sábado, 24 de julio de 2021

Chez Ben

 



8 kilómetros cuadrados. El Plateau empieza al sur por la calle Sherbrooke desde el flanco este de la montaña del Mont-Royal, pasando por el parque L.-H. Lafontaine hasta la calle Iberville que sube hasta una extraña separación creada por la vía férrea del Canadian Pacific que lo corta, literalmente, del barrio Rosemont. Es tan violenta la división, sinuosa, curvada, que han puesto túneles profundos para atravesarla; ojo, las calles, las avenidas más bien, que fluyen del sur al norte o vice versa, son determinadas, y si por aventura alguien toma una calle cualquiera es posible que se encuentre a un punto muerto, sin salida y deba bordear la ruptura hasta una salida. Es tan rara esa frontera, como si hubieran cortado la ciudad con un cuchillo, un tajo profundo, que uno se sorprende de no poder pasar. Del otro lado, ya en Rosemont, se encuentran las canteras del principio de siglo, que fueron después basurales inmensos, ya en desuso, que a veces han convertido en parque o en ciclovías. Lo sé porque he seguido esos límites andando, imaginando que estaba sobre el mapa, rodeando el barrio de mi hijo.


En su centro, el Plateau es denso, las calles son estrechas y están repletas de casas adosadas de dos o tres pisos, con sus típicas escaleras exteriores, con balcones y entradas reverdecidas con un montón de plantas, árboles, arbustos, veredas floridas que hacen del barrio un barrio frondoso, casi escondido, verde, tan verde en verano. He cuadriculado sus calles, una por una. Mirando y disfrutando de la sombra provocada por las hojas de los árboles, mirando las transformaciones de las fachadas, que impresionan la montrealense que soy y que no había vuelto o casi, desde sus años universitarios.


De barrio obrero, pobre, se convirtió en el lugar del Canadá con más artistas por metro cuadrado. En los años 80, muchos inmigrantes, de Francia en particular, se instalaron y la gentrificación fue confirmándose hasta convertirlo en uno de los barrios más caros de Montreal, caro porque comprar un piso cuesta, cierto, pero también se deberá convertir el piso en un lugar moderno. Las restauraciones del Plateau son a veces espectaculares.









Sorprende igualmente la cantidad de jóvenes. Los parques llenos de gente tocando música y juntándose hasta 50 personas a la vez. Las bicicletas. Las terrazas. La animación. Qué contraste con mi barrio que muere a la puesta del día. Mañana regreso a casa. Después de dos semanas andando, puedo decir que me gusta el Plateau. Bien lindo, me pareció.

P.D. : Soy malísima fotógrafa, pero a quién le importa.

 

martes, 20 de julio de 2021

Trois cartes postales du Plateau Mont-Royal

 

La primera vez que fui a Europa tenía 16 años. París me pareció familiar. No hay otra palabra. No me pareció extraño ni bello, ninguno de los adjetivos que se pueden usar para esa ciudad. Me pareció familiar. Me sentí en casa. Además, como no es grande, también me pareció cómodo caminar, pasear, perderme. En esa primera visita, me acuerdo de que mi primer café francés fue en el Sarah Bernhardt en la plaza del Chatelet. Por ser el primero, es un recuerdo vívido. Recuerdo lo que comí, lo que tomé, la cartera que llevaba y las postales que había comprado y que completé sobre una mesita exterior al café. Me quedé un rato largo, pagué y me fui al hostal de jóvenes sobre la isla San Luis donde me estaba quedando.

Hace dos días, sobre la calle Mont-Royal donde se han multiplicado los bares, cafés, restaurantes de moda y donde coexisten almacenes antiguos, boutiques nuevas, tiendas de tatuajes, librerías de segunda mano, sitios design algo extraños, productos biológicos-veganos-a granel, productos de lujo, farmacias, se puede también encontrar locales que venden revistas y postales antiguas. Y ahí entré. En la vidriera estaba la señora Bernhardt en su foto más conocida. Mirarla así de reflexiva tan joven me hizo pensar en mi primer café parisino. Uy, me dije, me la llevo.



A su lado estaba ese pequeño niño chino travieso haciendo una mueca que no predice nada bueno. Así era mi primo Roque en Buenos Aires cuando lo íbamos a visitar a él y a mis tíos que vivían en La Plata. Como nos iban a buscar a nuestra salida del aeropuerto, siempre aprovechábamos para pasar las primeras horas de nuestro viaje en la capital. Roque tocaba los timbres de las casas y salía corriendo cuando por el portero automático alguien le contestaba luego de haber dicho cualquier barbaridad. Era pequeña, Roque tendría un par de años más que yo, siempre estaba haciendo alguna fechoría que en vez de dejarme fascinada por sus osadías me aterrorizaban. Pensaba que esas cosas nunca terminan bien.


La tercera postal estaba debajo de las dos otras y cuando divisé esos elefantes en París, ufa, no pude resistirme: tantos recuerdos que no voy a empezar…


sábado, 17 de julio de 2021

Richesse

 ¿Para qué le ha servido a usted la literatura?

Podría dar una respuesta aparentemente poética: “Para no morirme”. Pero es falso: yo seguiría vivo y probablemente con mejor salud si no hubiera optado por la literatura. A mí la literatura me ha servido básicamente para leer. En el momento en que decido que voy a ser escritor, me pongo a leer. Y gracias a la literatura he podido leer libros maravillosos, increíbles, como encontrar tesoros. Y en mi vida, que ha sido más bien nómade y de una pobreza extrema en ocasiones, leer ha contrapesado esa pobreza y ha sido mi soberanía y ha sido mi elegancia. Podía estar en cualquier situación y si leía a Horacio, por ejemplo, el dandy, el que estaba viviendo por encima de sus posibilidades era yo, siempre. La literatura me ha producido riqueza. Es riqueza.

Roberto Bolaño

jueves, 15 de julio de 2021

De Lorimier

 

El departamento tiene ventajas sobre el mío. Por ejemplo, la máquina de café queda a dos pasos de la cama. Es buena, es rápida, el café está listo antes de que termine el primer suspiro. La otra ventaja es la fuerza del agua de la ducha. Potente, generosa, agua que sale fuerte, un contraste total con la ducha de casa que cae como llovizna porteña en el mes de julio. Me quedaré dos semanas en el cuarto de Benja mientras él vive en casa con la posibilidad del uso del auto.

El cuarto es chico y está sobre una calle ruidosa. Las puertas del edificio se abren y se cierran constantemente resonando con los movimientos de los resortes. Justo antes de cerrarse, se puede oír la puerta descontrolada encajar la cerradura de forma sonora, terminar su recorrido con un golpe. Los camiones justo detrás de la ventana resuenan porque un desnivel en el asfalto los hace saltar y chirriar. El ruido no me molesta, es una constatación nada más.

Me siento como si estuviera de viaje y me estoy quedando en un alojamiento alquilado a la semana, ya me tocó algo parecido en Praga, en Roma. Desde ayer, descubro un barrio que no conozco bien. Camino por caminos que no he pisado antes. Los circuitos de bicicleta son más complicados a restablecer, pero en este barrio, el Plateau, el auto no es bienvenido: aquí reina incontestable la bici. Las pistas son numerosas. Las calles son un infierno para el auto. Estoy desde hace poco, ya veremos cómo va la cosa.

Hoy anduve hasta el parque olímpico y a pesar del calor la caminata fue agradable, la calle Mont Royal está cerrada a los autos y los almacenes chics se multiplican por dos o tres zonas cercanas: Laurier, Mont-Royal, Masson. Tengo elección. Descubro un barrio nuevo, contrastado, muy diferente del mío.

Para eso están las vacaciones, ¿no?

domingo, 11 de julio de 2021

Cuerpos en los tiempos de WOKE

 


Resulta que Picasso se volvió un impresentable. Vaya, vaya. El sitio WEB del museo nacional de Bellas-artes de Quebec justifica, sí, sí, justifica la exposición de Picasso diciendo que, a pesar de todo, el pintor contribuyó a la historia del arte. Joder, lorito. Esta muestra se llama Figures. Tres salas de retratos de las mujeres, mayormente, que inspiraron al pintor. Olga, Marie Thérèse, Dora, Françoise, Jacqueline. Las obras vienen todas del museo de París. Una selección que se quiere variada, cubriendo todas las épocas, que muestra la diferencia de los cuerpos que Picasso amó. Figures quiere mostrar que las desconstrucciones, las reconstrucciones, las transformaciones permiten una reflexión sobre la pluralidad de los cuerpos.

Como llegaba de Baie-St-Paul en Charlevoix, estaba con ganas de moverme. Miré con interés las obras del gran pintor, volví, di vueltas, regresé. Había demasiada lectura, quise ver los cuadros. Una exposición pequeña, sin embargo con obras importantes que me encantó volver a ver.

jueves, 8 de julio de 2021

Si j'avais les ailes d'un ange...



 Me encanta Robert Charlebois, siempre me gustó ese cantante: tenía una canción que se llamaba Les ailes d’un ange donde decía que deseaba ir a Quebec manejando, subiendo y bajando las colinas que nos llevan a la ciudad; o sea que, yendo a Quebec, manejando, sonaba en la cabeza repetidamente esa canción porque, además, las colinas que están en la entrada de la región de la capital nacional son impresionantes y no sé, será que me gusta Robert Charlebois.

Por otra parte, no me gusta manejar y en particular por lugares desconocidos. Siempre he tomado el bus para visitar a la bella Quebec. En el ómnibus uno se despreocupa, no le lleva tanto la atención a la ruta. No me había dado cuenta de los desniveles.

Llego a un hotel en Ste-Foy, la ciudad en las afueras de la capital donde está la universidad Laval. Le pido al encargado de la recepción que me indique el camino a pie en dirección del centro, me mira con ojos incrédulos. - ¿Caminar? Pero si tiene coche… – He manejado todo el día, quiero estirar las piernas. -No, señora, no es posible caminar hasta el Viejo Quebec. -Niño, todo es posible cuando se tiene dos piernas. Y caminando salí hacia Quebec. La distancia es de 10 kilómetros. Distancia a la que estoy acostumbrada.  A medio camino, porque se hacía tarde, me subí en un bus y llegué al centro sin más problemas: quería tiempo para aprovechar de la luz y pasear tranquilamente: cené sobre una terraza agradable, me di una vueltita ya que hacía bastantes años que no había vuelto y regresé caminando por un camino verdaderamente feo (centros comerciales, Tim Hortons, MacDonald’s y tutti quanti) pero derechito hasta el hotel. No es la primera vez que dudan de mi capacidad a desplazarme a pie por la ciudad.

El puente de Quebec, rodeado de obras, de conos anaranjados, pesado de coches pegados los unos a los otros, parece querer caerse a pedazos. Un puente de acero que fue lindo supongo a principio de siglo, ahora parece cansado, oxidado, viejo, roto. El hotel estaba localizado al lado del puente y pude admirarlo con pena. Me gustan los puentes.

La verdad es que estaba cansada ese día y quería levantarme temprano a la mañana siguiente para aprovechar del calorcito y día de sol en el Saguenay. No sería un viaje largo sino una ida y vuelta pesada y lo deseaba, simpática. Un chalé en el medio de una isla al norte de Chicoutimi, un día de sol, unas vueltas en auto por las ciudades de la ruta de los fiordos, bellísimos paisajes del río Saguenay, grandiosos acantilados, dimensiones americanas y volver por la región de Charlevoix comiendo en Baie-St-Paul regresando por Quebec, viendo la exposición de Picasso en el museo nacional de bellas artes y dormir en Montreal unas tres horas más tarde.

A pesar de la belleza del lago Clair, del agua transparente, de los millones de pinos altos, soberbios, me sentí prisionera de la islita donde estaba ubicado el chalé. No había sitio para caminar, no había donde ir ya que el chalé la ocupa completamente; había que tomar un bote, remar unos 300 metros para llegar a la orilla. En la orilla, solo rutas peligrosas con pick-ups confianzudos y rápidos. Estamos en América donde no se camina aparentemente. Lo que sí hay cada vez más son los ciclistas.  Me imaginé un segundo rodando por las colinas increíbles y suspiré divertida cavilosa la cabeza diciendo ¡no, no, no! Andando, nomás sería para mí.

La topología de los pueblos del Quebec se parece del uno al otro, los mismos snacks bars entrando a la ciudad, las construcciones nuevas, las rutas, si no fuera por los carteles dando el nombre, sería difícil distinguirlos. Lo que cambia es la presencia de los ríos. El Saguenay es de una belleza abrumadora. Cuando al doblar un camino aparece el fiord es simplemente maravilloso. Cuando, volviendo hacia Quebec, se divisa el río San Lorenzo, se me cortó la respiración, a esa altura era de una majestad impresionante. El agua hace que este país sea lo que es.








 

jueves, 1 de julio de 2021

Yoga in the park

  

Cuando tenía 18 años y estaba en el último grado de la secundaria, teníamos clase de educación física a las ocho de la mañana. La profesora, una mujer joven y simpática, ya no recuerdo su nombre, nos daba para empezar el día, una clase de yoga. Nunca había hecho eso: nos explicó que había que aprender a respirar correctamente, hacer unos movimientos sencillos que servían sobre todo para relajarse. Su intención era darnos un método de autorregular nuestro estrés ya que al final del año teníamos el muy pesado examen de fin de curso (el Bac francés). Fue la clase que más me ayudó ese año. Fue una revelación poder cerrar los ojos y visualizar el aire entrando por la nariz, en los pulmones, en el vientre y relajar poco a poco cada músculo del cuerpo. Aprendí a respirar. No era verdaderamente yoga, sino relajación inspirada por técnicas aparentadas al yoga.

Años más tarde, cuando nació mi primer hijo, estaba yo en esa época verdaderamente tensa. (Hubo gente que me comparó a la cuerda de un arco estirada a su máximo). Sería el exceso de hormonas, no sé, algo me pasaba. Tiempos complicados para mí. La espalda era una pared de hormigón armado. El cuello estaba tan rígido que los movimientos eran casi cómicos. Vivía en Londres. Algo aislada. El nacimiento de Guy por cesárea había retrasado el momento de amamantarlo, uf, una cantidad que cosas que se acumularon en tensiones que se hicieron cada vez más agudas. Fui a una clase de yoga llevada de los pelos por una vecina que se preocupaba por mí, por la segunda vez de mi vida. Me tiré sobre un tapiz e intenté respirar hondo para que mi espalda se vuelva humana. Algo funcionó. Habré participado a tres o cuatros sesiones, no aprendí nada, pero me hizo bien.

Desde hace tres lunes en el parque cerca de mi casa, voy a hacer yoga con Andrea quien es propietaria de la academia de tango donde solía bailar el domingo, donde aprendí a bailar para decir la verdad. Además de bailar, enseña yoga. Lo hace bien, aunque algo rápidamente si tengo en cuenta mis experiencias pasadas. Nos estiramos más que nada, nos concentramos en los músculos y los tendones. Gracioso, cada vez que hice yoga (y hacer yoga es una exageración, no sé nada de nada, apenas sigo algunas instrucciones) siempre me ayudó. Como ando contraída, con los músculos doloridos, estos estiramientos me caen bien.

O sea que cada década, década y media o más, aparece el yoga en mi vida. No lo busco, ni me interesa demasiado. Aparece, eso es todo. Y hay más, hace muy poquito he terminado de leer el libro de Emmanuel Carrère, Yoga, un hombre y autor francés, que practica el yoga desde hace 30 años, por qué será que uno lo hace, pensé. El libro habla más de sus estados mentales que de la disciplina asiática, en una narrativa cercana de la de Enrique Vilas Mata en sus libros, sin embargo, me pregunté por qué existe ese entusiasmo en nuestra sociedad occidental por una doctrina de meditación espiritual. Sin practicarlo, sin conocerlo, sin entenderlo, el yoga siempre vino a ayudarme en momentos distintos y sin más preguntas, me siento agradecida y ya está.

Joni

 Just before our love got lost you said

I am as constant as a northern star
And I said, "Constantly in the darkness
Where's that at?
If you want me I'll be in the bar"
On the back of a cartoon coaster
In the blue TV screen light
I drew a map of Canada
Oh, Canada
With your face sketched on it twice
Oh, you're in my blood like holy wine
You taste so bitter and so sweet
Oh, I could drink a case of you, darling
And I would still be on my feet
Oh, I would still be on my feet
Oh, I am a lonely painter
I live in a box of paints
I'm frightened by the devil
And I'm drawn to those ones that ain't afraid
I remember that time you told me
You said, "Love is touching souls"
Surely you touched mine
'Cause part of you pours out of me
In these lines from time to time
Oh, you're in my blood like holy wine
You taste so bitter and so sweet
Oh, I could drink a case of you, darling
And still I'd be on my feet
I would still be on my feet
I met a woman
She had a mouth like yours
She knew your life
She knew your devils and your deeds
And she said, "Go to him, stay with him if you can
But be prepared to bleed"
Oh, but you are in my blood
You're my holy wine
You're so bitter
Bitter and so sweet
Oh, I could drink a case of you darling
Still I'd be on my feet
I would still be on my feet