Siempre tuve mala memoria. No recuerdo ni fechas, ni lugares, ni nombres. El pasado es algo así como un sueño con momentos intensos que se destacan de forma imprecisa, aunque muchas veces líricas. Siempre me extraño cuando descubro, entre las páginas de un libro, un marcador hecho de un boarding pass de un viaje pasado, el último encontrado: Barcelona, Las Palmas. Air Europa. 18 feb. 20.30. Pena que no esté escrito el año, ya que no recuerdo cuando fue, ¿2006, 2007? Me acuerdo de muchas cosas de ese viaje, no todo por supuesto, lo principal supongo: el carnaval, mi anfitriona, el mar y paisajes hermosos, las playas, la música que oí en el aeropuerto todo envuelto de una nube de polvo blanco... Al descubrir estos regalos del pasado, siempre me alegro. Como si volvieran cosas a la superficie que ya estaban almacenadas sin acceso de mi mente. Estos papeles, anotaciones, postales, constituyen piezas de un rompecabezas que hubiera sido abandonado a medio hacer.
Y si de mi padre tengo tantos parecidos, ese
punto nos distingue. La memoria de mi padre no es solo buena, sino que es una
fuente de orgullo, su postura en el mundo: ser preciso y claro. Hace unos años mi padre empezó a escribir sus
memorias. La historia de su vida, empezando por los primeros años, el colegio,
etc. Además de escribir de forma amena, me impresiona cómo puede recordar los
nombres de sus maestras en la escuela primaria, nombres de amigos con los que
jugaba. Nombres de calles, apenas si no se acuerda de lo que comía en ese
entonces. ¡Qué bárbaro, che! Y, ya que hablamos de familia, Paulina, también
tiene buena memoria. Así de tipo fotográfica. Por supuesto que ese rasgo me fascina
ya que me parece que la vida sería más sencilla si tuviera esa capacidad a
recordar no solo sensaciones, también la cronología de mi vida. Parece que mi
cerebro quiere limpiarse cada cuanto y todo se pone a cero. En serio. Conociendo
ese defecto de mi cabeza, escribo notas en cuadernos. Conservo, ya se sabe,
todo tipo de papel inútil pero cuán divertidos. Pensé que, si tuviera que
contar mi vida, sería más ficción que realidad, porque la realidad no lo tengo
muy clara.
¿Por qué
será que mi cabeza no imprime la información? Tengo que razonar, pensar, vincular
con lógica algunos datos para poder reconstituir lo que me pasó. La memoria no
funciona. Hace once años que he vuelto de Europa, los años de trabajo de un
centro al otro son tan pero tan difusos, tan brumosos, que en un interrogatorio
policial sería sospechosa.