sábado, 29 de marzo de 2008

Mañana torcida -II-

Imre Kertész

QUÉ ALEGRÍA VIVIR...

Qué alegría vivir
sintiéndote vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad transmisible es que camino
sin mis pasos, con otros
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser, por el que miro el mundo,
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y sé que también me quiere con su voz.
La vida - ¡qué transporte ya! -, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era solo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser de la no muerte.


Pedro Salinas



1 comentario:

  1. NO TE DETENGAS NUNCA

    No te detengas nunca
    cuando quieras buscarme.
    Si ves muros de agua,
    anchos fosos de aire,
    setos de piedra o tiempo,
    guardia de voces, pasa.
    Te espero con un ser
    que no espera a los otros:
    en donde yo te espero
    sólo tú cabes. Nadie
    puede encontrarse
    allí conmigo sino
    el cuerpo que te lleva,
    como un milagro, en vilo.
    Intacto, inajenable,
    un gran espacio blanco,
    azul, en mí, no acepta
    más que los vuelos tuyos,
    los pasos de tus pies;
    no se verán en él
    otras huellas jamás.
    Si alguna vez me miras
    como preso encerrado,
    detrás de puertas,
    entre cosas ajenas,
    piensa en las torres altas,
    en las trémulas cimas
    del árbol, arraigado.
    las almas de las piedras
    que abajo están sirviendo
    aguardan en la punta
    última de la torre.
    Y ellos, pájaros, nubes,
    no se engañan: dejando
    que por abajo pisen
    los hombres y los días,
    se van arriba,
    a la cima del árbol
    al tope de la torre,
    seguros de que allí,
    en las fronteras últimas
    de su ser terrenal
    es donde se consuman
    los amores alegres,
    las solitarias citas
    de la carne y las alas.

    Pedro Salinas

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