sábado, 21 de diciembre de 2024
domingo, 24 de noviembre de 2024
Amor, pesar, dolor
Hoy vas a entrar en mi pasado, y hoy nuevas sendas
tomaremos …
¡Qué grande ha sido nuestro amor! y, sin embargo, ¡ay!
Mira lo que quedó…
Soy un soldado con cerebro de general. Una parte sigue
órdenes, y la otra exige resultados, sin considerar obstáculos. Ahí estuve
metida entre los montes vascos, laderas hermosas, queriendo terminar el andar
que me había propuesto. De un pueblo al otro. Sí, mi general. Hay que llegar
antes de las dos. Sí, mi general. Aprendiendo a subir cuestas escarpadas y
dirigirme metódicamente por los caminos indicados por la flecha amarilla, por
la concha compostelana. Avanzando, mi general. Un paso tras el otro. Hora tras
hora. Concentrada en mi respiración. De vez en cuando resoplando del esfuerzo,
otras demandando que mis piernas no me fallen, reclamando rendimiento.
¿Y el amor? El gozar, el disfrutar, el pensar, el
soñar. Nada, mi general. Avanzando fui
de una etapa a la otra. ¿Qué me pasó? ¿Dónde se cruzaron los hilos del amor al
camino, al caminar? No sé. Hice una expedición, una peregrinación que fue
difícil exigente larga. Quería llegar a Santiago, y desde el primer día tuve
miedo de no poder lograrlo, no sé bien por qué.
El amor
Hubo amor, mucho amor. Mis ojos, mi corazón todo vibró
muchas veces por la belleza total de mi entorno. Bosques embriagantes de
eucaliptos dando sombra en días de verano, vistas asombrosas apareciendo entre
dos curvas: el paisaje me dejó muchas veces muda de lo bello, de lo
maravilloso, de lo majestuoso. No hay palabras que puedan traducir la emoción
que sentí. Me encontré con un hombre en el camino subiendo como de nada, en mi tercer
día, día en el que sufría de la complexidad del camino. Me paré, respiré, casi
lloré de emoción. Y le dije al hombre: pero ¡qué jodidamente hermoso es este
país!, y me dijo, mire hacia la derecha cuando suba un poquito más, y verá, … y
entre los verdes, apareció el mar. Jodidamente hermoso, no hay más que decir.
Hubo poesía, una guitarra, dos que se juntaron en un
albergue y peregrinos cantando hasta que caiga la tarde, también momentos
tiernos de ayuda y de amistad regalada entre peregrinos encontrados al azar, Martina,
esa checa tan generosa que se propuso caminar conmigo a buscar un teléfono
olvidado cargando en un café; momentos sorprendentes o más bien insólitos como
esa casita a unos cuatro kilómetros de Orio donde una secta, o como la llamaban
ellos, una comunidad religiosa, extrañísima y a pesar de todo amabilísima, me
cuidó, me dio de comer, una cama ya que no podía caminar por una tendinitis de
la rodilla. Entre los Amish y los New born Christians y otra que alguna secta
judía, esta gente no hizo proselitismo, sino que nos invitaron a una ceremonia
para asistir a sus cantos y bailes. Ahí la conocí a María con la que caminé
hacia Orio y que me ayudó. Entretenida y graciosa, me cayó de lo más bien. Un
lindo recuerdo. Hubo momentos de satisfacción intensos: un día de mucho caminar
y de llegar sentarse en un café y tomarse una caña fresca y poder disfrutar en
toda tranquilidad de un momento de verano. Hubo los españoles de verano, afuera
y de fiesta, todo el tiempo de fiesta, juntándose para celebrar las vacaciones.
Conciertos hasta las seis de la mañana, gente gritando y cantando por las
ciudades hasta que despunte el día. Qué pueblo. Qué energía. Qué tolerancia. Me
quedé fascinada.
Hubo reencuentros, en Gijón cuidad que me encantó, Gijón
que me enamoró, con mi amiga Rosa. Muy feliz estábamos de vernos nuevamente. Ahí
me sentí en casa. Hubo Bilbao transformada, rejuvenecida y fabulosamente
restaurada: bella. Aquí al comentarle a mi prima, me escribió: ¡¡Qué lindo!! Bilbao es un milagro, era una ciudad fea y muy
industrial, pero decidieron rescatarla y embellecerla. El 19 de mayo de 2010,
la ciudad de Bilbao fue reconocida con el premio Lee Kuan Yew World City Prize,
otorgado por la ciudad estado de Singapur. Considerado el Nobel del urbanismo,
fue entregado el 29 de junio de 2010. El 7 de enero de 2013, su alcalde, Iñaki
Azkuna, recibió el Premio Alcalde del Mundo correspondiente a 2012 que otorga
cada dos años la fundación británica The City Mayors Foundation, en
reconocimiento a la transformación urbana experimentada por la capital vizcaína
desde la década de 1990. El 8 de noviembre de 2017, Bilbao fue elegida la Mejor
Ciudad Europea 2018 en los premios The Urbanism Awards 2018, que otorga la
organización internacional The Academy of Urbanism. Bilbao es un gran ejemplo.
Gernika donde pude descansar. Hubo momentos de alegría, en Santiago, esa mañana
en Santiago, pero el viaje me costó, lo admito.
Pesar
Haberme equivocado de camino desde un puto principio
pesó, subir y bajar montes incansablemente pesó. La preocupación de no encontrar albergue de
una etapa a la otra sobre todo en Cantabria pesó. Muchas veces no estar sola
pesó. Algunos domingos donde todo estaba cerrado y no había comida pesaron. Hubo
albergues sórdidos, momentos sórdidos. Muchos momentos en el que me dije, no, ¡pero
qué carajo estoy haciendo aquí! Tengo amigos, tengo una buena vida, por qué
estar aquí cuando podría caminar en cualquier lugar. Campos de maíz y más
campos de maíz. Asfalto y más asfalto. Tener que caminar seis horas sobre
carreteras fue casi insoportable. Vivir en comunidad no elegida como en un campamento,
los albergues con baños sin agua caliente, sin sábanas, pensar de vez en cuando:
¿para qué estás haciendo esto? No me gustan las colonias de vacaciones y este
viaje por partes me pareció a eso, una colonia… Quería caminar en España y
descubrir a los españoles, pero los peregrinos eran italianos, alemanes,
checos, franceses y todos hablaban inglés para entenderse entre ellos. Trabajo desde hace 25 años con inmigrantes del
mundo entero. Supongo que no me impresiona la mezcla de culturas. Es mi
cotidiano. Las conversaciones previsibles entre los peregrinos a las cuales yo
también participé, ¿cuántos kilómetros hoy? ¿Tienes reserva, encontraste
albergue? Entre competición y recelo, curiosidad y envidia. Por favor, siempre
las mismas cosas. La falta de experiencia pesó. Mi mal carácter pesó, esa falta
de contemporización. Siempre tan tozuda, tan preocupada por la meta. Sin poder
disfrutar. Creo que el viaje me superó. Lo haría diferentemente, sí.
Dolor
Fue el primer día, con mi entusiasmo, mis ganas, mi
esfuerzo, que me lesioné. Matías el alemán acompañándome por el monte Jaizkibel
donde me había perdido yendo a Pasaia, primera etapa del viaje, había salido
del norte de Alemania y me contaba como cuando era la RDA solo podían ir a
veranear en Checoslovaquia y ahí desde pequeño con su padre hacían senderismo.
O sea que este hombre que había salido de hacía más de dos meses de su casa era
experto en andar por los montes, y por su ritmo me impuso su cadencia. Yo soy
un soldado y caminé, soy también un general, había que llegar con tiempo.
Objetivo Donostia. Al llegar a las nueve y media de la mañana a Pasaia,
panorama escandalosamente bello, tuvimos que bajar una cantidad importante de
escalones. Y ahí, primer día de viaje, me di cuenta de que no podía por un
dolor sordo e intenso a un ligamento sobre el lado lateral de la pierna entre
la rodilla y el muslo. Imposible bajar. Sufrí horrores sin abrir la boca de la
vergüenza. Comimos un pinxo y Matías y su ritmo siguió hasta San Sebastián. Yo
pensé quedarme en Pasaia, pero me decidí como una tonta en seguir total eran
solo 10 kilómetros que recorrer. El dolor de la pierna se intensificó en
particular bajando y bajando los últimos cinco kilómetros que me separaban de
la ciudad. Ese dolor me seguiría unos diez días y solo lo pude soportar por el
Ibuprofeno y luego algo más fuerte que tomé religiosamente. Seguí mi camino,
pero sufrí. En Gernika fui a ver a un farmacéutico para pedir ayuda y alivio.
Me dio un producto para la pierna, una crema, y drogas potentes. Esas sí
funcionaron. Poco a poco fue disminuyendo el dolor y paré de tomar las drogas,
me parece que fue en Portugalete, ese día pude bajar un escalón sin llorar.
A mediados del camino, los pies. De incomodidad al
dolor fueron poco días. La última parte del camino serían los pies que me
causarían dolor, dolor y más dolor. Pensé en cambiar de zapatos, no tuve la
disponibilidad de espíritu para hacerlo. Los almacenes me cansan, tener que
perderse en una gran ciudad para buscar zapatillas, uf. No, seguí pensando que
mejoraría el dolor. Y sí hubo días en que dolía menos y otros más. Haría las
cosas diferentemente: por supuesto. Sin ninguna duda.
Belleza del camino, tozudez de la caminante al querer
completar cada etapa y a la que se le olvidó de gozar. Dolor de pierna, de
pies, tozudez de la caminante que no quiso parar. Me fui a la playa una vez. En
Cantabria no dormí donde quise sino donde pude y eso ensombreció a veces el
camino. Cuando llegué al camino francés en Arzúa, cuanto lo disfruté… Fue una
experiencia única, fueron muchos kilómetros recorridos. Fue sorprenderme a mi
misma por haber hecho lo que no sabía hacer, subir y bajar. Un camino es único
y a cada uno el suyo. El mío fue raro, pero fue y estoy feliz de haberlo hecho.
lunes, 28 de octubre de 2024
Comer
Soy
bastante adicta al café, nunca me hubiera imaginado poder lanzarme a las
montañas con un objetivo absurdo de 20-25 kilómetros por día sin haber tomado
café. Sino que eso ocurrió más de una vez en mi recorrido compostelano del norte. Ahora
tengo que decir que muchas cosas hice en ese viaje que no se me hubiera
ocurrido hacer jamás de la vida. Eso de
lanzarme a las montañas, por ejemplo.
El primer
día en Irún nos dieron desayuno y salí habiendo bebido dos tazas casi decentes,
comido pan y en el bolsillo nueces para el camino. Me habían dicho que por el
esfuerzo sería mejor llevar consigo algo de comer y hacerlo de forma regular.
Cuando llegué a Pasaia, me senté en un bar a las diez y media de la mañana a
comer un pincho de tortilla: fue el
primero pero no sería el último. ¡Habré comido huevos en España!
Huevos,
pan, sardinas, dátiles, muchos dátiles, nueces, alguna que otra fruta, comida
sencilla envasada de supermercado: tipo ensalada de atún. Desde luego, no fue
una excursión gastronómica el camino. Al contrario, la comida fue necesaria,
comprada en función de su peso, comodidad en la mochila, aporte en proteínas,
etc. No tengo recuerdo de una comida espectacular y eso que pasé por San
Sebastián, Gernika, Bilbao, Santander, Gijón, nunca me senté en un buen
restaurante a disfrutar. Precios, horarios, cansancio y la persistente preocupación
de llegar, de poder seguir, de acabar el recorrido del día…
Pero, seguida
esa primera experiencia de manejar comida y esfuerzo, después de ese primer
almuerzo en Pasaia, llegué a San Sebastián. Los recuerdos que traía de ese
lugar eran casi todos asociados a deliciosos momentos en bares, chupándome los
dedos y suspirando de placer al meterme en la boca suculentos platillos de
pinchos variados. Sin embargo, luego del esfuerzo tremendo hecho ese día inaugural,
tras reparar que el dolor en la rodilla que sentía sería bastante serio, sólo
quise descansar, obtener mi sello y dormir.
Prefiero
aclarar que muchos peregrinos, gente sensata, organizada y más tranquila, a
diferencia de mí, hicieron de su viaje un camino más variado de comida y diría
que experimentaron platos locales, especialidades, exquisiteces.
Además, otra dificultad fue que los horarios del peregrino no corresponden siempre con los de las comidas españolas. Muchos caminantes se levantan muy temprano, la mayoría de los albergues no sirven desayuno, y hay que marcharse antes de que los bares hayan abierto. Luego, sí que se pueden comer tapas, pinchos, comprar frutas y chocolate en los supermercados a cualquier hora, De hecho, no paraba de comer, cada vez que lo podía, a cualquier hora, tortilla por aquí, tortilla por allá, cada vez que lo podía me compraba algo, y comía de forma incesante, pero la comida de la noche, esa después de las nueve, a esa casi nunca pude llegar. En los albergues a las nueve de la tarde ya se está recostado.
En
definitiva, la comida que más habré probado fue la tortilla, el pan y datiles. Una vez, nos tocó un albergue mexicano, bueno y generoso, con nachos y
queso; otra vez me sirvieron en un hostal privado comida en serio (solomillo de
ternera) con vino y postre: una maravilla. Con mi amiga Rosa en Gijón quisimos
comer, al ser todavía algo temprano, nos fuimos a un café y pedí la más grande
y sensacional hamburguesa posible que me comí como si no hubiera comido en
días. Me veía la pobre Rosa --algo inquieta o impresionada no sé bien—engullir esa
comida, cuando el cielo se nos cayó encima, una lluvia tan fuerte que tuvimos
que cobijarnos, una lluvia a la imagen de mi comida: exagerada y presurosa. Otra vez, un hospitalario alemán nos cocinó
un guiso sabroso. Y en Santiago de Compostela ya con tiempo y reventando el
presupuesto comí pulpos a la gallega en un buen restaurante.
Sonja y yo, una peregrina encontrada en una posada perdida a unos cuatro kilómetros de Orio con la que congenié, decidimos en un acuerdo implícito que la primera cosa que haríamos, si nos encontrábamos en el camino, sería tomarnos una caña. Bueno, es más, cada vez que entré en un pueblo, o terminada la jornada, me tomé una caña fresca y sabrosa. Pensando en ella, claro está.
El camino
que hice no lo haría igual, y principalmente, no comería igual, eso es seguro.
sábado, 7 de septiembre de 2024
Vestir
A una
semana de llegar, soñaba con sacarme las botas y de tirarlas a la basura. Un peregrino
me dijo que había una tradición que, al parecer, los que llegaban a Santiago,
quemaban los zapatos en una hoguera. Cuanto me gustó esa idea. Me puse a soñar
con fuego. Las botas
con las que viajé en el avión y luego por la totalidad del camino están en el
balcón esperando que se desintegren solas o que se las lleve el viento. Empecé
a odiarlas a mitad del camino. Habían sido buenas compañeras sin darme ampolla
alguna y siendo cómodas. Pero habrá sido el kilometraje, habrá sido la hinchazón
progresiva de mis pies, habrá sido el uso, no sé, pero la cuestión es que mis
pies ya no las querían ni las soportaban más.
Los otros peregrinos tenían zapatos que no les molestaban, o eso me parecía a mí. Muchos usaban sandalias también, una moda. Las remeras, los shorts, el impermeable, en fin, todo lo que llevé (por cierto muy poco) estuvo bien, adecuado para mis peripecias por los montes, la playa y los caminos en los bosques. Usé toda mi ropa que tuve que lavar a diario al llegar a los albergues. El algodón no se seca rápidamente, la lana de merino es ideal para las medias y al ser posible para una remera más abrigada. Los shorts y el pantalón deportivo que llevé tuvieron la ventaja de ser ligeros, fácil de mantener y cómodos. Y todo esos 6 kilos en la mochila. La quiero mucho a la mía aunque me haya dado algo de dolor sobre las clavículas. Me acustumbré al peso, me acostumbré a su estilo. Me acompañaban los bastones, muchas veces llevados en las manos, muchas otras útiles en el monte. Así vestida no podía ser otra cosa que peregrina. Pero como ser pergrino no es ser turista, no importó.
Cada tarde, mientras se secaba la ropa lavada, me ponía un vestidito colorado passe-partout que usé los 32 días del camino. El aburrimiento de ponerme la misma ropa día tras día me sorprendió. No pensé que me afectaría una cuestión tan trivial. Mira vos, por donde… Sí, me aburrí y soñaba con cambiar de ropa.
Poniendo de lado ese cansancio caprichoso, no me molestó nada más que esa sensación de tener una mini cárcel encerrando mis pies y de sentir cada dedo del pie en todo momento. Creo que ahora tengo una noción correcta de cada parte de ese miembro de mi cuerpo. La planta, los huesos del metatarso, el arco del pie, los músculos, ligamentos y tendones. He sentido mis pies en todo momento como ninguna otra parte de mi cuerpo. Durante el camino fui botas, pies y nada más, eso de pensar no fue lo mío. Yo era pies hinchados y nada más.
lunes, 26 de agosto de 2024
Dormir
No se
duerme bien en los albergues. Echados sobre literas (de veinte a cuarenta por
cuarto), cercanas las unas de las otras, muchos roncan en cuanto ponen la
cabeza sobre la almohada. Los ruidos provocados por las bolsas de dormir o gente
removiendo sus pertenencias, rebotan con eco sobre las paredes de esos lugares
muchas veces lúgubres donde se acomodan los peregrinos a dormir. El precio de
10 euros justifica cualquier incomodidad. El peregrino no pide, dice un cartel,
agradece.
En Irún, mi
primera noche, sin pegar ojo, estaba demasiado febril por empezar este viaje, me
preocupé con el estado de fatiga que sería el mío el día siguiente. Después de
unas semanas, no me inquietaría más por eso. Lo que se debe caminar, se camina,
cansado o no, habiendo dormido o no. Ésta fue un preludio perfecto a lo que
vendría.
Antes de despuntar el día, muchos se levantan
con ayuda de una alarma y de la luz del teléfono celular y empiezan a armar la
mochila. El ruido con solo bajar de la litera es suficiente para molestar a los
que habían podido dormir. Me puse a observar las mañas de los peregrinos matutinos
preguntándome--y eso lo haría durante los 33 días de mi camino--que justificaría
el despertar antes de las seis de la mañana.
Sin
más remedio, la peregrina novata, intenta sin demora y en la oscuridad, preparar
la mochila sin olvidarse de nada, rehaciendo una y otra vez los bultos que se meterían
en lo que se convertiría en una amiga: la mochila bien organizada. Cómo a todos
los que conocí, me he olvidado de algunas cosas de lugar a lugar. Pienso sin embargo haber estado bastante reconcentrada con mi poca ropa y mi
equipaje. Fue una constante preocupación para mí, eterna distraída.
Algunos
albergues, pocos, sirven desayuno: café, un pastelito dulzón, pan y mermelada
de melocotón, la única disponible y una que se volvería broma entre los peregrinos.
Existen varias clases de alojamiento, los albergues municipales, los más baratos, no admiten reservas. Hay que presentarse a la puerta y esperar que el hospitalero nos acoja, nos selle la credencial y nos de la funda que se pondrá sobre el colchón. El peregrino retrasado puede encontrarse con el albergue completo y tener que seguir a otra aldea o encontrar otra solución. En varias ocasiones, tuve que esperar hasta dos horas para ingresar. Otra clase es la privada que admite reservas. Con el teléfono, muchas veces hubo que reservar. No siempre en el lugar elegido, en ocasiones tuve que caminar 10 o 20 km más para encontrar alogamiento. En Cantabria, muchos albergues municipales habían cerrado durante la pandemia de COVID 19 y no volvieron a abrir. Y cuando se obtiene reserva, estas pensiones dan más tranquilidad por los horarios al no tener que apurarse en llegar, procurando de vez en cuando algo más de confort. No siempre.
En las
ciudades grandes, San Sebastián, Gernika, Bilbao, Santander, Gijón, Santiago,
lo más común es alojarse en hostales, pensiones, más caros, pero algo más cómodos.
No todo fue sufrir. Algunos lugares fueron hermosos, pienso en particular en un
monasterio en Santillana del mar, otro en Sobrado de Monxes; uno que otro albergue
por Cantabria, privados, limpios y prácticos. En treinta tres días, habré experimentado
33 camas, obviamente, y se me ocurrió
que a los que les guste o estén acostumbrados al camping y otros clubs de
vacaciones no les habrá resultado difícil dormir, para mí no hubo caso, nunca
me gustaron y nunca pude dormir bien en los albergues.
jueves, 15 de agosto de 2024
Primer día: grandioso País Vasco. 1. Equivocación.
Sorpendida, sí, pero sobre todo, percatándome de que me había equivocado, rotundamente, sobre el tipo de recorrido que estaba iniciando.
Al salir de Irún, subiendo hasta Pasaia por unas laderas empinadas, caminando por unos senderos llenos de hojas, raíces salientes, piedras, barro y tierra, fui dándome cuenta que mi visión idealizada del camino no era la que estaba viviendo. Hubo un momento ese primer día en el que tuve que pararme y mirar en mi entorno, respirar aflijida y pensar: ¡uy, uy, uy, ¿dónde me he metido?! Al elegir el camino del Norte, había emprendido un camino de fuerte ascenso (eso es poco decir) por montañas bravas cuando yo tenía una visión de rutas por colinas suaves y bien trazadas. Y yo no soy de senderismo. No, en lo más mínimo, todo por lo contrario. ¡Me había equivocado! Pero ya, pensé, a escalar entonces y hasta Santiago se dijo.
domingo, 7 de julio de 2024
verano
Polvo, barro, sol y lluvia
es camino de Santiago.
Millares de peregrinos
y mas de un millar de años.
No sé por qué lo hago. No sé qué me pasó por la cabeza. No quiero nada, solo quiero caminar tranquilamente por un país que me gusta. Quiero caminar largo, tendido y mucho. Por eso voy. A eso iré. Hasta siempre, gente. Allá voy.
miércoles, 1 de mayo de 2024
9 años
Tanto el año
pasado me fastidiaba el tener que manifestar conmoción en este día, tanto este
año me siento rodeada por vos. Arropada. Estás en el aire, estás en las cosas
que digo; estás en la tradición familiar que participo a mis hijos, estás en
las cosas que me diste y que daré de vuelta, en los valores de nuestra unidad
nuclear: la hospitalidad, el acogimiento, el cuidado del otro; la aceptación de
la vida como se presenta, sin olvidar algunas reglas fundamentales de educación.
Eras de una generosidad autentica sin artificios ni interés. Algo de tu ejemplo
pasó a mí, pasó a mis hermanas, pasará a mis hijos, vos te transmites en
nosotros. Estás, mamá querida, en lo que me legaste, en lo más bonito,
Estás de
repente aquí y allá, con mis hermanas que te echan de menos, con mis primas que
te querían, estás resonando en nuestro nombre.
Pienso en
tu voz, y en como hubieses dicho las cosas, en tu mirada, veías cosas que yo
nunca pude ver, en tus manos, tus gestos, tu cuerpo.
Te veo y te
siento en todo hoy.
Está
precioso el día, aquí primavera, allá otoño. Te hubiese gustado el color verde naciente de
los árboles. Las flores sacando cabeza con determinación. Las veredas algo más
despejadas. El sol que apareció para saludar un rato. Y por supuesto, madre
pícara, en el día feriado del
trabajador que no puedo disociar de vos.
miércoles, 10 de enero de 2024
martes, 2 de enero de 2024
2024
Hay gente que con solo decir una palabra