martes, 26 de agosto de 2008

Poema de martes

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.

Los perros románticos, de Bolaño

jueves, 21 de agosto de 2008

Cássia Eller

pois é, esse samba é pra voce
oh, meu amor
esse samba é pra voce
que me fez sorrir
que me fez chorar
que me fez sonhar
que me fez feliz
que me fez amar


Trópico

La tierra se calienta con el sol de agosto, sube el calor, se produce con los vientos una tormenta eléctrica violenta, a la tardecita, y cae tanta agua que se inundan las calles, en poquísimo tiempo, pero pasa el viento, se va el agua, vuelve a salir el sol. Uno se olvida que ocurrió.

Todos los días igual

¿Montreal clima continental? No sé, no sé. Pero desde que estoy aquí me comporto como si estuviera por el trópico comiendo maní a toda hora, puñados enteros de maní, antojo irreprimible durante todo el día empezando en el desayuno.

-Mamá, me gusta nuestra casa, huele rico.
-Ah sí, ¿a qué huele?
-No sé
-¿Sabías Guy que el maní nace debajo de la tierra?
-¿Qué tiene que ver con el olor?
-Nada, pensé que la casa podía oler a maní, a tierra, a césped, a flores.
-Sí puede ser, pero no cultivamos maní, ¿no?
-No, claro, el maní que como es tostado y lleva sal, es muy energético, tiene ácido fólico y un montón de cosas buenísimas para la salud, y además tiene rico olor. Pensé en el viento, la tierra y en el maní, y...
-Y eso ¿a qué viene?
-Justificándome, Guy, justificándome.
-Puede ser también el jazmín en el salón.
-No está florecido.
-No, pero me parece que más que el maní...
-Sí, puede ser, cierra la puerta, mira como a oscurecido, va a llover.
-Es verdad, el otro día entró agua por el salón, dejaste la ventana abierta.
-Ayer fue violento.
-No podré cortar el césped delante de la casa...
-Qué pícaro vos, siempre esperás la tarde y sabés que llueve
-No es eso mamá, preparo la tierra para el sembrado de maní, terminaste otro tarro.
-Ah, eso era, bueno pues, qué bien.

lunes, 18 de agosto de 2008

El metro




Estación Champ de Mars, vitral de Madeleine Ferron, 1966.

Como esas manchas de tinta de Rorschach, la isla de Montreal me aparece como una polilla o una ve estirada, quizás pueda ser un murciélago, en todos casos miro el mapa sobre la pared del vagón con atención mientras el metro me lleva al norte. No soy visual sin embargo trato de imaginar el trayecto del tren, y volver a apropiarme de la ciudad por dentro; tchuc, tchuc, vibran la ruedas de gomas veloces por el altavoz una voz femenina anuncia las estaciones en francés. El metro, solía tomarlo cuando era estudiante universitaria y solo un poco; antes de esa época no existía por mi zona o por los barrios donde he vivido, ahora con las ampliaciones en los años ochenta, recorre la mayoría de la isla, sesenta kilómetros de vías, sesenta y pico estaciones, la isla es accesible casi en todo sitio por debajo de la tierra. Un metro moderno y bastante bien coordinado. En el pasillo de mi estación, un cantante Hare Krishna toca el tambor y canturrea Hare hare, krishna krishna, y siempre que entro, todos los días está el hombre de blanco, sonrío porque hace años que no he visto a esos devotos vegetarianos musicales. Que vaya o vuelva, sin necesidad de abrir los ojos, me ubico, estoy en la buena estación, si supieran como vibra la voz, el tambor. Estoy en Snowdon en el barrio de Côtes des Neiges-Notre Dame de Grâce, una zona densa de la ciudad de Montreal y me voy allá al norte para unos de los múltiples trámites administrativos que mi estado de residente de regreso me obliga a recorrer. Un nuevo residente sin auto, claro. La última estación de la línea naranja al norte es Côte Vertu, y ahí me espera un señor tocando el violín en el medio de una estación terminal amplia y de muchos colores. Pide,un poco rabioso, a los pasajeros en tránsito, unas monedas pero nadie se acerca, y el viejo sigue tocando, mal, su instrumento. Hay gente que recuerda las estaciones por las obras de arte, numerosas e interesantes del Métro de Montréal, yo las recordaré por la música que ofrecen. Bueno, me lleva mucho tiempo llegar a mi destino, la isla es amplia por el norte, y cuando vuelvo en vez de leer, actividad principal de mis viajes subterráneos, echo un vistazo a mis nuevos compatriotas y noto que ha cambiado el paisaje cultural y étnico de Montreal, ya sé, no es necesario que me lo digan, es una tendencia mundial. Por mi zona específicamente de barrio judío se ha vuelto ruso, asiático, con bolsitas jamaicanas o isleños de por ahí, y ya nadie habla francés o inglés como idioma materno. El cambio es grande y me intriga, me fijo en las estadísticas canadienses y éstas dicen que 37 % de los ciudadanos de Montreal han nacido en otro país, y unos 15 % tienen ambos padres extranjeros, hablando otro idioma que los oficiales, o sea, según un cálculo complicado, aproximativamente la mitad de la población, y en mi barrio es notable. Tras veinte años, es un soplo la vida, ha cambiado Montreal convirtiéndose en una sociedad multicultural variada, y para la antropóloga que soy del alma, eso es una maravilla. Mis vecinas inmediatas, las que viven encima de mi piso, son del Líbano, así como el proprietario. Al lado, una familia numerosa, acaba de nacer el cuarto hijo, francesa de la ciudad de Bourges, abajo de ellos vive un francés de París, un poquito más antipático, ya saben. En la tienda donde compro los billetes del metro y las tarjetas teléfonicas baratas, me atiende un mexicano y una asiática, en la farmacia, una rumana, en el súper, el color del cajero no tenía nada de canadiense típico. Todavía, y no es broma, no he visto por mi barrio a un "quebecois", no, y no creo que se escondan, ahí están en otras partes de mi isla, habrá que ir a buscarlos. Otra posibilidad es que anden todos en coche y no tomen el metro. Continuará...

domingo, 17 de agosto de 2008

La mar



Patxi Andión


Yo tengo un amor cerca del mar, algo naufragado y borracho de ausencia, y como yo lo quiero más que al viento, más que a la luz, más que al tiempo que pasa con toda la mar detrás, y porque mi boca tiene sabor a sal, le dedico esta canción con mis besos, mi cariño y mis ganas que vuelva--mi marino-- cerca de mí.

domingo, 10 de agosto de 2008

Poesía barroca


Un hombre bajo la lluvia en la ciudad de México me comentó que la poesía cubana podía volar entre México y Miami. Y de Miami a la tierra de María. Sí, y lo que no sabe es que persiste en Montreal un perfume de tilo en el aire húmedo de la noche... Aquí también llueve.

Entrando en ti.

Entrando en ti, cabeza con cabeza,
pelo con pelo, boca contra boca:
el aire que respiras —la fijeza
del recuerdo—, respiro, y en la poca

luz de la tarde —rayo que no cesa
entre los huesos abrasados— toca
los bordes de tu cuerpo: luz que apresa
la forma. Ya su cénit la convoca

a otro vacío donde su blancura
borra, marca de arena, tu figura.
El día devorado de sonidos

quema, de trecho en trecho, su espesura
y vuelca de ceniza la textura
en la noche voraz de los sentidos.


Mango

Se formó el arroz con mango,
rey de la gastronomía;
si hilachas de oro, armonía
tenebrosa y cruel: de tango.
Manjar del más alto rango,
heráldica de lo poco.
Aguardiente, agua de coco:
las bebidas que reclama.
¡Qué cénit —diría Lezama—,
qué corona del barroco!


Poemas de Severo Sarduy.

domingo, 3 de agosto de 2008



Ayer fui a ver una película francesa, La Graine et le mulet, de Abdellatif Kechiche, creo que en español aparece como Cous-cous. Una película buena, real como la vida, que tiene escenas emocionantes. La última, larguísima, el punto culminante de la historia, se ve a una jovencilla bailando la danza del vientre en un barco restaurante, mientras los dueños buscan el cous-cous que ha desaparecido y el personaje principal corre detrás de su motocicleta que unos muchachitos le han hurtado... Un final tenso, al punto de ser insoportable, pero que me pareció brillante. Una película de un director que sabe mirar y transmitir. Y en su honor le dejo a mi mexicano preferido este video para que sepa que pienso en él. Ah, estoy un poquito mejor de las caderas y de la pierna, ¿se nota?

Todo empezó en Canillas de Aceituno...

Para Rosa, porque sabes emocionarme.

Es como todo, despues de la primera vez desaparece el miedo y se vuelve posible, quizás hasta se pierda el miedo y el sentido de la medida de las cosas. Fíjate, la primera vez que viajé tenía cuatro meses y el avión volaba igualito a los de hoy, ahora son mucho más frecuentes, quizás más baratos. Todos los años que siguieron tomé un avión, hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda; expatriada desde la cuna, he pasado mi vida adulta entre dos continentes: la culpa la tienen mis padres, por supuesto, venirse a vivir al Canadá, ¡qué ocurrencia! Y ya, así se te pega el alma de vagabundo, trotamundos, viajero, y yo como ellos de aquí para allá como si no fuera tan difícil y en realidad no lo es. Quizas sea un poco inconsciente porque siempre creo que todo saldrá bien y será una aventura que me enriquecerá. Claro que en el proceso protesto, pero no miro atrás, y así llevo a los míos a otros pagos... Ahora mi patria es más redonda que para la mayoría de la gente, tiene más kilómetros, más paisajes y se hablan más idiomas. Nada más. Despues de haber salido, Rosita amiga, es cuestión de mirar para adelante y seguir andando. ¿Los afectos? Sí, claro es lo más difícil, uno va dejando pedacitos de sí misma por todas partes. Lo más gracioso es que yo no fui a buscar nada nuevo en los lugares donde viví, era pura curiosidad. Y te voy a decir que se la necesita para pegar el salto. Vos sos española, yo soy inmigrante de familia de inmigrantes, de abuelos inmigrantes. ¿Estará en la sangre? Francisco Negrete Porras, mi bisabuelo, a mediados del siglo XIX salió de su provincia de Málaga, donde vivía en las montañas; un día, acercándose los cuarenta años de edad, se embarcó y llegó a la Argentina, luego a San Juan: ¿Quién sabe como llegó a Salta, para terminar de médico de los ferrocarriles! Y así mi sangre, contaminada por el virus del viaje... No, no me admires amiga, yo solo sé viajar y volver a empezar