martes, 8 de mayo de 2007

La vuelta

¿Cómo que no te gusta manejar? A mí no se me ocurriría pensar una cosa así cuando se está prácticamente solo sobre las autopistas divinas de Francia y que la tierra se abre de par en par para dejarme pasar a toda velocidad con mi autito que vibra sobre el asfalto. Mirá qué bello es esto. Me encanta ver las curvas de las colinas rodearme y seguirme, adelantarme, los campos cuidados, pequeños, cuadraditos perfectos arados y coloridos, moverse tal olas de mar, con verdes, amarillos, los colores de la tierra francesa a esta velocidad. De repente aparece una aldea, un bosque, un castillo a lo lejos, una estación servicio y pienso que nos toca tomarnos un café, descansar la nuca y estirar las piernas. Me gusta avanzar, conquistar territorio, moverme, me gusta el movimiento así de fácil, mis manos sobre el volante, la música a todo lo que da, mi cabeza en mil sitios diferentes, ¿cómo que no te gusta viajar en coche?, ¿qué no lo estamos pasando requete genial? Debe ser porque se achican las cosas, y los dos estamos acá grandes sobre la tierra, hablando mientras todo fluye, se mueve, y además son condiciones ideales, día de sol y calorcito, poquísimos autos y un camino fácil. Lugano París, derechito hacia el Norte, tendré que cambiar de autopista en Bourgogne, doblar un poco más hacia el Oeste, y nada más. Me gustan otras cosas por supuesto. Descubrir un campo de amapolas coloradas, los árboles caídos, tu voz, las hojas que vuelan por el aire, las aves juntitas en ve por el cielo, o pisar descalza la tierra húmeda de mi jardín por la mañana, encontrar inmediatamente el libro del que te estoy hablando, abrir la página y hallar la cita, el sabor del primer café, cuando me llamas bruja y luego me dices: amor. La ducha caliente sobre mis ojos cerrados y mi espalda, las cosquillas, el sol de primavera, el cuerpo caliente de Emilia cuando entro en la cama y que se vino sin hacer ruido hasta mi cuarto, chuparme los dedos después de comer una naranja jugosa, el olor de la naranja, su color. Tu mirada. Me gusta el camino al trabajo, siempre el mismo, reconocer, saberlo tan perfectamente bien, que se hace corto y fácil y encantador. Hablar de cualquier cosa y pasarlo bien, que sea de los empleados del correo en EEUU y de su propensión a perder la razón o de Salinas. Me gustan tus ces y tus zetas. Me gustan los viernes, la siesta que le robo al día, en el silencio de mi casa, o también entrar el miércoles después de las clases de la tarde, abrir la puerta de casa a las apuradas, llegar siempre un poco tarde y arrojar el maletín al suelo, casi cargarme una maceta, reírme de mi torpeza y largar: “hola, chicos, ¿cómo están mis amores?” dirigirme a la cocina, levantarme el pelo en un rodete, ponerme un delantal y empezar a cocinar. Cuando dices, Inés. Los abrazos de Emilia. La risa de mi madre. Llorar escuchando Bossa Nova. Bailar, bailar y bailar. Atender el teléfono y que seas vos. El aire reservado de Guy. La clase del jueves con mis tres alumnos preferidos. Tu humor. Los piropos en la calle cuando me pongo mi sombrero australiano. Me gusta saber la letra de las canciones que me gustan, nunca me las sé, cuando me las sé, me pongo muy contenta. Acordarme con tiempo de mis citas y mis cosas. Salir al balcón y pensarte mirando el cielo. Las estrellas. Los rayos del sol que me despiertan en la mañana. Las mañanas. El silencio de las mañanas. La tranquilidad de las mañanas. Mi llavero de perlas que suena dentro de mi cartera. Que pase mi vecina y me invite al concierto. París. París de día, París de noche, París en un restaurante de mariscos, lleno, apretado y delicioso, París en un café. París sobre un puente, París perdida, todo París. Encontrar el sitio que busco. Me gusta el color de los ojos de Emilia. Conversar con Benja. El mes de Junio. El sonido de una guitarra acústica, cantar con amigos. Vos, cuando me invitas a tu cama. Viajar. ¡Cómo que pare!, si no he terminado, todavía falta la música... Carrer Aragó en Barcelona, el mar, el vino francés... el cerro tucumano, los sánguches de Chacho, la primera nevada montrealense, la calle Argüellos en Buenos Aires, los acantilados, las islas, el mate santiagueño, el acento de.. uy... algunas cositas más...

2 comentarios:

  1. Ines, no me gusta conducir. Me gusta viajar a caballo, en bicicleta, caminando, sobre todo caminando. Cuando viajo no siento la prisa de llegar; la medida mas o menos exacta del mundo se alcanza con los paisajes que se pegan a las botas. Transportarse es otra cosa. Pero contigo al lado nada importa porque la medida absolutamente exacta del mundo eres tu. Escucharte es un viaje iniciatico, todo se demora para explicar su esencia: la naranja suculenta, el vuelo en uve de las aves migratorias y la hierba de tu jardin rociada de amanecer. Y entonces, los paisajes que contemplo se tornan prodigiosos porque estan ungidos con la luz de tu mirada. Te das cuenta? Tu presencia le da sentido al mundo, ya se contemple desde un coche o desde una cama. En tu ausencia hay musicas que pintan brochazos en el corazon. Y todo me gusta.

    No dire nada de tus ces y tus zetas para no perderme en tu voz, sirena de labios sedientos.

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  2. A mí me gusta estar entre los que les gusta leerte, Inés. Ser uno más de ellos. Y mirarte de lejos también.

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