miércoles, 5 de julio de 2023

Le bon air de Buenos Aires

 Al asomarme al balcón para evaluar el calorcito de la tarde, pienso en el departamento de Nanina en Buenos Aires donde hace pocos meses me quedé. Hace calor estos días, así como hacía en Buenos Aires en marzo, un calor de verano, rico, poderoso, luminoso.

Me siento bien en el calor. Sin embargo en aquel departamento del microcentro de la capital argentina, me la pasé entre mosquitos y sudor, soñando en la calle; en una pieza minúscula entre plantas sobre un colchón ligero, atrapada entre una biblioteca polvorienta y un escritorio, me preguntaba con algo de indignación, cómo el arquitecto retorcido pensó en la transformación de esa parte del inmueble porteño  que debió ser grande y quedó incómodo con paredes de yeso abultadas, voluminosas, no sé bien explicarlo: paredes gruesas. No me malinterpreten, ¡el departamento está en pleno centro! Tiene dos cuartitos, una cocina, un baño, un saloncito, dos balcones pequeños, más que suficiente para mi prima. Pero tiene una construcción rara. Y ahí acostada sobre mi colchón, pensaba en la calle.

Calle que tenía el maravilloso atributo de un vientito redentor.

Ah, ¡mi Buenos Aires, querido! Vientos pamperos que me aliviaron la estadía a pesar de un sol, una humedad digna del mes de enero.

Ahí estaba en la calle de Balvanera, de Constitución, de San Cristobal y Montserrat, caminando horas a toda hora.

 Ahora voy a salir, aquí el viento viene del sureste débil y está más presente cerca del canal, allá voy. No será un recorrido como aquel en la capital, sino que al no poder cambiar el viento, le ajustaré las velas.

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