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I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes
Are longing to stray
And make a brand new start of it
New York, New York
I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes
Are longing to stray
And make a brand new start of it
New York, New York
"Serán prejuicios", me había dicho, terminando la conversación. ¡A mí!, me lo había dicho a mí, qué palabra tan molesta. No tuve más elección que levantarme a las seis de la mañana, vestirme y tomar el tren de porquería que me dejaría cerca del golf de no sé qué maldito pueblo periférico parisino para encontrarme con James. ¡Por Dios! Mientras me vestía rabiosamente, sonaban sus palabras dichas con ese tono tan flemático de inglés educado ¡A mí! Y sólo porque no me gustaba ese deporte elitista, aburrido, anglosajón . No me acuerdo que más le debo haber dicho. Se iba a enterar, ¿prejuicios? ¿Yo? Ajá, que no, que no: que soy una persona abierta. Habría que ir a jugar al golf.
Por lo menos hacía sol. En el tren ya me iba ablandando, y llegué sonriente y dispuesta. La verdad es que James me gustaba mucho, era divino, divinísimo, y la única razón por la cual me había levantado, un día helado de noviembre para jugar al golf de madrugada, era que con este chico me daban ganas de reír, de bailar, de vivir. Desde nuestro primer encuentro pasaba entre nosotros una corriente fabulosa, había una verdadera conexión. Caminar a su lado era como flotar a unos cuantos centímetros encima del suelo. Que jugara al golf había sido el único punto de desviación entre dos universos ajenos, diferentes. Nada grave, ya rectificaríamos las frecuencias.
Coon, un holandés divertido, colega de trabajo de James, y Karen, su novia, alemana, rubia, muy linda, estaban esperándome cerca de una autito verde. James, parado contra el auto, se acercó, mirándome de reojo solo dijo, "espero que te dejen entrar, no estás vestida de etiqueta". ¡No estaba vestida de etiqueta! Todo el mal humor de la mañana resurgió en un cuarto de segundo y debo haber dicho no sé que barbaridad porque todos se metieron en el auto en silencio. Los seguí, por supuesto. Antes de llegar al golf pasamos por un seto grande, nadie pronunció ni una sola palabra, pero yo estoy segura haber visto a un hombre parado sobre un taburete mirando por encima: un calvo vestido de negro. ¿Será eso la etiqueta? Llegamos al golf y James al entrar al campo me tiró su bolsa y me dijo: " seguime, cuando te pida un palo, me lo entregas, mirame y así vas aprendiendo las reglas". Extrañada por el requerimiento, la miré a Karen que se puso en marcha detrás de Coon, parece que así iba la cosa.
Delante del primer hoyo, tuvimos que esperar, las dos, detrás. Aproveché para preguntarle, verdaderamente intrigada:
-¿Desde hace cuanto tiempo caminas por estos campos verdes con una bolsa de mil kilos en la espalda?
-Harán unos cinco años. Me encanta el golf.
-Y hoy, ¿no te molesta no jugar?
-No. A veces me gusta solamente acompañar y hablar. ¿No te parece bonito por aquí?
-¿O sea que pasas la mañana caminando y charlando? Dicho así no está mal.
-El golf te pone los nervios en tensión. Es muy competitivo, en este juego, eres tu peor enemigo. Yo sé secundar a Coon, eso haré hoy.
La miré, guapa y tranquila , caminar, gozando del día, de estar afuera con su novio, y naturalmente me convenció que eso mismo tenía que hacer con James. Alentarlo. Era buen consejo. Vería mi chico que yo sabía adaptarme a cualquier situación por desagradable que sea, y que encontraría en mí una compañera fiel y comprensiva.
Llena de buenas resoluciones me puse a estudiar los gestos controlados de mi golfista, su mirada seria. Las manos envolviendo el palo, despacio, sus hombros extendidos y relajados, su espalda torciéndose con el movimiento pendular de los brazos de izquierda a la derecha; iba a hacer un "swing", el palo se levantó hacia la derecha, preciso, siguió un movimiento de la rodilla, su postura tensa y perfecta, en el instante en el que iba a pegar, completamente subyugada, dejé caer la bolsa y grité de todo corazón, fuerte: "Go, James, go." En inglés claro. Si hubiera explotado una bomba, el efecto no hubiera sido diferente. Después de mi grito de entusiasmo que vibró en el aire por lo menos cuatro segundos, el golf entero quedó paralizado, las caras de todos mirándome con horror y sorpresa. Me puse a reír nerviosamente, sintiendo que quizá había metido la pata. Cuando lo miré a James, supe, que había sido más grave aún. Me tomó del brazo, controlándose y me dijo, "por qué no te vas a tomar un café en el club y cuando termine nos vemos, por favor Laura."
Había gente muy simpática en el club, sobre todo hombres. Decidí no tomar café, sino güisqui, tenía ganas de güisqui. No pareció sorprenderle al mozo ni a nadie en la sala. O sea que esperándolo a mi compañero, un poco triste, sin saber porqué siempre me equivocaba y terminaba por arruinarlo todo con la gente que más me gusta, actuando sin querer de una manera poco oportuna, me puse a discutir con algunos miembros que estaban desayunando o esperando, o lo que sea que se hace en un club a esas horas. Pasó el tiempo, un mogollón de minutos, muy amables todos los golfitas, me invitaron cada uno a un güisqui, para que siga contando mis teorías sobre las diferencias culturales, sí de sociología sé un montón, pero de relaciones humanas, no sé, no sé, creo que me falta algo. En algún momento se subió la música y recuerdo todos nos pusimos a cantar. Así escondo lágrimas, con risas. Cuando entraron Karen, Coon, y James, estaba yo trepada sobre una mesa, imitando a Liza Minelli a todo lo que da, con un New York, New York de la san puta, mis nuevos amigos aplaudiendo. Al ver la mirada de mi nuevo amor, supe que el hombre del seto era yo. Fuera de sitio, desfasada. Aquel hombre extraño, extravagante, que buscaba algo, en un lugar que no tenía nada que ver, era yo aquí en un club tomando güisqui a las diez, mi día de golf. ¿Qué buscaba yo?
Sabes James, no creo que tenga prejuicios sino incompatibilidad genérica con el golf. Sí Laura, lo sé. No importa.
Lo leo y te veo haciéndolo, Inés. Eso de "go, James, go", me hizo reir hasta las lágrimas y también me hizo imaginar ese club inglés y toda la atmósfera que había. Gracias por publicarlo. Muy bueno.
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