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Sao Paulo es una gran ciudad. Londres también. París, otra. Aprendí que aunque vivas donde todo es posible por la extensión y la variedad de ofertas al común de los mortales, en realidad se vive en un barrio, yendo y volviendo del trabajo, comprando comida donde es práctico, el mundo se reduce a unas cuantas calles. Los trayectos, los viajes, un ir y venir infinito. Sao Paulo, no sé, no lo conozco en realidad; conozco a Brooklin Novo, barrio de un período de la infancia, con sus calles de nombres americanos, cerca de la avenida Bandeirantes. Recuerdo la plaza al lado de casa, recuerdo la casa, perfectamente bien, el jardín donde planté un carozo de palta que germinó para convertirse en arbolito, y también, al final de la calle, el Club Hípico, los vecinos haciendo bicicleta, las primeras fiestas de pre-adolescentes, que éramos entonces mi hermana y yo. Recuerdo que tenía que levantarme temprano para tomar el bus escolar donde pasábamos todos los días una hora yendo y viniendo de casa al colegio. La gran ciudad vista por la ventanilla, jugando con los compañeros de bus, sitio de los primeros roces de mano, secretos, y siempre la radio del conductor a todo lo que da que nos gritaba:
Gooooooooooooooooooooooooooooo-oooooo-oooooooooo-o-o-o-o-o-o-o-o-o-oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo-ooo-ooo-ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooolllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll do equipo de Santos (no exagero).
El voceo de los goles en Brasil es una maravilla. La vida pasaba en el bus. Algunos barrios desfilaban en el exterior, y nada más. En ese entonces, les hablo de un tiempo que los menores de veinte años no pueden conocer, salíamos poco, pero cuando lo hacíamos, era como cambiar de país.
Londres es enorme, vasto, y de la misma manera, por una cuestión de tiempo y conveniencia, viví casi confinada en dos barrios, el de mi casa en Chiswick y el del trabajo en Camden. Exagero, exagero, por supuesto, porque el primer año y medio en Londres, me moví, conocí, recorrí, paseé, visité y viví en varios sitios de Norte a Sur, en la periferia, en el centro, en lo alto de Londres, allá arriba, antes de tener mi primer bebé; con mi hijo el barrio se volvió el universo. Main Street el teatro de todos mis días, el supermercado, los cafés, la farmacia y la clínica donde iba a pesar a mi niño. Dos años entre cinco o seis calles, con algunas excursiones, oh, tan raras, fuera del barrio. A Chiswick puedo decir que lo conozco bien. Los vecinos, los comerciantes, las boutiques, los que paseaban al perro. También los jardines de la casa de Chiswick, un lugar extraño y fabuloso donde acudía todos los días con el cochecito de bebé a perderme en un lugar verde y sorprendente. Completamente sorprendente. Londres tiene eso: uno dobla una esquina y todo puede pasar: encontrar una entrada algo oculta, un portón de hierro forjado y tras un caminito tortuoso ver aparecer un caserón inmenso, Chiswick House, un espectáculo palladiano que pertenecía a Lord Burlington, en el 1700, con sus jardines italianos, los inmensos cedros y cipreses, sorprendente, dije, sorprendente. Uno de mis lugares preferidos en Londres, por supuesto. El Támesis que pasaba cercano y el Coffee Shop perdido entre los árboles abundantes que tenía un cocinero estupendo, un café decente, una gozada.

Y es exactamente eso lo que me atrae de las ciudades grandes, es como ser una mosca en una cuba de miel, qué digo: un tonel, con un derroche de puntos posibles de contacto, ¡tantas posibilidades! Existe la oportunidad, el potencial, pero no nos engañemos, cuando la gente dice: vivo en Sao Paulo, vivo en Londres, en París, hay que saber que posiblemente viva en un barrio chico, haciendo trayectos largos y colas interminables para obtener cualquier servicio, o perdiéndose los mejores conciertos del mundo por no haber podido comprar el billete a tiempo.
Sí, sí, me fascinan las ciudades grandes, siempre deseé perderme en ellas, marearme de anonimato y el humo de los coches, sentir el pulso de millones y millones de personas, yendo y viniendo de su barrio al trabajo, caminado, en bus, en metro, en movimiento.
Cristina, guapa, qué lindo que te pases por aquí. Oíme, te mando un abrazo fuerte y una primavera larga y soleada.
ResponderEliminarUn beso,
Inés