A los franceses les gusta salir a la calle a las cinco de la tarde, pasean, se saludan, compran, lo sé porque siempre que salgo a esa hora, mi hora preferida, qué cosa, me encuentro con la mitad del planeta. Sin embargo no deja de sorprenderme y pienso: qué hace toda esta gente fuera, ¡fuera todos, es mi hora!, la que me gusta a mí; por costumbre será, a esa hora se llenan las calles de mi pueblo y me sorprendo de que el desierto se haya en unos días apenas convertido en mar: Agosto fue tan tranquilo. Nadie de nadie en ninguna parte. Silencio y lluvia. En este momento están los germanois exaltados preparando la "rentrée", expresión francesa que significa la vuelta, y que marca el inicio del año escolar, de la entrada del otoño y sobre todo el fin del verano y de las vacaciones. Con ellos regresó el sol, aunque no el calor, ese no vino nunca, no importa, las adolescentes, ya no saben cómo mostrar el bronceado, desnudándose lo más posible, en el límite que permite los veinte grados de un Agosto extraño, frío y lluvioso. Pero claro los que fueron al mar... Límites que sólo la coquetería comprende. Todo es relativo. A los dieciocho tampoco a mí me hacía frío en pleno invierno canadiense cuando me ponía una mini para ir a bailar, hay cosas que no se explican.
Llegando a mi casa me encuentro con un huésped incongruente. Una cosquilla sobre el pie me hace mirar hacia bajo y veo, HORROR TOTAL, un ratón escapándose detrás de mi escritorio y esconderse. En menos de un cuarto de segundo estoy parada como una boluda sobre la silla pensando, ¿ahora qué hago por dios, todos los santos, y la misma virgen? Salgo disparando a la cocina y vuelvo con una escoba, tengo la firme intención de perseguir mi nuevo compañero y correrlo al jardín, de dónde probablemente viene y debe imperativamente volver, no es el bienvenido en mi casa; es más, mi mente escandalizada imagina en algunos minutos, múltiples pesadillas sobre la posibilidad que se escondan otros o que quizás exista una vida animal subterránea de la que yo no sepa nada, ay, qué angustia, qué asco, me siento completamente abandonada de todos, me odio por sentirme ignorante y cobarde, es la primerísima vez en mi vida que me pasa. Estoy pensando abandonar la casa. Sacar unos cuantos artículos de primera necesidad e irme, partir, cerrar la puerta y chau hermano. Adiós, ganaste ratón, es tuya, te la dejo. Pero no, me encierro en mi cuarto e intento pensar: ¿pensar?, ¡ni que nada!, lo único que consigo hacer es llamar por teléfono, solamente a gente fiable, de confianza, a las que puedo hacer una crisis de histeria sin perder la cara. Eso hago y cuando me calmo, retomo pose humana y responsable, solo entonces llamo a mis hijos. De repente hablando con ellos no tengo miedo, les explico que no es nada, un ratoncito de apenas unos centímetros, chicos: no comen a nadie, me río por teléfono, hago bromas, hablo de los elefantes que se esconden detrás de las margaritas cuando ven un ratón, me siento una gigante por unos segundos, bajo a la cocina y llena de seguridad busco al ratón. Cuando aparece de nuevo desorientado y perdido, lo pillo y lo tiro más allá del jardín, a la calle, para que no pueda nunca de nunca más volver. Me miro en el espejo y pienso, sí todo es relativo.
"Estoy pensando abandonar la casa. Sacar unos cuantos artículos de primera necesidad e irme, partir, cerrar la puerta y chau hermano. Adiós, ganaste ratón, es tuya, te la dejo".
ResponderEliminarInes, despues de leer estas palabras he comprendido lo que sucedio en "Casa tomada".
Agradecido para siempre.