


(fotos de Asturias)
SUICIDIO EN LAS OLAS de Rosa Trápaga.
Hoy he vuelto, suicida, a mi esquina del altísimo acantilado para fundirme oscilando entre las olas, allí abajo, en la profundidad del abismo. Esas olas, caricias de mi alma, silenciosas — ¡está tan alto!, ¿cuánto tardaría en caer?— que me reconocen, —¡soy yo! les grito desde nuestra distancia insonora— y se me ofrecen dibujando en la arena un abrazo blanco y burbujeante de sal y de algas. Ofrezco mis brazos, manos abiertas al abismo, las olas me llevan al mar y el mar, mi amante secreto, atrapa mi piel cansada con sus manos inexpertas, ven. Me llama, ven, ven… Me envuelve en sus brazos, mi mar, y entonces la soledad se hace tumulto —gotas infinitas, informes—, el dolor se diluye en la sal, efervescente, la vida adquiere sentido en la liquidez del agua, móvil, sorprendente. Inesperada.
Me preño de mar, avanzo imparable hacia la orilla, final renovable, y vuelta al mar, orgasmo de mar en mis pliegues confiados, vaivén de alivio, mezcla de sales —su agua y mis lágrimas— para volver a formarme en un renovado renacer y avanzar hacia la orilla acabándome en el rastro de humedad de cada gota —final interminable— y vuelta al mar, ven. Ven, ven, ven… En el romance carnal que el mar y yo mantenemos desde siempre, mi imposible entrega se disuelve en la efervescencia de sus aguas: frías, suaves y traidoras, cálidas, turbulentas y pacíficas y agresivas, y azules y verdes y grises. En el vacío del horizonte el mar me toma, y yo… aún me daría más.
La voz, sólo palabras, del hombre que me acompaña —a mi lado, pero tan lejos— me despierta al frío de la brisa del mar abierto, pies con pies sobre el suelo rígidamente pétreo y duro. Sus dedos sólidos se enredan torpemente en mi melena alborotada y colocan cada cabello convenientemente sobre los hombros, en su sitio, alineados, alisados, planchados, planos. Me ofrece en su abrazo un susurro de deseo, choque de cuerpos, con el que pretende rescatarme del naufragio. Nuestras bocas se buscan y mis dedos temblorosos desenredan los mechones de sentimientos y los colocan con cuidado en la piel adentro: ordenados, precavidos, cautelosos, controlados. En la complicidad del prematuro anochecer de una tarde de Enero me dejo oscilar entre sus manos expertas, caricias de mi piel, sin ofrecer mis brazos, inerte.
Mi soledad se queda sola, el dolor toma su sitio, la vida pierde sentido, me preño de nada. Mi amante toma mi humedad, charco solitario en la inmensidad del desierto, y yo… aún me daría menos.
Por eso sé que volveré; al suicidio de las olas volveré siempre. Para no dejarme morir.
Qué maravilla de fotografías.
ResponderEliminarQué reflexión tan buena.
Tantas veces nos quedamos sin saltar teniendo alas...
Un besazo.