viernes, 29 de junio de 2007

La Plaza Mayor, Bank, Marke, Ocelote

-¿Qué va a tomar?
-Hola me trae una caña, hace calor. Ah, y papitas, no me traiga aceitunas. No me gustan.
-Vale, ¿calor dijo? Ah, es turista, ¿es su primera vez en Madrid?
-No, ya he estado aquí, sentada por aquí mismo, hace un año. Mismo sol, mismo calor. (Pienso: mejor compañía)
-Y ¿no se acostumbra?
-Sí, podría acostumbrarme. Me gusta.



-Una caña es un euro con diez.
-....
-Un euro con diez.
-....
-Jem, ¿quería cobrar?
-¿Cómo? Sí, claro, perdone, ¿cuánto dijo?
-Me parece que ahora mismo no estaba en Madrid.
-Es cierto. Estaba en una casa de campo con mucha gente, niños, una idea bonita que recordé.
-Su vuelto, qué tenga un buen día.
-Sí, gracias.
-Oiga parece algo perdida, para allá derecho llega a la Gran Vía
-¿La Gran Vía? Hombre, no se preocupe a la Gran Vía llego hasta con los ojos cerrados. En realidad caigo sobre ella hasta cuando no quiero: Tous le chemins mènent à la Gran Vía. No, no estoy perdida. Estaba pensando. He perdido una bolsita llena de papeles, ¿no la vió sobre la mesa?
-No, lo siento.
-Bueno, no importa me la debo haber dejado por ahí. Tenía postales y un libro. Si la ve me la guarda ¿vale?
-Por supuesto.
-Adiós
-Hasta luego.

miércoles, 27 de junio de 2007

Passion

"Tous les amoureux ont douze ans, d'où la fureur des adultes."

Philippe Sollers.

Goya

Regreso

El polo norte tiene nombre y se llama París.

La casa está en un estado lamentable, el pasto hasta por las rodillas, y la heladera vacía. Joder, pensé en español, (he aprendido mucho español), me parece que solo me fui unos días, y vuelvo a casa y ¿ha pasado un mes? ¿Un año? Una vida. Explicaciones posibles piensa Inés, la del corazón suspendido: ha llovido una cantidad incalculable y la naturaleza agasajada de agua se siente pródiga. Segunda explicación: he calculado tan pero tan bien la comida que ha sido perfecta la cantidad que había comprado para la semana.
Llegué yo y se terminó. Hay milagros que no se explican, se agradecen nada más. El revoltijo doméstico una forma original y diferente de recibirme, un "¡sorpresa, mamá!". Desde que volví anoche ando muda. Citas médicas, clases, una cena esta noche, compras, trámites administrativos importantes: voy a empezar despacio. Hace frío, el calor se quedó allá, el sol, la luz, llueve, y quedan pendientes un medio millón de cosas que tengo que hacer y es miércoles.

viernes, 15 de junio de 2007

Sobre gatos

Los gatos que miran

Los gatos que miran a los pájaros
tienen ojos que piensan
los pájaros que miran a los gatos
tienen ojos que dudan
los míos se cierran
para meditar sobre los milagros


Francis Picabia

lunes, 11 de junio de 2007

Silencios



Para mí Nueva York es también Stranger than Paradise, en 1984. ¡Cuánto me había gustado la película de Jim Jarmusch! La cámara fija de Jarmusch es fascinante, el blanco y negro de la película; interesante su meastría con la cámara, la ciudad de Manhattan, sucia y gris, transmitiendo toda su soledad, el tono de la película opresivo y lírico al mismo tiempo, un humor sutil, los personajes, tres o cuatro, vestidos como en los años cincuenta, el contraste del frío, el lado inhumano, cemento y silencio, con la voz de Screamin' Jay Hawkins, I put a Spell on you, que envuelve y lleva toda la película de New York a Cleveland hasta Florida. El mundo del silencio. He salido tan entusiasmada... que las otras de sus pelis no dejaron, sin querer, de decepcionarme un poquito. Sin embargo, es grande Jim, y esta película un recuerdo impactante. He just put a spell on me.

domingo, 10 de junio de 2007

Poeta en Nueva York

Porque sé que te gusta este hermoso poema, A.V. de mi alma.


Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

Federico García Lorca

sábado, 9 de junio de 2007

Para Daniel

.





.

New York- 2- Qué Serra, Serra.




Richard Serra, (1939, San Francisco), es un escultor minimalista estadounidense conocido por trabajar grandes piezas de acero corten.





Presentan su obra en el MoMa (Museum of Modern Art) en Nueva York
Richard Serra Sculpture: Forty Years
June 3–September 10, 2007

New York

La última vez que canté la célebre canción de Ebb fue hace ya mucho tiempo. Cuelgo un relato que había colgado en el foro sobre aquel momento. El texto es viejo, pero como esta mañana me levanté canturreándola, lo pongo. Et voilà.

Start spreading the news
I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes
Are longing to stray
And make a brand new start of it
New York, New York



"Serán prejuicios", me había dicho, terminando la conversación. ¡A mí!, me lo había dicho a mí, qué palabra tan molesta. No tuve más elección que levantarme a las seis de la mañana, vestirme y tomar el tren de porquería que me dejaría cerca del golf de no sé qué maldito pueblo periférico parisino para encontrarme con James. ¡Por Dios! Mientras me vestía rabiosamente, sonaban sus palabras dichas con ese tono tan flemático de inglés educado ¡A mí! Y sólo porque no me gustaba ese deporte elitista, aburrido, anglosajón . No me acuerdo que más le debo haber dicho. Se iba a enterar, ¿prejuicios? ¿Yo? Ajá, que no, que no: que soy una persona abierta. Habría que ir a jugar al golf.

Por lo menos hacía sol. En el tren ya me iba ablandando, y llegué sonriente y dispuesta. La verdad es que James me gustaba mucho, era divino, divinísimo, y la única razón por la cual me había levantado, un día helado de noviembre para jugar al golf de madrugada, era que con este chico me daban ganas de reír, de bailar, de vivir. Desde nuestro primer encuentro pasaba entre nosotros una corriente fabulosa, había una verdadera conexión. Caminar a su lado era como flotar a unos cuantos centímetros encima del suelo. Que jugara al golf había sido el único punto de desviación entre dos universos ajenos, diferentes. Nada grave, ya rectificaríamos las frecuencias.

Coon, un holandés divertido, colega de trabajo de James, y Karen, su novia, alemana, rubia, muy linda, estaban esperándome cerca de una autito verde. James, parado contra el auto, se acercó, mirándome de reojo solo dijo, "espero que te dejen entrar, no estás vestida de etiqueta". ¡No estaba vestida de etiqueta! Todo el mal humor de la mañana resurgió en un cuarto de segundo y debo haber dicho no sé que barbaridad porque todos se metieron en el auto en silencio. Los seguí, por supuesto. Antes de llegar al golf pasamos por un seto grande, nadie pronunció ni una sola palabra, pero yo estoy segura haber visto a un hombre parado sobre un taburete mirando por encima: un calvo vestido de negro. ¿Será eso la etiqueta? Llegamos al golf y James al entrar al campo me tiró su bolsa y me dijo: " seguime, cuando te pida un palo, me lo entregas, mirame y así vas aprendiendo las reglas". Extrañada por el requerimiento, la miré a Karen que se puso en marcha detrás de Coon, parece que así iba la cosa.

Delante del primer hoyo, tuvimos que esperar, las dos, detrás. Aproveché para preguntarle, verdaderamente intrigada:

-¿Desde hace cuanto tiempo caminas por estos campos verdes con una bolsa de mil kilos en la espalda?

-Harán unos cinco años. Me encanta el golf.

-Y hoy, ¿no te molesta no jugar?

-No. A veces me gusta solamente acompañar y hablar. ¿No te parece bonito por aquí?

-¿O sea que pasas la mañana caminando y charlando? Dicho así no está mal.

-El golf te pone los nervios en tensión. Es muy competitivo, en este juego, eres tu peor enemigo. Yo sé secundar a Coon, eso haré hoy.

La miré, guapa y tranquila , caminar, gozando del día, de estar afuera con su novio, y naturalmente me convenció que eso mismo tenía que hacer con James. Alentarlo. Era buen consejo. Vería mi chico que yo sabía adaptarme a cualquier situación por desagradable que sea, y que encontraría en mí una compañera fiel y comprensiva.

Llena de buenas resoluciones me puse a estudiar los gestos controlados de mi golfista, su mirada seria. Las manos envolviendo el palo, despacio, sus hombros extendidos y relajados, su espalda torciéndose con el movimiento pendular de los brazos de izquierda a la derecha; iba a hacer un "swing", el palo se levantó hacia la derecha, preciso, siguió un movimiento de la rodilla, su postura tensa y perfecta, en el instante en el que iba a pegar, completamente subyugada, dejé caer la bolsa y grité de todo corazón, fuerte: "Go, James, go." En inglés claro. Si hubiera explotado una bomba, el efecto no hubiera sido diferente. Después de mi grito de entusiasmo que vibró en el aire por lo menos cuatro segundos, el golf entero quedó paralizado, las caras de todos mirándome con horror y sorpresa. Me puse a reír nerviosamente, sintiendo que quizá había metido la pata. Cuando lo miré a James, supe, que había sido más grave aún. Me tomó del brazo, controlándose y me dijo, "por qué no te vas a tomar un café en el club y cuando termine nos vemos, por favor Laura."

Había gente muy simpática en el club, sobre todo hombres. Decidí no tomar café, sino güisqui, tenía ganas de güisqui. No pareció sorprenderle al mozo ni a nadie en la sala. O sea que esperándolo a mi compañero, un poco triste, sin saber porqué siempre me equivocaba y terminaba por arruinarlo todo con la gente que más me gusta, actuando sin querer de una manera poco oportuna, me puse a discutir con algunos miembros que estaban desayunando o esperando, o lo que sea que se hace en un club a esas horas. Pasó el tiempo, un mogollón de minutos, muy amables todos los golfitas, me invitaron cada uno a un güisqui, para que siga contando mis teorías sobre las diferencias culturales, sí de sociología sé un montón, pero de relaciones humanas, no sé, no sé, creo que me falta algo. En algún momento se subió la música y recuerdo todos nos pusimos a cantar. Así escondo lágrimas, con risas. Cuando entraron Karen, Coon, y James, estaba yo trepada sobre una mesa, imitando a Liza Minelli a todo lo que da, con un New York, New York de la san puta, mis nuevos amigos aplaudiendo. Al ver la mirada de mi nuevo amor, supe que el hombre del seto era yo. Fuera de sitio, desfasada. Aquel hombre extraño, extravagante, que buscaba algo, en un lugar que no tenía nada que ver, era yo aquí en un club tomando güisqui a las diez, mi día de golf. ¿Qué buscaba yo?
Sabes James, no creo que tenga prejuicios sino incompatibilidad genérica con el golf. Sí Laura, lo sé. No importa.

viernes, 1 de junio de 2007

Delante del quiosco -I-

Cuando la vio, corría, corría a perder el aliento. Le agarró como una locura que la impulsó hacia adelante, sentir sus piernas, su cuerpo moverse y el aire intentar detenerla, qué lo intente nomás, estaba corriendo y con ganas de romper leyes físicas, atravesando el espacio, partículas y átomos complejos, ligera y veloz, usando el empuje desquiciado de su mente que unos minutos parecía haber perdido el control; lo que quería era disparar sin rumbo para el frente, llevándose por delante el tiempo, la luz, la ocasión, el cuerpo, sin saber por qué, una imprudencia que no duró mucho, apenas un acelerón, una arqueada, que la dejó agotada y feliz para luego retomar el ritmo normal de su recorrido, temblando. Ese día cruzaba el parque. Y ya que estaba se tiró al pasto respirando hondo, mirando el cielo, estirando los miembros, oliéndolo todo, cerró los ojos, calmó los latidos de su corazón, se levantó pasando una mano sobre su ropa para quitar las hojas, la hierba pegada a su ropa, y continúo su camino. Él supone que habrá durado unos diez minutos: detrás del mostrador, el viejo volvió a tomar su diario en silencio y empezó a leer.


II
Llegó al trabajo un poquitín despeinada pero al mismo tiempo casi a la hora justa, para su mayor asombro, la alumna no estaba esperando delante de la puerta, estaba con tiempo. Entró, se preparó, entra la alumna, se sienta, dió clase. De repente, sintió cosquillas en el ombligo, pasó una mano por debajo de la remera, y se encontró con una hormiga negra por la panza. La miró la alumna y de su sonrisa, casi extrañada, le preguntó, ¿todo bien? Sí, sí, dijo, todo bien. Estaba explicando que ...


III
En la parada del autobús escolar, la mamá esta y aquella, holacomoleva, bien, graciasyusted. Se quedan paradas juntas en silencio un momento.

-Va a llover
-No, ¿qué no ve el sol? Ya pasó, ya no.
-Que va a llover
-Ah, no creo

De regreso a casa, los chicos meriendan, salen al jardín, juegan al fútbol, y al cabo de un ratito, vuelven indignados: mamá, ¡qué está lloviendo a cántaros!
En ese momento, la mamá sonríe porque sabe que en algún lugar, alguien está pensando en ella, mirando la lluvia furiosa caer. Final del día. Tormenta de primavera. Hormigas y carreras en el cuerpo, fue lindo día.