martes, 23 de octubre de 2007
Y ahora que sé...
A Saint Germain se puede subir fácilmente en auto, sea por el sur, el oeste, el bosque, existen varias entradas: se puede entrar pero no salir. Es curioso. Viniendo de un mundo dibujado por ingenieros más que por historia, no me explicaba como podía suceder. No me había dado cuenta que no había lógica y sobre todo que existían menos bajadas que subidas. Es así. Aquí no es tan sencillo, uno entra pero después hay que conocer perfectamente la ciudad para volver al punto de partida, hay que saber donde dar la vueltita, donde tomar esa calle que, rodeándola, bajará de nuevo, un poco más allá, encontrando una de las tres bajadas, las tres malditas bajadas que me costaban tanto hallar cuando apenas llegué. Dios, las perdidas que me habré dado buscando el mismo camino que a la ida. La vuelta a casa siempre me llevaba por quién sabe donde y me venían unos nervios locos pensando que no podría nunca más volver. Además de ser desubicada, claro. Todo en auto. A pie es otra historia. Eso cuando era el tiempo de la primera vez. Hubo tantas primeras veces en Francia para todo. Hace cinco años. Cinco años de aprender, aprender a hacerlo the French way in France. O sea que ayer cuando volvía del supermercado y vi que había un atasco espantoso, que me quedaría sobre la Nacional unos veinte minutos por ser el camino directo, di ahí nomás una vuelta agresiva al volante y me metí por la primera calle que doblaba a la derecha, entré y contorneé las calles del barrio sur. Me di cuenta que ahora no me podía perder. Saint Germain era mía. No hay una calle que no conozca. No hay una casa que no haya visto, una esquina que no haya de alguna forma caminado o doblado. Ya no hay un camino que no llegue a mi casa. Qué cosa. Me gustó volver a explorar el barrio cerca del bosque. Pasé despacio mirando y me di cuenta que esas calles formaban parte de mi geografía personal. Me vi, las primeras semanas después de llegar, parada delante de la estacion de tren pensando como había hecho para llegar hasta ahí. Me vi entrar en una calle a contramano, y de repente consciente de mi equivocación, queriendo retroceder discretamente sin poder hacerlo por no saber como poner la marcha atrás del autito, pidiéndole ayuda al primero que pasara. Siempre había tenido marchas atrás al revés de la quinta, para abajo. Y en ese auto, francés, era subiendo la palanca un poco más a la izquierda de la primera. Me vi tener que salir del auto y preguntar al primero si me podía explicar... Tanto camino he hecho en Francia para sentirme en casa. Tantas vueltas he dado para ubicarme en ella y en la vida aquí. Ayer con el auto volviendo a mi casa, me di cuenta que pasando por las calles de Saint Germain, me estaba despidiendo de una ciudad que aprendí a conocer a las duras. Me voy, me voy porque quiero irme, pero sé que dejo una linda ciudad que aprendí a querer y a la que quiero, mucho.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Inés, me emocionó tu post y me sentí identificada con vos!
ResponderEliminarCuando nos mudamos de Omaha mis sentimientos eran los mismos.
Y ya empezar a conocer los secretos de esta gran ciudad me hace sentir más segura.
Un beso grande!
Carola