
El otro día saliendo del trabajo me compré una silla. Una silla sencilla, cómoda y barata. Entré en la tienda y sin pensarlo la compré, ¿cómo les explico? Hacía tiempo que la necesitaba. Me precipité a pagarla, impaciente que estaba de llevármela a mi casa. Por supuesto que no había pensado en nada más que en mi hallazgo. Salí feliz con la silla en brazos. Qué fácil había sido, cuánto había tardado en comprarla. Qué linda quedaría en mi departamento. Llegué a la estación de tren. Estaba incómoda con mi bulto. La posé a mi lado y me apoyé sobre el respaldo, la miraba, y luego no, hacía como si no exitiera, y el tren que no llegaba, de tanto esperar me cansé, y sin pensarlo me senté. ¿Para que sirve una silla si no? Imagínense, una muchacha esperando el tren sentada sobre una silla en el andén de esa estación desolada y gris de un suburbio industrial del oeste parisino: hice sensación, todo los viajeros sorprendidos me devolvieron miradas alegres, los comentarios dispararon; incrédulos y divertidos, mis compañeros de ruta me saludaron a las carcajadas. Era una foto dada en vivo.
Me has pintado una sonrisa enorme Inés.
ResponderEliminarUna foto preciosa.
Me ha alegrado muchísimo encontrar tu blog.
Millones de besos.
Me hubiera gustado verte allí sentada. Con tu sonrisa de Gioconda seguro que estabas preciosa.
ResponderEliminarOi, fofa você ainda me faz sonhar...e sorrir, depois de tantos anos.
ResponderEliminarUm beijo