Por el contrario, pasear por Paris es una cuestion de caderas y manos; el vocabulario de los cuerpos, las miradas y el tacto. El paseo tiene la elocuencia tentadora de la oscuridad cuando cierran los garitos en Barbes.
A.v., mon amour, cerca de Barbés, bajando el bulevard cuando ya se transforma en Poissonière, existe una calle pequeña, bueno no tan pequeña; hace un año, o un poco más quizás, ahí fui a ver un concierto de jazz. Llegaba tarde, era de noche, no tuve que usar mucho vocabulario, solo calma para encontrar estacionamiento para el auto chico, y milagrosamente, (lo de lo calma digo) encontré un lugar perfecto enfrente del local, del otro lado de la calle. Después del concierto, me subí al coche, perfectamente feliz, lo puse en marcha, avancé unos metros y se ahí se paró, se paró y no quiso funcionar más, estaba yo en el medio de la calle, no supe bien que hacer: no funcionaba. No había nada que hacer. Estaba en en plena noche negra, rue du Paradis, pero sin recursos. Pasa un grupo de chicos, yendose hacia Clichy, allá más al nortecito, y salté del auto para pedir ayuda, por lo menos que me empujen el auto hasta la vereda para que pueda regresar a mi casa y volverlo a buscar. Eran unos siete u ocho chicos de veinte a treinta años, todos italianos, juro que recordé todo el poco de italiano que sabía para pedirle per favore que no me dejen sola, era ahí también vocabulario y manos, A.V, las caderas las usaron ellos para empujar. En París de noche, se necesita de todo a veces. Los chicos intentaron arrastrar el auto, pero algo le pasaba que parecía en marcha, aunque no le estuviera, y les fue imposible, a los siete u ocho ragazzi, moverlo, estaba trancada. Después de una hora más o menos de deliberaciones automovilísticas y mecánicas, decidieron que Clichy sonaba más satisfactorio y entre exclamaciones y deseos de buena suerte allí me dejaron, con el auto en medio de todo. Pasó una pereja, y evidentemente les di pena, quisieron ayudarme, llamaron a unos amigos, vinieron, se instalaron cerca del auto, sacaron unas botellas de cerveza, me invitaron, otra hora y pico, a darle vueltas al auto, y yo: no no que tengo que volver a mi casa. Ahí se quedaron un momento, y ellos también se fueron. Cuando el paraíso estuvo desierto, silencioso, habiendo yo vuelto de buscar un teléfono, no sabía bien a quién llamar, me metí en el auto, di una vuelta más a la llave cuando de repente se prendió el motor, y me marché.
Esplendida Ines: mi periodo barbesiano estuvo marcado por la presencia de negros y magrebies, una mezcolanza de culturas, idiomas y olores expatriados. El tiempo tenia dimension humana, y la disciplina facil del trabajo hacia que los proyectos avanzaran. Las calles estaban salpicadas de musicas nuevas y mujeres de piel oscura y mirada caliente. Un cuarto reducido con una cama, una mesa y dos sillas; en el techo abuhardillado, un ventanuco de luz que me permitia salir al tejado por las noches para fumar y beber Calvados. En Barbes encontre un hombre viejo, no recuerdo si de Kenia o de Tanzania, masai en cualquier caso; me conto de un blanco que encontro perdido en la sabana, creo que era hungaro, creo que decia ser escritor. Aquel anciano que encontre en Barbes le dio de beber, le salvo la vida. Pero el hungaro tenia su propia apreciacion de las cosas y acabo pegandose un tiro en San Diego. Se llamaba Sandor?
Sí, mi amor, se llamaba Sandor, Sandor Marai. Solo unos íntimos, dos mujeres en realidad, lo llamaban Masai, para burlarse afectuosamente del escritor húngaro que se había perdido por Kenia. Impresionante que conozcas esa historia, A.V., estás bien informado, o tenés suerte. Es verdad que Barbés está lleno de africanos, y entre ellos, hechiceros, te dan pamfletitos al salir del metro, éstos dicen: venganza, o enamoramiento garantizado, llame a Mamadou, no se arrepentirá. Uhmmm, Barbés.
El mundo es redondo y, por lo tanto, abierto a las casualidades, Ines: conozco a las dos mujeres que sabian del incidente de Marai con los Masai. Lo verdaderamente impresionante es que tu conozcas a Mamadou, hechicero mucho mas eficiente en conseguir el amor que la venganza, aunque prometa ambos. Supongo que la razon es que en Barbes el amor nunca se siente defraudado.
Por el contrario, pasear por Paris es una cuestion de caderas y manos; el vocabulario de los cuerpos, las miradas y el tacto. El paseo tiene la elocuencia tentadora de la oscuridad cuando cierran los garitos en Barbes.
ResponderEliminarA.v., mon amour, cerca de Barbés, bajando el bulevard cuando ya se transforma en Poissonière, existe una calle pequeña, bueno no tan pequeña; hace un año, o un poco más quizás, ahí fui a ver un concierto de jazz. Llegaba tarde, era de noche, no tuve que usar mucho vocabulario, solo calma para encontrar estacionamiento para el auto chico, y milagrosamente, (lo de lo calma digo) encontré un lugar perfecto enfrente del local, del otro lado de la calle. Después del concierto, me subí al coche, perfectamente feliz, lo puse en marcha, avancé unos metros y se ahí se paró, se paró y no quiso funcionar más, estaba yo en el medio de la calle, no supe bien que hacer: no funcionaba. No había nada que hacer. Estaba en en plena noche negra, rue du Paradis, pero sin recursos. Pasa un grupo de chicos, yendose hacia Clichy, allá más al nortecito, y salté del auto para pedir ayuda, por lo menos que me empujen el auto hasta la vereda para que pueda regresar a mi casa y volverlo a buscar. Eran unos siete u ocho chicos de veinte a treinta años, todos italianos, juro que recordé todo el poco de italiano que sabía para pedirle per favore que no me dejen sola, era ahí también vocabulario y manos, A.V, las caderas las usaron ellos para empujar. En París de noche, se necesita de todo a veces. Los chicos intentaron arrastrar el auto, pero algo le pasaba que parecía en marcha, aunque no le estuviera, y les fue imposible, a los siete u ocho ragazzi, moverlo, estaba trancada. Después de una hora más o menos de deliberaciones automovilísticas y mecánicas, decidieron que Clichy sonaba más satisfactorio y entre exclamaciones y deseos de buena suerte allí me dejaron, con el auto en medio de todo. Pasó una pereja, y evidentemente les di pena, quisieron ayudarme, llamaron a unos amigos, vinieron, se instalaron cerca del auto, sacaron unas botellas de cerveza, me invitaron, otra hora y pico, a darle vueltas al auto, y yo: no no que tengo que volver a mi casa. Ahí se quedaron un momento, y ellos también se fueron. Cuando el paraíso estuvo desierto, silencioso, habiendo yo vuelto de buscar un teléfono, no sabía bien a quién llamar, me metí en el auto, di una vuelta más a la llave cuando de repente se prendió el motor, y me marché.
ResponderEliminarEsplendida Ines: mi periodo barbesiano estuvo marcado por la presencia de negros y magrebies, una mezcolanza de culturas, idiomas y olores expatriados. El tiempo tenia dimension humana, y la disciplina facil del trabajo hacia que los proyectos avanzaran. Las calles estaban salpicadas de musicas nuevas y mujeres de piel oscura y mirada caliente. Un cuarto reducido con una cama, una mesa y dos sillas; en el techo abuhardillado, un ventanuco de luz que me permitia salir al tejado por las noches para fumar y beber Calvados. En Barbes encontre un hombre viejo, no recuerdo si de Kenia o de Tanzania, masai en cualquier caso; me conto de un blanco que encontro perdido en la sabana, creo que era hungaro, creo que decia ser escritor. Aquel anciano que encontre en Barbes le dio de beber, le salvo la vida. Pero el hungaro tenia su propia apreciacion de las cosas y acabo pegandose un tiro en San Diego. Se llamaba Sandor?
ResponderEliminarSí, mi amor, se llamaba Sandor, Sandor Marai. Solo unos íntimos, dos mujeres en realidad, lo llamaban Masai, para burlarse afectuosamente del escritor húngaro que se había perdido por Kenia. Impresionante que conozcas esa historia, A.V., estás bien informado, o tenés suerte. Es verdad que Barbés está lleno de africanos, y entre ellos, hechiceros, te dan pamfletitos al salir del metro, éstos dicen: venganza, o enamoramiento garantizado, llame a Mamadou, no se arrepentirá. Uhmmm, Barbés.
ResponderEliminarEl mundo es redondo y, por lo tanto, abierto a las casualidades, Ines: conozco a las dos mujeres que sabian del incidente de Marai con los Masai. Lo verdaderamente impresionante es que tu conozcas a Mamadou, hechicero mucho mas eficiente en conseguir el amor que la venganza, aunque prometa ambos. Supongo que la razon es que en Barbes el amor nunca se siente defraudado.
ResponderEliminarUn beso, Ines, de cous cous y menta.