El
departamento tiene ventajas sobre el mío. Por ejemplo, la máquina de café queda
a dos pasos de la cama. Es buena, es rápida, el café está listo antes de que termine
el primer suspiro. La otra ventaja es la fuerza del agua de la ducha. Potente,
generosa, agua que sale fuerte, un contraste total con la ducha de casa que cae
como llovizna porteña en el mes de julio. Me quedaré dos semanas en el cuarto
de Benja mientras él vive en casa con la posibilidad del uso del auto.
El cuarto
es chico y está sobre una calle ruidosa. Las puertas del edificio se abren y se
cierran constantemente resonando con los movimientos de los resortes. Justo antes
de cerrarse, se puede oír la puerta descontrolada encajar la cerradura de forma
sonora, terminar su recorrido con un golpe. Los camiones justo detrás de la ventana
resuenan porque un desnivel en el asfalto los hace saltar y chirriar. El ruido
no me molesta, es una constatación nada más.
Me siento como
si estuviera de viaje y me estoy quedando en un alojamiento alquilado a la
semana, ya me tocó algo parecido en Praga, en Roma. Desde ayer, descubro un
barrio que no conozco bien. Camino por caminos que no he pisado antes. Los
circuitos de bicicleta son más complicados a restablecer, pero en este barrio,
el Plateau, el auto no es bienvenido: aquí reina incontestable la bici. Las
pistas son numerosas. Las calles son un infierno para el auto. Estoy desde hace poco,
ya veremos cómo va la cosa.
Hoy anduve
hasta el parque olímpico y a pesar del calor la caminata fue agradable, la
calle Mont Royal está cerrada a los autos y los almacenes chics se multiplican
por dos o tres zonas cercanas: Laurier, Mont-Royal, Masson. Tengo elección. Descubro un barrio nuevo, contrastado, muy diferente del mío.
Para eso están las vacaciones, ¿no?
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