jueves, 20 de julio de 2006

Culpa

Desarmando la valija en España, otro viaje, otra vida, encontré mis anteojos de sol rotos. ¡Oh!, pensé, ¡qué pena! Los miré, los toqueteé, les di vuelta entre mis manos, no pudiendo resignarme a verlos así, les tenía un gran cariño a pesar de que eran demasiado grandes para mí, ¿te acuerdas? me gustaban tanto, y mientras los miraba surgió tu cara nítidamente a mi recuerdo, te vi sentado al lado de mí en ese bus que nos llevaba bajando, bajando, de vuelta a la ciudad, vi desfilar paisajes andinos, como en una película, algo tan real... Qué extraño ¿no? esa capacidad que tenemos de poder vivir varias vidas entremezcladas, sin tiempo y sin espacio, solo con la cabeza. Memoria: pedacitos de momentos que me articulan caóticamente. Te vi con los lentes puestos, te miré durante todo el viaje y tu te dejabas, haciéndote el distraído, la mirada siempre al frente, de costado, en fin, la cabeza reposada contra el asiento, me acordé de lo bien que te quedaban, de haber sentido algo de celos, "eh, que son míos" te dije, pero sabías que era un juego, y tú no me hiciste caso, con razón, tus dedos enroscados con fuerza a los míos. No me soltaste la mano ni un solo segundo durante el viaje, me acordé, Negro, de tu sonrisa ese día, sonrisa tranquila por yo estar ahí contigo y tú conmigo, fuera del mundo, a miles de metros por encima del mar, arriba de todo, en el cielo sudamericano. Tiré los anteojos a la basura, vacilante. Será porque persiste la sensación que debí regalártelos ahí, en ese momento.

2 comentarios:

  1. Si, debiste dárselos - sin ánimos de añadir más culpa -. Cuesta aprender que se hace cuando te lo dice algo más allá.

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  2. ... qué importancia podrían tener ya unos lentes rotos o sanos... sino aquel rostro que no estaría bajo ellos... Es precioso este escrito.

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