Estrategia número dos: el calor interno"Kalinka kalinka kalinka moya, sadu yagoda malinka malinka moya, eh, eh, eh", sin ninguna duda mis mejores recuerdos de viaje los tengo de mis viajes en tren. Nada superó ese modo de transporte, la buena convivencia, los encuentros, la vida que sucedió en los vagones, las conversaciones, los momentos entrañables e intensos, sí, fueron los viajes más divertidos. Podría escribir sólo sobre ellos. Eran los años 90 e iba de la República Checa, en ese entonces se llamaba Checoslovaquia, a Austria, creo, no me acuerdo muy bien, tomé muchos trenes en esa época, de París, libre y soltera, me iba a cualquier parte, trabajaba y no tenía ninguna obligación, todo es tan chiquito aquí en Europa, las distancias humanas, las diferencias entre kilómetro y kilómetro, enormes, cada país es un universo, con el tren se atraviesan civilizaciones en el tiempo que nos tomaría a nosotros llegar del campo a casa en Argentina. Estaba en un tren y unos muchachos un poco mayores que yo estaban aburridos sentados y hablando, conversaban en un idioma eslavo. Cuando tomé sitio se enderezaron, pasaron una mano sobre el cabello y se pusieron a hablar en inglés. Me miraban de reojo, peroraban casi, y yo, los miraba sin mirarlos. Era todo un circo: coqueteaba sin coquetear, sabía que estaban pendientes. Me puse a leer un libro. Los chicos hablaban cada vez más fuerte, como si se oyeran hablar. Pensé que quizás fueran húngaros, o algo así. No entendía nada de lo que decían hasta en inglés. El tren se paró. No supimos lo que pasó, simplemente se paró. Y nos quedamos mirando por la ventanilla o entre nosotros perplejos sin saber que pasaba. Fueron muchas horas sin saber. Entonces nos pusimos a hablar: la situación era inhabitual, preocupante, una situación sin explicación. Estábamos fuera del mundo. Un
no man´s land nocturno y frío. Hacía tanto frío en ese tren de noche que la chaqueta que llevaba no bastaba. Me acuerdo perfectamente. Puedo sentir mi malestar. Creo que los varones lo notaron porque ya no sabía cómo cubrirme, yo con mis botas y mi falda de francesa chic, ya no bastaba con cruzar las piernas, sufría francamente. Uno de los chicos, el mayor de los dos, lo notó y se levantó y tomó de su bolso una botella. La abrió y tiró la tapa para atrás. Lo miré extrañada: "¿por qué no guardas tu tapa?", le dije, "la puedes necesitar", se rió fuerte, y me contestó que en su país una vez que se abría una botella había que terminarla, nunca se le ocurriría a nadie volverla a tapar. Una botella de vodka. Me dice el chico con voz dulce: "toma un vasito, morena que pareces necesitarlo", y tomé la vodka, creo que era la primera vez que tomaba vodka sin hielo sin jugo de naranja sin nada. Me entró un poco de calor y los chicos se alegraron. Se pusieron a cantar, y más tomábamos más cantaban, se reían, hablaban y poco a poco se armó una fiesta, me acuerdo que durante horas contaron chistes. Los otros pasajeros vinieron a ver que pasaba, una húngara, una pareja checa, una señora alemana, no sé quien más. "¿Cómo te llamas, morena?, me dijo el mayor, Inés, le contesté, ¿eres italiana?, preguntó, no, soy argentina contesté, y se miraron entre ellos, Argentina, ¡qué lejos! dijeron, sí les dije lejos y diferente. Y vinieron más chistes, el sentido del humor es lo más importante en nuestro país dijo el proprietario de la botella; bebamos por las mujeres argentinas, dijo el más joven, son bellas y coquetas, me reí, y tomamos, Kalinka, kalinka, kalinka moya... Sabes Inés lo que significa Kalinka me susurró con aire de misterio el mayor, no, respondí, ni la menor idea, es una baya, un árbol del norte, del frío, en esta canción se habla de dos árboles y del amor, el hombre le pide a la mujer de dormir con él... porque es linda y hace frío..¿por qué viajas sola?, me preguntó el menor, porque me peleé con mi amigo, contesté, ¡oh!, ¡pena de amor! Eso es grave, dijo de repente, serio. Entonces tienes que tomar otro vasito, dale, tomátelo, te hará bien. Y meta a la vodka. La verdad es que ya no sentía frío, ni me importaba nada, y les pedí a mis nuevos amigos que me ensañaran a bailar a la rusa. Me lo mostraron en el pasillo para la alegría de todos, unas voces preciosas, y así aprendí los pasos rudimentarios del baile tradicional ruso, y aplaudimos y nos reímos, y tomamos más. Terminamos la botella sin problemas unas horas más tarde. No hubo que volver a taparla. Eran rusos, uno también era de Ucrania, judío, me dijo, no es lo mismo, me miraron como si me confiaran un secreto. Yo a esa hora, después de lo vasitos de mis compañeros, solo podía decir: Kalinka, kalinka, kalinka moya... Y qué vivan la bayas rusas y la ginebra, el gin y la vodka. Olé.
Cada vez que tengo frío, pero frío en serio como en ese tren nocturno, pienso en la primera vez que tomé vodka y me sirvo una copita y pienso que los rusos, sí que saben. A mis chicos les sirvo chocolate caliente, todavía les queda por descubrir un montón de cosas... El efecto no es el mismo, pero cada cosa en su tiempo.

Kalinka