martes, 20 de julio de 2021

Trois cartes postales du Plateau Mont-Royal

 

La primera vez que fui a Europa tenía 16 años. París me pareció familiar. No hay otra palabra. No me pareció extraño ni bello, ninguno de los adjetivos que se pueden usar para esa ciudad. Me pareció familiar. Me sentí en casa. Además, como no es grande, también me pareció cómodo caminar, pasear, perderme. En esa primera visita, me acuerdo de que mi primer café francés fue en el Sarah Bernhardt en la plaza del Chatelet. Por ser el primero, es un recuerdo vívido. Recuerdo lo que comí, lo que tomé, la cartera que llevaba y las postales que había comprado y que completé sobre una mesita exterior al café. Me quedé un rato largo, pagué y me fui al hostal de jóvenes sobre la isla San Luis donde me estaba quedando.

Hace dos días, sobre la calle Mont-Royal donde se han multiplicado los bares, cafés, restaurantes de moda y donde coexisten almacenes antiguos, boutiques nuevas, tiendas de tatuajes, librerías de segunda mano, sitios design algo extraños, productos biológicos-veganos-a granel, productos de lujo, farmacias, se puede también encontrar locales que venden revistas y postales antiguas. Y ahí entré. En la vidriera estaba la señora Bernhardt en su foto más conocida. Mirarla así de reflexiva tan joven me hizo pensar en mi primer café parisino. Uy, me dije, me la llevo.



A su lado estaba ese pequeño niño chino travieso haciendo una mueca que no predice nada bueno. Así era mi primo Roque en Buenos Aires cuando lo íbamos a visitar a él y a mis tíos que vivían en La Plata. Como nos iban a buscar a nuestra salida del aeropuerto, siempre aprovechábamos para pasar las primeras horas de nuestro viaje en la capital. Roque tocaba los timbres de las casas y salía corriendo cuando por el portero automático alguien le contestaba luego de haber dicho cualquier barbaridad. Era pequeña, Roque tendría un par de años más que yo, siempre estaba haciendo alguna fechoría que en vez de dejarme fascinada por sus osadías me aterrorizaban. Pensaba que esas cosas nunca terminan bien.


La tercera postal estaba debajo de las dos otras y cuando divisé esos elefantes en París, ufa, no pude resistirme: tantos recuerdos que no voy a empezar…


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