentes. No sé. Ahora tengo que pensar en plan B. Estoy sola. ¿Cuál es? Ya me ha pasado un montón de veces. En la entrada del motel la resolana me ciega y pregunto, para saber nomás, informándome, como debo hacer para ir al DF, la empleada me indica el camino para el camión. Miro la hoja de papel de Gloria, tengo anotado: de poca madre, padrísimo, güey, chido, a huevo, ¡te invito a una chela!, checar, no mames, no está: "camión", pero la idea no me desagrada. Un camión, medio de transporte pienso, me quiere poner en un camión. Órale, tomemos camión. Lleguemos a alguna parte. Hace dos días que estoy viajando, unos kilómetros más... Un señor que me estaba mirando hablar con la señora, me ayuda con las direcciones, es más, pone en cuanto ve el camión pasar por la calle, mi bolso dentro del bus y tengo que correr para que no se vaya con mi bolso y sin mí, mi ropa, mis cosas, Dios, por favor, se están yendo solitos, yo en el medio de la calle. Las piernas me funcionan. "Uf, me quejo, señor conductor, me ha hecho correr". Noooo, me dice, a usted se la esperaba, no se preocupe, pase y póngase cómoda. Llegamos al DF en una hora."

No he comido en veinticuatro horas, no he tomado café, he dormido tres horas en dos días, me voy a la gran ciudad, y todavía no sé donde iré a parar. Estoy en el camión en dirección del DF. ¡Epa, manejan rápidamente en México! Las calles al mediodía están llenas de gente, autos, comerciantes, mujeres hombres niños, trabajadores, jóvenes, soy la única que no sabe adonde va. Todos van a alguna parte. Se les nota en la cara. Tienen dirección. Las mismas calles de anoche, es que me conozco a Toluca ahora, ya tengo experiencia mexicana, qué contraste. Veo que al lado del motel había un centro comercial y sospecho que hubiera encontrado Internet y café, desayuno, hubiera podido pensar un momento antes de irme a no sé dónde. Pero no, estoy ahorita instalada en frente de una pantalla de televisión en un camión mexicano, con chicos jugando al béisbol encima de mi cabeza y ángeles ayudándolos a ganar el partido. Sigo en ruta.

Observatorio, los pasajeros bajan, y yo, claro, los sigo. Pasamos por un mercado, y siguiendo a los mexicanos apurados y seguros, entro en el metro. Hay tanta gente que no se distingue la estación, una mar de gente, paso por una puerta, hasta ahí estoy segura, después me pierdo entre brazos, bolsos y ruido. Busco tarjeta, compro tarjeta, llamo por teléfono público entre un hombre que grita y una mujer que llora. Joder. No oigo nada. Del mercado instalado en la puerta del metro llega música fuerte, disonante, varios discos juntos, una cacofonía con guitarras y ritmos pop fuertes, tan fuertes que casi no oigo que esta vez el teléfono suena y contestan. Hablo, al fin... Tendré ese día la única verdadera conversación con mi amigo. Tierna y afligida. Un verdadero contacto. "¿Cuando vuelves?", pregunto, "en cuanto pueda", me dice. Se me acaba el saldo. En el tren con el bolso entre las piernas me dirijo al centro de la ciudad. Estamos amontonados a la hora de comer, mucha gente entra y sale del vagón, no se puede respirar. No hace calor sino que tampoco hay aire. Al punto de desmayarme de cansancio y hambre salgo a la calle, camino respirando hondo. Sé que estoy cerca del centro. No aguantaba más. A mi izquierda veo un restaurante pequeño y sencillo, no es restaurante, es comedor, bar, no sé, son unas mesas bien puestas con manteles colorados limpios y un cocinero jovial. La moza tiene una linda sonrisa. Dice un cartel: "Entrada, arroz, milanesa, postre, 28 pesos". Apenas tengo tiempo de sentarme y sin haber pedido nada que ya me están trayendo una sopa, sopa de tacos, arroz solo, milanesa con papas. Y mientras como me pongo a llorar. Me siento algo tonta pero no lo controlo. Sollozo sobre mi plato sin poder retener mis lágrimas. Lloro de felicidad, de cansancio, de los nervios, agradecida por esta comida que es más que rica, deliciosa, que entra en mi cuerpo regresándome a la vida. La verdadera vida, la de el aquí y hoy. El olor, el sabor, las caras del cocinero y su empleada, mirándome sorprendidos, inquietos también, todo veo y siento entre lágrimas. Pero no me importa. Murmuro: "no se preocupen, lloro porque he llegado. Después de un largo viaje, acabo de llegar a México."

1 comentario: