La vida como un campo de batalla: "Chicos, hagan los deberes; Guy no tires tus cosas en el piso; ¡Benja no grites! Epa, no pegues a tu hermano; a ducharse banda de roñosos; gordita: terminá de comer tus chauchas mi amor; apúrense chicos es tarde; no ensucien la mesa que acabo de limpiar; ¡a dormir! es tardísimo; estoy agotada solo con escribirlo: pobres, la generala en comando de las tropas luchando todos los días para mantener el orden y la paz, cuidando también que los soldados cumplan con sus deberes y obligaciones, preocupándose por su salud, y el reposo del guerrero. Luchar, pelearse, combatir, ¿a eso se resume mi vida? "Ma force à lutter s'use et se prodigue; jusqu'à mon repos, tout est combat" escribía Alfred de Musset. No no, claro que no. Hay otras cosas. Muchísimas más. A ver lo pienso.
Después de la batalla, admitiendo derrota, en la unión de las fuerzas, los soldados se relajan, y nos reímos, bailamos, conversamos, cómplices, fraternales y a gusto en la tranquilidad del reconocimiento, en casa circula mucho amor.
Hace mucho tiempo ya, J.-J. decía de mí burlón que le hacía pensar a un soldadito rebelde-- mon petit soldat-- y cuando le preguntaba porqué me contestaba que mi actitud con la vida era una de enfrentamiento con todo y contra todo, sobre todo contra mí misma, y rebelde porque lo mío era la resistencia, una resistencia malhumorada, era una sublevada de la vida. No sé si tendría razón, lo que sí es verdad es que me falta resignación, esa capacidad de aceptación de las adversidades, o más sencillamente docilidad y mejor genio. Y eso desde chiquita. Tenía ocho-nueve años cuando decidí irme de casa. Preparé una mochila con comida, tenía un poco de plata, no sé de donde, ropa para cambiarme, miré horarios de tren, me iba, me mandaba a mudar. Quería un cambio, una nueva vida, un terremoto, algo, no quería conformarme con la que tenía. No era infeliz en mi casa, tampoco del todo feliz, qué pasaría no me acuerdo, tenía nueve años y quería comenzar algo nuevo. Le dejé una nota a mi hermana, salí temprano, y me fui. Era la primera vez que salía sola por la ciudad. Por supuesto que no llegué lejos, me paré en un cine, y me quedé todo el día ahí, la libertad a los nueve es algo limitada. Al final del día regresé a casa, con un poco de amargura por la injusticia de no poder vivir esa aventura del todo.
Ahora pienso que luchar, pelearse y protestar es también esforzarse, abrirse paso. Y si lo hacemos es que sospechamos que vale la pena ¿no?
Y aparece por la puerta Benja protestando, quejón, como siempre y por todo, irascible, ... ay dios. Le digo, Benja, me he puesto los anteojos y sabes qué, ahora veo el azul profundo, el color exacto de la belleza absoluta de tus ojos, y solo por eso, mi querido, me los voy a poner todos los días. ¿Me entendés? Ahora contame lo que te anda pasando.
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