La primera
vez que fui a Europa tenía 16 años. París me pareció familiar. No hay otra
palabra. No me pareció extraño ni bello, ninguno de los adjetivos que se pueden
usar para esa ciudad. Me pareció familiar. Me sentí en casa. Además, como no es
grande, también me pareció cómodo caminar, pasear, perderme. En esa primera
visita, me acuerdo de que mi primer café francés fue en el Sarah Bernhardt en
la plaza del Chatelet. Por ser el primero, es un recuerdo vívido. Recuerdo lo
que comí, lo que tomé, la cartera que llevaba y las postales que había comprado
y que completé sobre una mesita exterior al café. Me quedé un rato largo, pagué
y me fui al hostal de jóvenes sobre la isla San Luis donde me estaba quedando.
Hace dos
días, sobre la calle Mont-Royal donde se han multiplicado los bares, cafés,
restaurantes de moda y donde coexisten almacenes antiguos, boutiques nuevas, tiendas de tatuajes, librerías de segunda mano, sitios design algo extraños, productos
biológicos-veganos-a granel, productos de lujo, farmacias, se puede también
encontrar locales que venden revistas y postales antiguas. Y ahí entré. En la
vidriera estaba la señora Bernhardt en su foto más conocida. Mirarla así de
reflexiva tan joven me hizo pensar en mi primer café parisino. Uy, me dije, me
la llevo.
A su lado
estaba ese pequeño niño chino travieso haciendo una mueca que no predice nada
bueno. Así era mi primo Roque en Buenos Aires cuando lo íbamos a visitar a él y
a mis tíos que vivían en La Plata. Como nos iban a buscar a nuestra salida del
aeropuerto, siempre aprovechábamos para pasar las primeras horas de nuestro
viaje en la capital. Roque tocaba los timbres de las casas y salía corriendo
cuando por el portero automático alguien le contestaba luego de haber dicho
cualquier barbaridad. Era pequeña, Roque tendría un par de años más que yo,
siempre estaba haciendo alguna fechoría que en vez de dejarme fascinada por sus
osadías me aterrorizaban. Pensaba que esas cosas nunca terminan bien.
La tercera
postal estaba debajo de las dos otras y cuando divisé esos elefantes en París,
ufa, no pude resistirme: tantos recuerdos que no voy a empezar…
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