
“¿Por qué lo llaman el lago de los castores si no hay castores?, mami entre tú y yo, aquí nunca los hubo”, me dice mi hija reflexiva, “además eso de llamarlo lago, no te parece algo exagerado, apenas es un estanque.”
Y así se sacuden las referencias de la infancia.
Delante de mí se abre el parque más célebre de Montreal, el Mont Royal, que escaló Jacques Cartier, en 1535, guiado por los indios del Hochelaga, como se llamaba Montreal en la época. Fue la razón de cambiar el nombre de la ciudad de Villa María a Montreal, un monte de unos trescientos metros, bueno, exagero, quizás un poquito menos, con tres colinas, la de Westmount, la de Outremont, y la petite montagne. Trescientos años más tarde, las autoridades de Quebec decidieron hacer de la "montaña" como la llamamos nosotros, un parque público, pidiéndole al planificador paisajista de central park en Nueva York, Frederick Olmsted, de convertir las doscientas hectáreas en un sitio arbolado y variado dándole su aspecto actual. Un parque en pleno centro, grande pues, con dos miradores, donde me escondí para besar a mis novios, donde intenté hacer jogging con unas amigas algunos domingos a la mañana, puedo oír la risa de mi amiga Ana mirándome correr; que también crucé para ir a la universidad, todos los días, adónde se sube para ver el festival de los fuegos artificiales en verano, que he visto de noche, de día, en verano, primavera, otoño, invierno. En sus vertientes está el hospital donde nació mi hija, la universidad donde estudié, el cementerio donde están muchos queridos míos, y por donde pasa el cruce para ir a Outremont desde Westmount, lo habré tomado ese camino, por dios, y por supuesto el muy famoso lago de los castores dónde enseñé a mi hermanita a patinar sobre hielo. Hermanita, te pienso, hoy.
“Más allá, están las hamacas Emilia, ya vas a ver, es una zona de juegos grande, más allá, detrás de los árboles. Ve, corre, ya verás”. Y detrás de los árboles estaba el parque, casi un matorral desolado, vacío, viejo y abandonado. Las hamacas chuecas, despintadas, parecía un parque fantasma descuidado con arena y mala hierba por todas partes. Mis hijos me miraron con cara perpleja. "Mamá, para serte francos, hemos visto lugares menos tristes". Qué deteriorado estaba todo, la parte salvaje no, claro, son caminos y árboles, pero en fin. Será porque había sol y humedad, estábamos aplastados buscando sombra. No sé. Triste estaba yo, mirando a mi parque, mi monte, descuidado. "Saben chicos, les dije ya sin mucho entusiasmo, si nos vamos para allá del otro lado veremos donde se reúne la gente a tocar los tam-tam, y bailaremos al ritmo del djembé", pero para allá los tam-tam no estaban y nos fuimos a Park Avenue a comprar Bagels y volver a casa.
Magnífica foto la de Mont Royal, bellísimas impresiones las tuyas. Un abrazo, Inés, repártelo con tus hijos (a Emilia más, sin que te descubran los niños).
ResponderEliminarGracias, Hank, muchas gracias, me animas, en serio. Ando con tan poca ideas para escribir, período seco. Un beso, a vos, a J., a los tuyos.
ResponderEliminarQue lindos recuerdos que me trae lo que escribiste!!! Montreal es muy especial para mi, ahi me reencotre con Horacio, nacieron Sophie y Lucas y te conoci a vos. Ya nos volvermos a encontrar, por aca, o por alla. La foto del Mont Royal es impresionante.
ResponderEliminarBesos,
Carola
Carola, del nacimiento de Sophie me acuerdo particularmente bien. Lucas también, claro, pero el de Sophie es especial, ¿a qué no?
ResponderEliminarBesos
Claro que si!! Sophie tiene una "melliza" del otro lado de charco.
ResponderEliminarUn beso!
Carola